Gonzalo Bravo Pérez, estudiante inmolado el 8 de junio de 1929. |
EN COLOMBIA TODAS LAS VÍCTIMAS son iguales, pero algunas son más iguales que las otras. Rodrigo Uprimny
José Rubén Castillo García* - Papel Salmón
Un día como mañana hace 80 años en un caso y 55 en el otro, el destino volvió iguales o al menos parecidos a los jóvenes Gonzalo Bravo Pérez y Uriel Gutiérrez Restrepo. Ambos fueron centro de atención de la opinión pública, no por lo que hicieron sino por lo que no les dejaron hacer. Ambos inertes, fueron acompañados a la última morada por la población, entre otras razones, porque no tuvieron el derecho a morir de forma natural.
Gonzalo, joven de 20 años, estudiante de segundo grado de leyes en la Universidad Nacional, hijo del empresario Julio Bravo y de doña Leticia Pérez, hermana de Gonzalo Pérez, quien fuera Magistrado de la Corte Suprema de Justicia y amigo íntimo del presidente. Esta circunstancia le permitió a Bravo Pérez tener acceso fácil al Palacio de Gobierno y convertirse en amigo de los hijos del presidente.
Uriel era un estudiante de Medicina y de Filosofía también de la Universidad Nacional, a quien hoy se recuerda por aportar su nombre a las residencias universitarias con sede en Bogotá. No conocía al primero, tampoco era amigo del Presidente, pero sin duda había escuchado mencionar los sucesos que pasaron un cuarto de siglo antes, y estuvo presente expresando su rechazo al asesinato de aquel sin pensar que la respuesta de las fuerzas armadas le llevarían a compartir un destino similar, el de ser recordado como otro mártir del movimiento universitario.
Gonzalo se fue solo mientras que a Uriel le acompañaron otros trece estudiantes, entre ellos uno extranjero. Estos últimos, fueron asesinados por el Batallón Colombia que acababa de llegar de la Guerra de Corea. Era el 9 de junio de 1954.
Los sucesos del viernes 7 de junio de 1929
En la mañana, los estudiantes participaron de las brigadas que se encargaban de agitar en el centro de la ciudad. En una de ellas estaba Gonzalo. También se dice que “A las cinco de la tarde se desarrollan nuevos mítines que convergen en la Plaza de Bolívar. Allí hablan varios oradores jóvenes, entre ellos Carlos Lozano y Lozano, Luis Eduardo Nieto Caballero y Gabriel Turbay, quienes entonces pasaban por ‘socialistas’”.
Al iniciar la noche, diversos grupos de estudiantes continuaban reunidos. El de leyes y amigo del presidente, se encontraba cerca de palacio y según Alejandro Vallejo, el joven periodista que escribió sobre esos acontecimientos, cerca de las nueve “había cumplido un delicado deber de amistad; había estado a dejar a la puerta de uno de los cuarteles de San Agustín a su amigo y primo el capitán Martínez Pérez… al lado del capitán iba un estudiante que lo cubría contra todo posible desaire… un estudiante ese día era la autoridad; su sombra, un salvoconducto”.
Luego de apoyar a su amigo, Gonzalo se dirigió al centro por la calle octava cerca a la carrera séptima, al parecer con el fin de “ir a cenar a Palacio”, sector en el cual había reductos de estudiantes que aún se encontraban en mitin, cerrando calles, cuando sonaron los disparos algunos dicen que del Batallón guardia presidencial, otros que de la policía. El resultado, los gendarmes que vigilaban el costado occidental del palacio de gobierno habían disparado, y una de esas balas le impactó en la espalda. Sin duda, con ello se producía el primer mártir de los estudiantes del siglo XX, lamentablemente no el último. Al parecer se encontraba en el lugar equivocado, estaba cerca del sitio donde una piedra lanzada por un gamín dio en uno de los vidrios de los balcones del palacio, razón que se evidenció como causa suficiente para segar esa vida.
