Una empresa llamada universidad para una mercancía llamada educación superior


Gonzalo Arango*, Pereira, marzo 29 de 2011

Ponencia presentada en el Foro citado por el gobierno en la Universidad Tecnológica de Pereira para presentar su propuesta. Esta ponencia fue aprobada por la junta de Aspu, seccional Risaralda.

Disponer de un sistema de educación superior de cobertura universal y de altos niveles de excelencia en sus ofertas de formación, así como de pertinencia social y competencia científica en investigación y extensión, es más que un deseo de los colombianos. Es una necesidad urgente de la sociedad, en cualquier país del mundo y mucho más en aquellos, que como el nuestro, padecen de condiciones de atraso en su capacidad científica y tecnológica, disponen de aparatos productivos raquíticos y exhiben indeseables indicadores de exclusión social, producto de una inequidad enorme en la distribución del ingreso, los cuales se traducen en condiciones de existencia miserables para millones de compatriotas, con extremos de hambre, carencia de abrigo, insalubridad, enfermedad y muerte, que rayan en lo inhumano.

Es indudable que no es posible lograr este propósito de la noche a la mañana. Se precisa emprender un esfuerzo de largo aliento y destinar en este empeño ingentes recursos. Se requiere de una política de estado que priorice, sobre otro tipo de inversiones, la destinación de cuantiosos recursos públicos a la educación en sus diferentes niveles y modalidades y dentro de ellos a la educación superior. También es cierto que atender debida, oportuna y adecuadamente las necesidades educativas de la población es necesario pero no suficiente, para construir un mundo de equidad social. Se precisa de un conjunto de políticas de estado que enrumben al país por la senda del progreso económico y el bienestar social, aprovechando al máximo para ello la singular y exuberante dotación de recursos naturales de nuestro territorio, la capacidad extraordinaria de trabajo y la sobresaliente inteligencia de sus gentes.

Es por ello que cuando se anuncia la presentación de un proyecto de Ley que reemplazará la que hoy rige en materia de educación superior, la Ley 30 de 1992, se genera una gran expectativa y se desata un intenso debate en la sociedad, en todas sus instancias, iniciando por la comunidad académica, sector de la población que ha hecho del trabajo con el conocimiento su proyecto de vida, continuando con los demás estamentos de la comunidad universitaria, estudiantes, trabajadores y empleados administrativos, es decir quienes vivimos en la cotidianidad la experiencia universitaria. Pero además es necesario que esta discusión cobije al conjunto de la sociedad, porque lo que está en juego no es de poca monta: la suerte de un instrumento insustituible para el desarrollo económico, social y cultural de la nación y un importante motor de la movilidad social de sus habitantes.

Desde el arribo a la dirección del Estado del presidente Juan Manuel Santos, el gobierno, mediante la vocería de su Ministra de Educación María Fernanda Campo, anunció la presentación de un proyecto de “reforma integral” de la Ley 30. Ello en contraposición al que había sido radicado por el gobierno anterior en el Congreso de la República en las postrimerías de su mandato y que abordaba el tema de la financiación con fórmulas acordadas con el Consejo Nacional de Rectores del SUE, después de un proceso de concertación iniciado tras el clamor de muchas voces que reclamaban una intervención oportuna y suficiente del gobierno, mediante la asignación de recursos adicionales y así evitar el colapso financiero que se avizoraba. Los nuevos recursos que reclamaban las universidades para “compensar” el desequilibrio financiero en las universidades públicas generado por decisiones de diferentes instancias del estado, situación llevada al extremo por la exigencia de ampliación de cobertura de la denominada “revolución educativa”, superaban los 450.000 millones de pesos, en el año 2009, además de reclamar un ajuste anual del presupuesto de las universidades públicas en el IPC más 9 puntos porcentuales, sostenido en el tiempo.

Es bueno recordar que entre 1993 y el año 2008, la participación de las transferencias del estado al presupuesto de las universidades públicas había pasado de 84% al 51%, la de las matriculas del 7% al 14% y la de “otros ingresos” del 8% al 35%. En términos de aportes por estudiante al año, se pasó en ese mismo período y en pesos de 2008, de un promedio de 5,69 millones a 3,67, en términos porcentuales una reducción del 35,5%.

