Opinión| 17 Jul 2009 - 10:08 pm
Julio y Uribe
Por: Álvaro Camacho Guizado
En algunos no porque sienta que ha actuado mal, sino porque con ellos se ha dibujado un panorama del país que contradicen lo que él ha expresado como su ideal de “patria”.
En primer lugar, se ha producido un nuevo “falso positivo”. No se trata esta vez de matar jóvenes inocentes para hacerlos pasar por subversivos. No, ahora se trata de dar la orden de matar a un hipopótamo, también inocente, porque los responsables del Ministerio del Medio Ambiente no sabían qué hacer con él. Se pretendió obviar el problema con una solución bárbara, que se disfrazó de un acto de protección a unos campesinos que se quejaron de que el animal había matado unas vacas, pero que no querían que se matara a ‘Pepe’, como lo habían bautizado en un acto que refleja cierta compasión.
En segundo, la terna enviada a la Corte para la elección del Fiscal General. Según expertos juristas, ninguno de los tres candidatos cuenta con mérito. Uno de ellos ha sido denunciado por ejercer tráfico de influencias; otro por haber auspiciado la práctica de los “falsos positivos”, y la tercera por su falta de experiencia en el poder judicial y por mostrar como méritos que fue asesora del presidente cuando era gobernador de Antioquia y ser asesora del Ministro de Transporte. Su selección por parte del Presidente mostró que es más importante tener amigos que jueces en el poder judicial.
El tercero, el anuncio de que el mandatario ofrece al gobierno de Estados Unidos tres bases aéreas, y le ofrece otras dos como ñapa, muestra que los esfuerzos para congraciarse con Obama y lograr que el Congreso de ese país conceda el TLC no encuentran límites en la dignidad y la soberanía.
Ni en la lógica: si el presidente insiste en que el gobierno va ganando la guerra contra las Farc, y que el narcotráfico se ha reducido (así lo informó el ex ministro Santos), no se ve por qué se necesitan bases militares estadounidenses. No importa tampoco que la decisión no sea consultada con el Congreso de la República, ni con la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores. Basta que sea una decisión presidencial. Y punto.
Cuando en América Latina se respiran ciertos aires de independencia y alguna altivez frente a los Estados Unidos, Uribe se ubica en el viejo modelo de subordinación a la potencia, lo que sin duda obstaculizará las relaciones con los demás gobiernos de la región. Eso de tratar de establecer un rotundo contraste con el presidente de Ecuador puede servir para satisfacer el fanatismo de los enemigos de Chávez, Correa y Evo, pero no nos acerca a otros presidentes más sensatos. Al contrario, menos confiarán en Uribe como aliado.
Estos hechos del mes no se pueden utilizar para criticar a Uribe porque no ha cumplido con su programa original de 2002, el Manifiesto Democrático de los Cien Puntos. Cualquiera que lo lea se da cuenta de que en él el candidato no se compromete de manera explícita con la protección del medio ambiente (lo que incluye no matar animales inocentes); tampoco se la juega por la independencia de la Rama Judicial (sólo promete más celeridad en la aplicación de la justicia). Y menos en la garantía de gobernar un país soberano, con una política exterior independiente y digna.
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Álvaro Camacho Guizado
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