“Que extraños son los anuncios del azar -dice Germán Arciniegas- Aquel adolescente a quien hirieron y mataron los guardias de palacio era entre todos los universitarios el que más cerca estaba del señor presidente. Su padre vivía unido al primer mandatario por viejos lazos de amistad, se debían entrambos distinciones y gentilezas. Cuando el señor presidente, supo a quién se había asesinado, él, que había oído impasible los relatos de las bananeras, cargado de distinciones al autor de la roja hecatombe, visto crecer y subir en torno suyo la impunidad y el cinismo, supo en un instante lo que era la muerte dada sin justicia. Del fondo de su alma salieron a la flor de sus labios estas palabras, como un mensaje que recogía su memoria de otros tiempos: ‘si yo pudiera dar mi sangre para salvar la vida de ese estudiante…’”. Antecedentes inmediatos Seis meses atrás se presentaron los acontecimientos de las bananeras, cerca de Cienaga -Magdalena-, allí hubo otras víctimas. El presidente era Miguel Abadía Méndez y el jefe militar de la zona donde se realizó la masacre de los obreros era el general Carlos Cortés Vargas, quien fue considerado por la opinión pública como responsable de la misma. El Ministro de Guerra Ignacio Rengifo conservó su cargo, dado que fue uno de los defensores de la medida de fuerza. Además de los anteriores, otros dignatarios que actuaban con la complacencia presidencial fueron identificados por la población de la capital como el grupo “La rosca”, entre los cuales se destacaban el Ministro de Obras Públicas Arturo Hernández (Chichimoco), el gobernador de Cundinamarca Ruperto Melo, el Gerente del acueducto de Bogotá Alejandro Osorio y Hernando de Velasco, gerente de la Empresa Municipal del Tranvía de Bogotá, cuñado del presidente. Estos personajes se caracterizaban por manejar la administración local otorgando prebendas personales a sus más cercanos colaboradores, por lo cual les endilgaron el apelativo de ‘los manzanillos’. Se veían aparecer expresiones de inconformidad contra los gobernantes, por la corrupción y el manzanillismo con que regentaban la capital. Aparecían denuncias contra la deshonestidad que campeaba en la administración pública. En este marco, se realizaron las protestas contra esta camarilla y las movilizaciones que se hicieron ese junio tuvieron el apoyo de los grupos liberales, algunos sectores del partido conservador e incluso del clero. En la revista Suversión N° 564 (2) noviembre 1993, Bogotá, se puede observar con más detalle lo ocurrido en esta coyuntura: “La creciente ola de escándalos financieros y administrativos movió al flamante Alcalde de Bogotá, Luis Augusto Cuervo, a descabezar a ‘La rosca’ destituyendo (4 de junio de 1929) a los Gerentes Velasco y Osorio. Ante esta medida, el ‘enroscado’ Gobernador Melo destituye al Alcalde Cuervo y repone a sus cómplices. Pero las elecciones presidenciales de 1930 se acercan y los partidos aprovechan la ocasión para hacer campaña. El día 6 de junio se realiza una caudalosa manifestación de apoyo a Cuervo. En su transcurso se levantan voces de protesta por los crímenes de ‘La rosca’ y por las matanzas de campesinos del año anterior. Entre los oradores del acto multitudinario, están Silvio Villegas (el futuro ‘Leopardo’ conservador) y Jorge Eliécer Gaitán (el futuro ‘Tribuno del Pueblo’). La policía montada detiene violentamente la manifestación en la esquina de la Iglesia de San Francisco, pero un nutrido grupo logra llegar hasta el Palacio Presidencial entonces situado en la calle 8 con carrera 7. Allí la policía vuelve a atacar: un sargento arrebata la bandera nacional a un grupo universitario, la pisotea y ordena la brutal represión. El tumulto se agiganta con la participación de obreros, empleados y otras gentes del pueblo. “La terrible lucha callejera enardece a los