Estamos hablando del período de vigencia de la Ley 30 de 1992, período en el cual, como consecuencia y complemento del retiro paulatino del Estado en su financiación se han registrado otras transformaciones notables y críticas. Las condiciones de selección, contratación y remuneración de los docentes se han deteriorado al extremo. Hoy día, solo una cifra cercana al 25% de los profesores en las universidades públicas lo son de carrera y el resto trabajan a destajo, contratados por períodos académicos o por horas, sin criterios claros de selección ni permanencia lo que abrió las puertas de la universidad a la politiquería y el clientelismo. Las plantas de personal administrativo y de trabajadores se van desmontando paulatinamente y la contratación precaria hace su agosto con la proliferación de nóminas paralelas y la intermediación de agencias de empleos temporales. El hacinamiento en aulas, laboratorios y talleres es el pan de cada día al lado de la eliminación de las visitas técnicas y las salidas de campo como actividades financiadas por la universidad. El bienestar estudiantil ha sido reemplazado por la institucionalización de la caridad pública. A todo lo anterior se le denomina racionalización del gasto y a sus ejecutores se les califica de eficientes.

La democracia se convierte en una especie en extinción y su simulación en instrumento de manipulación para las decisiones colectivas. La autonomía sucumbe ante la normatividad al detalle y el sometimiento de las decisiones universitarias a las orientaciones del Ministerio de Educación Nacional estimuladas con contratos o castigadas por la presencia de pobres “indicadores de desempeño”. A la desfinanciación y el incremento desmedido de la cobertura le ha correspondido una degradación generalizada de la calidad. En palabras del representante de los profesores al Consejo Superior de la Universidad de los Llanos, “las administraciones universitarias han sacrificado la calidad para garantizar la sostenibilidad de las instituciones”.

Ejemplo claro de ello es lo acontecido en esta universidad, que conmemora sus 50 años de existencia, la cual se ha erigido como proyecto piloto en la aplicación de estas políticas cuyas nefastas consecuencias han sido opacadas por un acucioso aparato propagandístico mediático y por los frecuentes y permanentes reconocimientos y distinciones de los gobiernos de turno.

Es este el modelo de universidad que se pretende profundizar con el proyecto de Ley que ha sido presentado para la discusión. Es la universidad para la época de la globalización y el libre comercio. Es la refinación en la legislación vigente, de los mecanismos que hagan posible, sin cortapisa alguna, la operación de las multinacionales de la educación y de la información que han hecho de la oferta internacional de programas de formación un gran negocio a través de las diversas modalidades establecidas por la Organización Mundial del Comercio, pactadas por el gobierno en los diversos TLCs. Así quedó consignado en el capítulo de comercio transfronterizo de servicios del Tratado de Libre Comercio entre Colombia y Estados Unidos, en donde Colombia se comprometió a crear una “forma de tipo específico de entidad jurídica para los servicios de enseñanza superior”.

Es la continuación del abandono paulatino de la financiación estatal a las universidades públicas y de ampliar la transferencia de recursos a las privadas, las actuales que no sucumban ante la avanzada de las respaldadas por el capital financiero internacional y las trasnacionales de la educación superior, y a las nuevas que lleguen, vía créditos educativos y subsidios. Es el predominio de la concepción de la educación superior como mercancía sobre la que la reivindica como derecho y bien público. Es la consolidación de la idea de universidad como empresa económica sobre la de institución social, y patrimonio cultural.

De la misma manera que se hace con la riqueza minero-energética del subsuelo y con el agro nacional para la implantación de agroindustrias orientadas a productos tropicales de exportación y materias primas para los agro-combustibles, se pretende entregar el mercado de la educación superior al capital financiero internacional, mediante múltiples formas. Nos preguntamos si ese es el camino adecuado para llegar a la prosperidad que nos anuncian.

El estudio detallado y detenido del articulado de la propuesta gubernamental nos permite sustentar lo que acabo de afirmar en esta breve intervención, limitada a 10 minutos. En ese sentido, estamos publicando en la página WEB de la Federación Nacional de Profesores Universitarios, análisis y opiniones que se están produciendo a diario. La invitación que hacemos a la comunidad universitaria y a la población en general es a participar en el debate público de esta iniciativa gubernamental y a conformar un gran frente de movilización social en su contra. No participaremos de la oferta de “enriquecer y mejorar la propuesta” aplicando maquillajes a su articulado y dejando intacta su naturaleza.

La reforma que reclama la Educación Superior en Colombia no es de la naturaleza de la que se nos presenta. La crisis de la universidad es de financiación adecuada y oportuna por parte del estado, de autonomía y democracia, que son conceptos inseparables, de equidad social. El movimiento profesoral a través de sus organizaciones gremiales, la Asociación Sindical de Profesores Universitarios –ASPU- y la Federación Nacional de Profesores Universitarios –FENALPROU-, ha generado propuestas en este sentido, como el acuerdo Marco Sectorial para la Educación Superior –AMSES- que se han presentado al Ministerio de Educación Nacional, desde el año 2002 y en varias ocasiones, iniciativas que han sido ignoradas sistemática y persistentemente. Allí está plasmado nuestro pensamiento.

