La ayuda


Por Antonio Caballero

OPINIÓN. El aumento de la ayuda norteamericana que tan contento tiene a este gobierno sólo servirá para agravar la guerra que vivimos.

Sábado 18 Julio 2009

Primero dijo el entonces Ministro de Defensa Juan Manuel Santos que el gobierno no les daría una base militar a los Estados Unidos. Aquí mismo comenté que esa era la prueba de que pensaba darles varias. Y así ha sido. El actual ministro de Defensa, general Freddy Padilla, informa que son tres: Malambo, Apiay y Palanquero. Agrega que, si por el gobierno fuera, serían por lo menos cinco: "Nosotros hemos solicitado -dijo- entregar también Larandia y Tolemaida". Y al parecer serán en realidad siete, contando las bases navales de Cartagena y Bahía Málaga, que recibirán "visitas" de los buques de guerra norteamericanos. Agrega el general que no es necesario ni siquiera consultar al Congreso (lo cual, en el lenguaje de este gobierno, significa que no van a comprar congresistas con embajadas y notarías), porque "los expertos en esta materia consideran que no se trata de nada nuevo". Y es verdad: la entrega de las bases forma parte de la larga tradición cipaya de abyección ante el imperio de todos los gobiernos de Colombia. Tanto es así que ni siquiera sorprende que esa haya sido la manera escogida por el de Álvaro Uribe para celebrar el bicentenario de la independencia del imperio anterior. Pero lo cierto es que da vergüenza ajena. Tanta, que por contraste parece menos grotesca la idea municipal de los globos aerostáticos con anuncios publicitarios.

Y explica el Presidente, como siempre, que la entrega de las bases a los norteamericanos tiene por objeto conseguir "que nos ayuden en esta batalla contra el terrorismo y el narcotráfico".

Como siempre, digo, porque esa es la excusa (también tradicional) que alega el gobierno para cualquiera de sus actos. Para subir los impuestos o para bombardear a los vecinos, para no llevar a juicio a los paramilitares o para no compensar a sus víctimas. Para lo que le convenga o para lo que se le ocurra. Parece como si no se hubiera dado cuenta de algo que ha sido de sobra comprobado en la historia ya larga de esos dos fenómenos: que ambos son generados en buena medida por la ayuda norteamericana.

En el caso del narcotráfico la evidencia es tan clara que ha acabado por convencer incluso a personas que, en su momento de poder local, se inclinaron ante la presión imperial de los Estados Unidos para combatirlo a sabiendas de que ese combate es la mejor manera de fortalecerlo: es el caso de los ex presidentes Gaviria de Colombia, Zedillo de México y Cardoso de Brasil, firmantes de un reciente documento en el que reconocen que la guerra contra la droga ha sido no sólo inútil sino contraproducente. Ha destruido física y moralmente los países a la vez que conseguía que aumentara el consumo del producto y el poder y la riqueza de las mafias que lo manejan.

En el caso del terrorismo, antes llamado subversión, la relación de causa a efecto también es notoria aunque esté velada por la ideología. No sólo en Colombia, sino en todos los países que han conocido el fenómeno este ha sido fortalecido por el antiamericanismo, fruto a su vez de la "ayuda" procurada a sus gobiernos por los Estados Unidos para combatirlo. Y así es tanto en los países en los que la subversión, hoy llamada terrorismo, ha sido derrotada (la Argentina o Chile), como en los que ha triunfado (Cuba o la Nicaragua de la primera victoria sandinista). Y esto no sólo en América sino en Asia y en África, de Vietnam al Congo, e inclusive en la Europa de la Guerra Fría. Para no hablar del Oriente Medio.

De manera que el aumento de la ayuda norteamericana que tan contento tiene a este gobierno sólo servirá para agravar la guerra en que vivimos. Lo cual explica, de rebote, el contento del gobierno: él vive de que esa guerra se mantenga. Si en Colombia hubiera paz, no habría Uribe.

Me viene a la memoria el razonamiento con el cual la señora Jeanne Kirkpatrick, asesora de Seguridad de Ronald Reagan, trató de persuadir al gobierno de Costa Rica de que aceptara la ayuda norteamericana para armar un ejército, inexistente en el país desde los años cincuenta. "Lo necesitarán -les dijo la consejera de Reagan- para combatir la subversión". "Es que en Costa Rica no hay subversión", le respondieron. Y ella concluyó: "La habrá en cuanto tengan un ejército".

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