universitarios, que se toman la dirección del movimiento. Una asamblea realizada esa noche en la Casa del Estudiante (en pleno centro) acuerda el paro general para el día siguiente y el saboteo al tranvía municipal. El Comité Ejecutivo de la Federación Nacional de Estudiantes, formado por Manuel Antonio Arboleda, Mario Aramburo, Diego Luis Córdoba, Luis Alberto Bravo y Hernando Echeverry, lanza un comunicado de respaldo. El Centro Departamental de Estudiantes de Cundinamarca, presidido por un joven fogoso y elocuente de nombre Carlos Lleras Restrepo, junto con Ángel Echeverry, Isabel Montaña, Ernesto Molano Castro y Antonio Vicente Arenas, declara oficial la huelga. Hasta la ‘Reina de la Universidad’, Beatriz Ucrós Guzmán, ‘distinguida dama de la sociedad bogotana’, se declara contra ‘La rosca’. Paralizada la Universidad, los comerciantes se pliegan al movimiento y Bogotá asume el aspecto de una ciudad muerta”. En El Tiempo aparecen los mismos datos y se agrega : “El 7 se constituye en Bogotá una junta patriótica para exponer al Presidente los anhelos de la ciudad. El ministro de Gobierno, doctor Rodríguez Diago, se solidariza con el pueblo y desautoriza los bárbaros atropellos de la policía nacional comandada por el general Cortés Vargas. (…) La República entera se solidariza con el movimiento cívico de la capital. El 8 la ciudad, enlutada, rinde homenaje a los despojos fúnebres del estudiante Bravo Pérez y en la más hermosa manifestación que haya presenciado Bogotá, acompaña el cadáver del sacrificado hasta la Asociación Nacional de Estudiantes, donde permanece en capilla ardiente. (…) El 9 de junio el cadáver del estudiante Bravo Pérez es llevado a la última morada en medio del respeto y el recogimiento del pueblo bogotano.” Consecuencias El día 8 de junio de 1929, en el Gun Club de Bogotá, se reúnen el presidente de la República y representantes de la élite política, discuten los acontecimientos y se decide pedir la renuncia a los funcionarios de “La rosca”. Lo que no se hizo con la muerte de muchos obreros meses antes, se pudo hacer debido a la muerte de un estudiante amigo del primer mandatario. Además de los gerentes mencionados cayeron de los cargos Rengifo y el general Cortés Vargas. El domingo 9 de junio de 1929, una gran multitud de personas acompaña el féretro del estudiante Bravo Pérez, se denuncia la represión y se solicita el retiro del Presidente Abadía de sus cátedras. El cadáver es inhumado y 20 días después en el palacio, el gobernante reinició sus clases y les habló a los jóvenes de Derecho… continúa la normalidad. Los diversos actores, buscan la manera de negociar con el primer gobernante, este se compromete a realizar las exhaustivas investigaciones a las cuales nos tienen acostumbrados, y la “investigación penal” demuestra que “la policía no había gastado un sólo cartucho en las jornadas cívicas”, que “la escolta de Palacio tampoco había gastado un sólo cartucho de dotación” pues ni siquiera se había asomado cuando escuchó la gritería en la calle, y que la muerte del estudiante Bravo Pérez era un misterio insondable. De manera similar, un 9 de junio esta vez de 1954 es inhumado el cadáver de Uriel Gutiérrez Restrepo, también los de sus compañeros fallecidos. Se hacen “investigaciones exhaustivas”, y se concluye que fue un “acto de legítima defensa”, eso para un ejército que venía de participar de la Guerra en Corea. Hoy los estudiantes recuerdan a sus mártires, no sólo los mencionados sino a todos aquellos que han perecido por causa de sus convicciones y que han luchado por hacer realidad el sueño de encontrar una Patria equitativa. *Profesor Titular de la Universidad Autónoma de Manizales. Docente investigador del Departamento de Ciencias Humanas y miembro del Grupo de Ética y Política.
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