El proyecto de reforma a la ley 30/92: La continuidad de la crisis de la Educación Superior Pública y las prerrogativas al capital privado.


Jorge Aristizábal Ossa, Secretario Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia, Medellín, 16 de marzo de 2011

En este escrito trataré los temas de la financiación y la privatización. Pero hay más implicaciones en el proyecto: su impacto en la democracia, en la autonomía universitaria, en la formación académica y por último en la burocracia y clientelismo que profundizan. En próximos escritos estaré opinando sobre estos temas. Las opiniones aquí expresadas son de la exclusiva responsabilidad del autor.

Con bombos y platillos la semana anterior, tanto el Presidente Juan Manuel Santos como la Ministra de Educación Nacional María Fernanda Campo, presentaron a los rectores el proyecto de reforma total a la Ley 30 de 1992. Entre sus razones expusieron que se trata de modernizar la educación colombiana para ponerla a tono con las tendencias mundiales y con el desarrollo de las nuevas tecnologías. Lo que no dijeron es que la tendencia mundial es el neoliberalismo que predica la venta de cualquier servicio público, entre ellos la educación superior, y que para modernizar las universidades públicas en las nuevas tecnologías y tendencias educativas se requiere mucho dinero para inversión y modernización. Sobre aumentos de presupuesto para inversión y funcionamiento no dijeron nada. Se acomodaron a la tendencia en boga para urgir al capital privado nacional e internacional a que se tome el negocio de la educación a todo nivel dado que no se les restringe en ninguna cosa. Promovieron el establecimiento de instituciones de educación superior con ánimo de lucro y la creación de entidades mixtas público-privadas para sacar al sistema educativo colombiano del notorio atraso en que se encuentra.

Y es que evidentemente las universidades públicas se encuentran en una crisis profunda que el Gobierno Nacional se niega a reconocer y por ende a resolver. Ya son dos las cartas que el Consejo Nacional de Rectores del Sistema de Universidades Estatales, SUE, le han dirigido, una al anterior presidente y otra al actual, donde le demuestran la desfinanciación a la que están siendo sometidos desde la expedición de la Ley 30/92 y el incumplimiento hasta hoy de la mayoría de los recursos aprobados en el 2009. Las universidades públicas tienen muchas nuevas obligaciones que han tenido que atender en estos 19 años, han triplicado la cobertura estudiantil, se han extendido por las regiones con nuevas sedes regionales, han conformado centenares de grupos de investigación, se han modernizado hasta donde ha sido posible, han generado casi la mitad de sus gastos en recursos propios y se han endeudado grandemente con el sector financiero para cubrir sus obligaciones laborales y pensionales. El mayor problema es la carencia de un presupuesto estatal adecuado.

¿Y como responde a esto la propuesta de Santos? Con cero incrementos reales en la base presupuestal y unos ridículos aportes adicionales entre el 2012 y el 2019. Se mantiene la base presupuestal del 2011 (art. 103) con los incrementos anuales del IPC, el antiguo artículo 86. Seguirá congelado el presupuesto de las universidades públicas, congelación que ya lleva 19 años. El Gobierno de Santos no aporta ni un peso nuevo en la base presupuestal.

Igualmente se definen unos recursos adicionales irrisorios de dos formas. La primera forma se determina dependiendo del incremento del PIB: si es menor del 5%, si está entre 5 y 7.5% o es mayor del 7.5%, se aportarán adicionalmente el 30, 40 o 50% de ese incremento sobre la base presupuestal (art. 105), antiguo artículo 87. Irrisorio a todas luces. En el 2010 el incremento del PIB fue del 0.29%, el 30% es 0,087%. Con una base presupuestal de 2.2 billones en 2010 obtenemos $1914 millones para 32 universidades. Pero eso sí, explícito y claramente queda establecido que esos nuevos recursos no incrementan la base presupuestal (art. 104 y contradictoriamente el 106). Son $60 millones por universidad. El PIB de Colombia en las últimas dos décadas jamás ha crecido más del 6.8%. En el mejor de los casos, asumiendo un crecimiento del PIB del 8%, los aportes adicionales serían el 4% de 2.2 billones o sea $88.000 millones ($2750 millones por universidad).

La segunda forma otorga un aporte adicional de 1% en el 2012, 2% en el 2013 y 3% del 2014 al 2019 (art. 106). Corresponde a pesos de hoy a $ 22.000 millones para el 2012 ($ 688 millones por universidad), $44.000 millones en 2013 ($ 1375 millones/U), y 66.000 millones entre 2014 y 2019 ($2062 millones /U). En total son $462.000 millones en esos ocho años ($14.438 millones por universidad en ocho años). Aportes adicionales ridículos ante la grave situación de desfinanciamiento que las mismas universidades, Aspu y la Federación Nacional de Profesores Universitarios han denunciado y estimado, hoy, en más de seiscientos mil millones de pesos.

Otra arbitrariedad que se impone: esos recursos adicionales serán distribuidos por el CESU (art. 105). Tendrán más juego los rectores que hagan parte de esa institución. Se imponen los criterios de cobertura (quien más matricule más recibe), productividad y formación de los docentes y la promoción de la investigación y la innovación. Los criterios de distribución ya han sido probados en años anteriores y es mucho el descontento porque los rectores se quejan de que el parámetro que más aplica el MEN es la ampliación de cobertura. Pero no cesa la arbitrariedad: el artículo 107 establece que para recibir esos escasos dineros deben firmar un “Convenio plurianual de desempeño” en cuestiones de calidad y acceso a la educación superior. Grave lesión a la autonomía. El MEN impondrá la formación que quiera y forzará a las universidades a recibir más estudiantes a costa de un mínimo aporte que no aumentará la base presupuestal.

Las otras medidas económicas del proyecto en lugar de favorecer a las universidades públicas les resulta sumamente lesivo por las nuevas obligaciones impuestas: las universidades serán transformadas en entidades prestatarias dado que el estudiante puede diferir el pago de la matrícula hasta su vinculación al mercado laboral y superado un nivel de ingreso aun no definido y que cada institución debe reglamentar (art. 99); establecerán una política general de ayudas y créditos con el fin de facilitar el ingreso y la permanencia a las personas de bajos recursos (art. 117); la acreditación de alta calidad, dada por una entidad privada y posiblemente extranjera de acreditación mediante “convenios de asociación”, deberá ser pagada por las universidades (art. 77); en los Comités Departamentales de Educación Superior (sustituye los CRES) deberán luchar contra el “el uso compartido de los recursos institucionales” (art. 129, literal c.); en los contratos y convenios con otras instituciones o empresas “se regirán por las normas del derecho privado y sus efectos estarán sujetos a las normas civiles y comerciales” (art. 29), lo que demuestra el abandono de la defensa de lo público; la concurrencia al pasivo pensional, que es una obligación estatal, se extiende a todas las universidades e instituciones de educación superior (art. 110); se establece el cobro de derechos pecuniarios por supletorios y habilitaciones (art. 98, literal c.); las escuelas normales superiores competirán por los recursos de las universidades oficiales pues se las eleva al nivel de IES (arts. 40 y 41); se las orienta a introducir la educación por ciclos (art. 68), de educación permanente, no extensión solidaria (art. 69); desarrollar procesos de internacionalización (art. 155), de movilidad nacional e internacional de profesores y estudiantes, y promover el emprendimiento y la innovación de los estudiantes (art. 11).

Pero si a la Universidad se la trata como a algo indeseable y prescindible al sector privado se le extiende la alfombra roja para que se tome la educación superior en Colombia. Aquí está el segundo problema que la comunidad universitaria deberá enfrentar: A la manera como se actuó en el sector de la salud, viene la privatización a fondo de la educación superior.

“Las instituciones de educación superior serán públicas, privadas y mixtas”; las privadas conforme a las “personas jurídicas con o sin ánimo de lucro” (art. 13). “Podrán desarrollar programas académicos en cualquier nivel y campos de acción” (art. 8). “Organizadas como corporaciones o fundaciones o como sociedades anónimas” (art. 32). “A las instituciones de educación superior mixtas les será aplicable el régimen de una institución de naturaleza privada” (arts. 33 y 37). Para las de naturaleza privada o mixta, “Disponibilidad de por lo menos la mitad de los recursos requeridos para que la primera promoción culmine los estudios de cada programa propuesto” (art. 14, parágrafo 2, literal c.). “Constituida la sociedad podrá recibir nuevos inversionistas, repartir dividendos y vender acciones” (art. 32, parágrafo). “Los programas de grado podrán ser técnicos profesionales, tecnológicos, o profesionales universitarios. Los de posgrado podrán ser de especialización, maestría y doctorado” (art. 56).

La legislación que se propone es altamente favorable al sector privado nacional y extranjero. Más aun cuando estamos ad portas de la aprobación en el Senado de los Estados Unidos del TLC con nuestro país. Se exige allí el suministro transfronterizo (Educación virtual y a distancia), el consumo en el extranjero (Movilidad de profesores y estudiantes colombianos (art. 156), la presencia comercial (universidades e instituciones norteamericanas fundamentalmente privadas) y la presencia física de personas (movilidad gringa), además del trato nacional para que no haya ninguna diferencia entre las instituciones de educación superior extranjera y las colombianas, incluyendo obviamente, la financiación estatal. Acojo aquí parte del comunicado de la Organización Colombiana de Estudiantes, Oce, del 14 de marzo de 2011:

“Esta propuesta (de entidad jurídica) que se presenta como novedosa tiene su origen en el tratado de libre comercio, firmado entre Estados Unidos, México y Canadá, el TLCAN o NAFTA, que implicó la entrada de las multinacionales de la educación superior y de las universidades corporativas: Apollo Global Incorporated y la Laureate Education Inc, entre otras. Esta última que ha comprado universidades en más de 20 países y que ya se alza como una de las dueñas del “mercado” universitario en México, avanza a pasos avasallantes en Brasil, país que como lo señaló Santos, será el ejemplo a seguir y en donde solamente la Laureate Education Inc. se ha hecho al control de 9 Instituciones de Educación Superior. Con esto se abre la compuerta para que juventud colombiana sea formada por las multinacionales ligadas a la producción como las de Motorola, Disney, Malboro, Coca Cola, General Motors, Lufthansa, Shell, American Express, Microsoft. Este tipo de instituciones ya tienen sus primeras semillas con la universidad de Sanitas y con la Chevrolet para taxistas”.

Pero no termina la entrega aquí. El gobierno se obliga a transferir recursos a las instituciones de educación superior privadas sin ánimo de lucro y a cualquiera que obtenga la acreditación de alta calidad (art. 108). Ya dijimos atrás que la acreditación podrá realizarse por instituciones privadas y extranjeras que inevitablemente vendrán, por medio de contratos de asociación con el MEN (art. 77). Indefectiblemente se acreditarán de alta calidad “previo informe de evaluación externa dado por un órgano de evaluación” (art. 78) y el Estado les deberá transferir recursos. Y si se presentan como institutos o centros de investigación, “podrán ofrecer, previo convenio con instituciones de educación superior y conjuntamente con éstas, programas de posgrado” (art. 9).

Todavía hay más: se impone el subsidio a la demanda con el crédito estudiantil obligándose el Estado a transferir recursos al Icetex para financiar los créditos a los estudiantes, recursos que terminarán en manos de las instituciones de educación superior privadas y extranjeras en su mayoría. Anualmente habrá un aporte estatal al Icetex para los “subsidios de matrícula” (art. 115). El Fondo para la Permanencia Estudiantil también recibirá “Aportes del Presupuesto General de la Nación” (art. 116). Findeter “establecerá líneas de crédito especiales para las Instituciones de Educación Superior, con destino a inversión en infraestructura física y tecnológica” (art. 114). “El Fondo Nacional de Garantías, FNG, garantizará los créditos otorgados a instituciones de educación superior públicas y privadas” (art. 112). El Icetex, “a través de un fondo creado con recursos del Presupuesto Nacional, podrá ser garante de los préstamos otorgados por el sector financiero a los estudiantes de Educación Superior de escasos recursos económicos” (art. 118). El mister y el criollo trabajando con plata colombiana.
Más oprobioso aún es que la obligación de destinar el 2% del presupuesto total a bienestar universitario se elimina. (Aparece en un documento (art. 145) y desaparece en otros dos). Corresponde al artículo 118 de la Ley 30 aun vigente. Ocurre lo mismo con la obligación establecida en el artículo 162 (Similar al anterior; aparece y desaparece) que textualmente dice: “El Ministerio de Hacienda y Crédito Público, diseñará instrumentos dentro del estatuto tributario que permitan que un porcentaje de la renta gravable de las Instituciones de Educación Superior con ánimo de lucro se destine a fondos de becas y créditos administrados por el Icetex y dirigidos a población vulnerable según reglamentación que expida el Gobierno Nacional”. Sumémosle que la obligación del artículo 119 de la Ley 30 vigente que establece que “Las Instituciones de Educación Superior garantizarán campos y escenarios deportivos, con el propósito de facilitar el desarrollo de estas actividades en forma permanente”, fue eliminada. Todas las garantías al sector privado nacional y extranjero y todos los obstáculos para las universidades públicas. Esto es privatización a fondo. (Aclaro. Hay tres documentos sobre el proyecto de reforma: 1. En el Proyecto Ley 30 de 1992 de la página http://aplicaciones.contactenoscolo... aparecen 164 artículos; 2. En el documento Propuesta vs Ley 30 del mismo link ya son 160 artículos; y 3. En el material entregado a los rectores e integrantes de los consejos directivos también son 160).

Las anteriores son las primeras impresiones y análisis de un proyecto de ley que muestra que el Gobierno de Santos va más allá que el de Uribe Vélez en lo que trata con la educación superior y particularmente con la pública. Es continuista y profundizador a ultranza del modelo neoliberal.

Las marchas estudiantiles sí tienen cara: aquí están sus líderes

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Vea aquí el texto de la reforma a la Ley 30 propuesta por Santos.

El miércoles, el director del DAS, Felipe Muñoz, dijo que las marchas que promovieron los estudiantes universitarios en varias ciudades del país estaban infiltradas por grupos terroristas. Los datos de inteligencia indicaban que las células urbanas de las Farc y el Eln intentarían tomarse la jornada de protesta que estudiantes, profesores y directivos convocaron para expresar su rechazo a la reforma a la Ley de Educación.

La Silla Vacía acompañó a líderes estudiantiles de las universidades Nacional, Pedagógica, Distrital, Externado y Libre. Todos ellos dan la cara. Si bien hay personas que se tapan la cara para protestar y recurren a hechos violentos, los líderes estudiantiles no se encapuchan y prefieren reivindicar sus derechos en manifestaciones que se alejan de los tropeles y las pedreas.

Estos líderes que dan la cara, organizan las marchas y caminan con sus compañeros, son quienes al final tienen la vocería de los estudiantes. Y los que piden un asiento en la discusión de la reforma de la Ley 30, o Ley de Educación.

Estuvimos con los líderes de la Organización Colombiana de Estudiantes (OCE) y de la Federación Universitaria de Estudiantes (FEU). La primera agremia a estudiantes de universidades privadas y públicas porque, como lo dice Juan Sebastián López, aspirante a graduarse de abogado y representante estudiantil de la Universidad Externado, este tipo de reformas -como la de la Ley 30- afecta por igual a todas las universidades del país.

Los otros miembros de la OCE con los que hablamos son Óscar Ruiz, estudiante de Ciencias Sociales de la Pedagógica, Maria Paula Marín, ingeniera Industrial de la Distrital, y Estefanni Barreto Sarmiento, presidente del Consejo Estudiantil y estudiante de Derecho de la Libre. Ellos coincidieron en que si bien se han registrado hechos violentos durante las manifestaciones estudiantiles, los medios de comunicación terminan presentándolos como los hechos protagónicos. Con eso, explican, terminan siendo distractores que buscan evitar las discusiones sobre las propuestas de los estudiantes. También hacen que se evada el reconocimiento a un movimiento que se está formando.

“Son hechos aislados, lo que nos interesa es discutir la propuesta de reforma a la Ley, la cual no reconoce que hay una crisis financiera en la educación pública y por lo tanto no la soluciona”, dijo Óscar Ruiz.

Los estudiantes de la FEU coinciden con estos argumentos aunque admiten las otras realidades. Edder Carrión, líder de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Distrital, dice que los hechos violentos son legítimos, si bien él no los comparte.

David Flórez, ex representante estudiantil al Consejo Superior Universitario y estudiante de la Maestría en Derecho de la Universidad Nacional de Colombia, dice que las universidades públicas son -y deben ser- el reflejo de la realidad del país y esa realidad está marcada por el conflicto armado. De allí, explica el estudiante, la presencia de grupos armados en algunos claustros. Pero eso sí, advierte que el hecho de que esos grupos armados estén no quiere decir que manejen la discusión y, por el contrario, asegura que lo importante no es discutir estos hechos, sino las propuestas concretas que los estudiantes tienen sobre cómo debería ser la educación en Colombia.

Estas son las caras de los líderes estudiantiles:
Fotos: Felipe Rincón, Sara Rojas.
Edición de video: Sara Rojas

                       

EL “GASOLINAZO” COLOMBIANO



5 de abril de 2011

Sergio Muñoz, Presidente OCE-Unicesar, Miembro de la Dirección Nacional del Polo Joven.


 El 26 de diciembre del año pasado, el gobierno boliviano, a través del Decreto Supremo No 748[1], aumentó los precios de ciertos combustibles entre un 57% (gasolina Premium) y un 82% (diesel). Los argumentos de dicho aumentó eran básicamente: el aumento del contrabando; la distorsión de “los propósitos que impulsaron la política de subsidio de los carburantes en el mercado interno”[2]; y el alto costo estatal por dichas subvenciones, las cuales ascienden a $380 millones de dólares anuales.[3]

El descontento popular, que no pudo ser contenida con propuestas como el aumento de los salarios públicos en un 20%, además del congelamiento de las facturas de servicios públicos, llevó a que el gobierno de Evo Morales reversara esta medida antes de la medianoche del 31 de diciembre de 2010. [4] [5]

Ahora bien, existe un verdadero y constante “gasolinazo” en Colombia. Un “gasolinazo” del cual muy poco se discute. En nuestro país está en marcha una política de estímulo a las trasnacionales del sector y de aumento exacerbado del precio de los combustibles, lo cual golpea fuertemente las endebles economías de los hogares colombianos, la gran mayoría con ingresos por debajo del salario mínimo, $535.600 pesos. Como muestra de lo primero, el Ministro de Minas y Energía, Carlos Rodado Noriega, informó que, a la fecha, el gobierno de Juan Manuel Santos ha firmado más de 60 contratos de exploración, y que la meta del actual presidente es llegar a los 205 contratos con diferentes compañías multinacionales[6], obviando por cierto a ECOPETROL, empresa estatal que tiene serias intenciones de privatizar del todo.

Con respecto al aumento del valor de los combustibles, la Asociación Colombiana de Ingeniería de Petróleos, ACIPET, calcula que entre el año 2002 y el año 2011 se ha dado un escandaloso incremento en los precios de combustible de 360%. En diciembre de 2010 el precio de la gasolina aumentó entre $157 y $263, y $211 el ACPM[7]; en marzo de 2011 aumentó $210[8]; y en abril de este año el incremento es de $155. El Ministerio de Minas y Energía argumenta que los aumentos se deben a “que los precios internacionales del petróleo siguen en un nivel alto y con tendencia al alza”, y que “el incremento en los precios de la gasolina y el ACPM se hace necesario con el fin de ayudar a reducir el déficit del Fondo de Estabilización de Precios a los Combustibles, FEPC, que al 28 de febrero superó los $393.000 millones de pesos”.[9]

El gobierno de Santos ha sido muy claro en señalar que en el Presupuesto General de la Nación no hay ni habrá espacio para los subsidios a los combustibles, y que la gasolina deberá remunerarse a paridad importación[10], tal como lo definió la resolución 82438 de diciembre 23 de 1998[11], lo que quiere decir que los colombianos tendrán que pagar la gasolina como si fuesen importadas en su totalidad las necesidades internas de hidrocarburos, lo que constituye un brutal ataque a sus bolsillos, y una grave falsedad con propósitos maquiavélicos.

Es inaudito que mientras la producción neta de petróleo y gas de ECOPETROL aumentó en 2010 un 15,0% frente al 2009[12] los precios en Colombia continúan al alza. Además de esto, ECOPETROL produjo en el 2010 más 615 mil barriles de petróleo al día, un incremento de 18,3% contrastándolo con el año 2009, año en el cual produjo 520 mil barriles equivalentes de petróleo diarios (KBPED).[13]  Parte de este problema encuentra su fundamento en la alta carga impositiva sobre el precio final del combustible. De hecho, si tomamos el IVA, el impuesto global y la sobretasa que se aplica a la gasolina, encontramos que representa el 28, 09% del precio final de la gasolina corriente (tomando como base el precio de Bogotá).

A lo anterior debemos sumarle que el Gobierno Nacional decidió atar el precio del combustible que pagan los colombianos a los precios internacionales. Recordemos que el precio del barril llegó a US $147.50 en julio de 2008, luego cayó abruptamente para luego ascender, y hoy cotizarse en US $ 108,47 el barril. Misteriosamente los colombianos no nos hemos beneficiado del descenso del precio del barril a nivel internacional, como se supondría ha debido pasar, y todo porque el Gobierno, tan acostumbrado a ello, cambió las reglas a mitad del juego y decidió arbitrariamente congelar los precios, lo que nos ha llevado a pagar una de las gasolinas más caras del mundo.

Para el grueso de la población colombiana es insoportable esta gravosa carga, la cual, inmisericordemente, el gobierno de Juan Manuel Santos sigue recargando. Es imprescindible iniciar un debate que sirva para ilustrar a todos nuestros compatriotas sobre las causas, consecuencias y soluciones a tamaño ultraje. Llegado ese momento millones de colombianos coronaremos con creces el sendero trazado por nuestros compatriotas bolivianos frente a este verdadero “gasolinazo”, y a través de multitudinarias movilizaciones coronaremos un proyecto de Estado verdaderamente democrático.




[1] http://www.gacetaoficialdebolivia.gob.bo/normas/verGratis/138884
[3] http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2011/01/110103_bolivia_gasolinazo_costo_politico_fp.shtml
[4]http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2010/12/101231_bolivia_anulacion_decreto_aumento_gasolina_ra.shtml
[5] http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2011010103
[6] http://www.portafolio.com.co/noticias/economia-hoy/firmados-mas-de-60-contratos-para-busqueda-de-hidrocarburos
[7] http://www.elespectador.com/articulo-237926-precio-del-galon-de-gasolina-sube-entre-157-y-263-pesos
[8] http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-9000747
[10] http://www.elespectador.com/economia/articulo-242509-combustibles-seguiran-al-alza-primer-trimestre-de-2011?page=1
[11] http://201.221.149.187/files/sii_14874_des_item.pdf

LA VERDADERA BOFETADA



22 de Marzo de 2011

Sergio Muñoz, Presidente OCE-Unicesar.


El debate sobre la ratificación, por parte del Congreso norteamericano, del TLC Colombia-E.E.U.U parece no tener fin. Luego de apresuradas negociaciones en las cuales el equipo colombiano entregó todo a cambio de nada (incluidas las denominadas “franjas rojas”) terminó la ronda de negociaciones en febrero 27 de 2006. El funesto resultado era algo anunciado por la Presidencia de la República: Fue Colombia la mayor interesada en que comenzáramos las negociaciones para alcanzar un TLC con los Estados Unidos”[1]. A cualquier precio, faltó añadir.

Gracias a la resistencia y movilización de los pueblos colombiano y norteamericano, la tanda de negociaciones se prolongó más de lo normal y, lo más importante, se ha impedido que entre en vigor. El 6 de marzo de 2005 los indígenas del Cauca realizaron una consulta frente al TLC, la cual arrojó un rechazo unánime al Tratado. Análogos resultados se desprendieron de las consultas realizadas por estudiantes y por productores de clima frío. El gobierno de Álvaro Uribe ignoró olímpicamente estas genuinas expresiones democráticas y populares.

En maratónicas sesiones, la mayoría uribista del Congreso de la República de Colombia aprobó el TLC firmado entre los dos gobiernos, y la Corte Constitucional hizo lo propio, con salvamento de voto del magistrado Jaime Araújo Rentería. En sentido contrario, en abril del 2008 la mayoría demócrata de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, por 294 votos contra 195, envió el TLC al “congelador”. Que nadie se llame a engaños, los demócratas, con Nancy Pelosi a la cabeza, salvaron al TLC, el cual, de haberse sometido a votación, se hubiese hundido debido a las contradicciones formales con George W. Bush.

EL gobierno de Obama ha hecho un sinnúmero de veces referencia a la necesidad de aprobar el TLC con Colombia, pero ha dejado muy en claro que su gobierno tiene otras prioridades, entre ellas el TLC con Corea del Sur y con Panamá. Afortunadamente meros “cantos de sirena” han resultado ser las declaraciones de legisladores, líderes políticos y miembros del gabinete de Barack Obama sobre brindarle “un nuevo aire” a este nefasto tratado.

En reciente visita a Colombia, el excandidato presidencial republicano John McCain afirmó que “sería una bofetada al Gobierno y los colombianos si no aprobamos el Tratado de Libre Comercio”[2]. Lógicamente su interés se reduce a utilizar el TLC como mecanismo para contrarrestar, así sea sutil y momentáneamente, los efectos de la más grave crisis originada en el país, cuyo costo se ha cargado sobre los hombros de los menos favorecidos, y que se ha extendido por todo el globo llevando a la tumba a las economías más dependientes de la dinámica comercial y monetaria de Estados Unidos. Esta percepción es propia de la dogmática ideología neoliberal, quien ve en el libre y anárquico  desarrollo de las fuerzas del mercado el súmmum de la política económica moderna, ignorando la realidad.

Las revelaciones de los cables diplomáticos expuestos por Wikileaks confirman lo que todo el mundo sabía: Estados Unidos utiliza su diplomacia y sus embajadas como frentes y comandos de batalla, prestos a cualquier acción para llevar a feliz término sus intereses. En las recientes revelaciones realizadas por El Espectador[3] con respecto a Colombia se muestra de manera clara el servilismo de nuestra dirigencia y la intromisión del gobierno estadounidense hasta en los menores asuntos internos. Las relaciones de dominación, de dependencia, de sometimiento, de explotación,  son la verdadera bofetada a nuestro país.



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