Nación. A pesar de que Uribe tenía razón, al país no le fue bien en Unasur.
Una de las exigencias que hizo Álvaro Uribe cuando llegó a Bariloche a la cumbre de Unasur fue que la totalidad de los debates fuera transmitida en directo por televisión. Sus interlocutores accedieron y muchos observadores consideran que al Presidente le habría ido mejor si no le hubieran hecho caso. Porque a pesar del optimismo con que llegó y de la seguridad que tiene en sí mismo como expositor en circunstancias difíciles, en esta ocasión no le fue muy bien.
La verdad es que tal vez era imposible que le fuera bien. Uribe tenía la razón en términos de las preocupaciones de los colombianos, pero esas no eran las que tenían los Presidentes de los otros países de Unasur. Lo que ellos querían escuchar no era una exposición sobre los problemas domésticos del país, trágicos sin duda, sino sobre las implicaciones geopolíticas de la presencia de tropas norteamericanas en el vecindario.
Uribe trató de tranquilizarlos sobre ese punto, pero no lo logró. Su primer discurso fue una presentación sobria y bien documentada de lo que ha representado para el país el flagelo de medio siglo de violencia y recientemente del narcoterrorismo. Todo lo que dijo era verdad y dio ejemplos conmovedores de la barbarie a la que han llegado los grupos armados. Agregó que a eso se sumaba ahora un problema de consumo de estupefacientes que ponía en peligro el futuro de la juventud. Y reiteró una vez más lo que significaba que los subversivos pudieran refugiarse al otro lado de las fronteras para atacar a Colombia y regresar a la seguridad de sus guaridas en territorio extranjero. Registró su preocupación por el hecho de que ante todas esas evidencias la mayoría de los miembros de Unasur no considerara terroristas a las Farc y que en algunos casos hasta les diera tratamiento de aliados políticos.
Sobre la presencia de soldados norteamericanos en bases colombianas expresó una vez más la posición oficial del gobierno en el sentido de que no tenía propósito alguno diferente de combatir el narcoterrorismo, que no afectaba la soberanía colombiana y que no ponía en peligro a ningún país del continente.
La intervención fue escuchada con respeto, pero no pareció cambiar el punto de vista de ninguno de los presentes. Al fin y al cabo, era lo mismo que Uribe le había explicado a cada uno de ellos en la gira relámpago de hace unos días. Lo único que les importaba a ellos era el alcance de las bases. A Colombia, por el contrario, lo que le interesaba era que ese tema fuera tratado como parte de un paquete que incluyera el suministro de armas a grupos ilegales, la carrera armamentista en la región y los acuerdos militares de otros países. Pero al final de la sesión estos puntos terminaron siendo absolutamente marginales. Toda la cumbre gravitó en un punto: qué iban a hacer los gringos en Colombia.
En su segunda intervención, Uribe arremetió contra Chávez al traer a cuento sus amenazas guerreristas y su homenaje póstumo a 'Raúl Reyes'. Esto, que fue lo que más les gustó a los televidentes colombianos, fue mal recibido en Bariloche y le dio la oportunidad a Chávez de no contestar y presentarse como el moderado y el agredido, cuando siempre ha sido lo contrario. Cuando llegó el momento de la foto, la Presidenta de Argentina, Cristina Fernández, tuvo que arrastrar a Uribe para que se uniera al grupo, pues era evidente su disgusto con lo transcurrido. Posteriormente, el gobierno reclamó un triunfo alegando que se habían conseguido algunas importantes victorias. Entre estas estaban que logró incluir en la declaración la necesidad de fortalecer la lucha contra el terrorismo y el tráfico de armas, que no se relegara a la OEA y que no se rechazó el acuerdo con Estados Unidos. Sin embargo, para los que vieron toda la jornada en televisión, las concesiones que obtuvo Colombia dieron la impresión de haber sido aceptadas más como contentillo que por convicción, para que Uribe no quedara en el banquillo de los acusados.
Los discursos
A pesar de que no fue una encerrona porque Colombia contaba con algunos países que querían ayudarle, ninguno de los presentes estaba dispuesto a apoyar sin reservas la versión de las bases que ofrecía Álvaro Uribe. O más aun: ninguno de los Presidentes ve con buenos ojos la presencia militar de Estados Unidos en el continente.
Unos lo decían más de frente que otros. Evo Morales, hablando no tanto como jefe de Estado sino como líder indigenista cocalero, echó una perorata primaria contra el imperialismo yanqui, teñida de lucha de clases y de reivindicaciones históricas. Fue el más radical de todos los presentes y pidió abiertamente el rechazo a cualquier presencia militar norteamericana en el continente, propuesta que no prosperó.
Hugo Chávez estuvo más moderado que de costumbre y, aunque desplegó su carisma y su buen humor, esta vez no fue la estrella del día. Su intervención, sin embargo, sí aportó un elemento nuevo para los presentes. Fue el Libro Blanco del Comando de Movilidad Aérea de los Estados Unidos. En este se revelaba la necesidad que tenía Estados Unidos de tener acceso a algunas bases militares en Suramérica, como parte de la estrategia geopolítica de defensa nacional de ese país. Algunos apartes de ese documento impactaron en el recinto. La base de Palanquero, en Colombia, fue descrita como un punto estratégico clave para la "movilidad" de las plataformas norteamericanas. Aunque el documento no es secreto y estaba en Internet, nadie contradijo a Chávez en su afirmación de que el acuerdo tenía más alcance para Estados Unidos que la simple lucha contra el narcoterrorismo colombiano.
La impresión que el Presidente venezolano le dejó al auditorio era que la versión oficial del gobierno colombiano era solamente la mitad de la historia. Las bases obviamente van a ser utilizadas en la lucha contra el narcoterrorismo y sin duda le servirán a Colombia en ese propósito. Pero también constituían una ficha muy importante en el ajedrez geopolítico de lo que él denomina el "imperio".
Leyó párrafos y párrafos de diversos documentos oficiales del gobierno de Estados Unidos. La mayoría eran incomprensibles para el televidente raso. Pero también aparecían frases que aparentemente le daban la razón. Se afirmaba que desde Palanquero podían salir aviones enormes de transporte C-17 que podrían cubrir todo el continente menos el Cabo de Hornos sin tener que tanquear, se agregaba que desde ese punto de enlace también se podría llegar al África. Se registraba que en Brasil había un sitio óptimo para otro punto estratégico, que era la ciudad de Recife, pero que por la relación política que hay en la actualidad con ese país no se tiene acceso a ese lugar.
La presentación que hizo Chávez de que la cooperación de Colombia y Estados Unidos era un elemento de "la plataforma global de dominación del imperio" fue considerada exagerada por los términos utilizados, pero la connotación de que había intereses estratégicos y militares norteamericanos en el acuerdo sí caló en el auditorio.
La medalla de oro en términos de oratoria se la llevó Rafael Correa, que con verdades, medias verdades y exageraciones refutó prácticamente todos los argumentos de Uribe. Los puntos centrales de su intervención fueron que la lucha contra Estados Unidos es un fracaso y ellos son las víctimas y no los victimarios del fenómeno de la violencia en Colombia. Algunos de estos elementos no eran nuevos, pero el Presidente ecuatoriano estaba inspirado, su discurso estuvo lleno de frases efectistas, a tal punto que logró el único aplauso de toda la reunión cuando mencionó que gracias a bases militares extranjeras se pudo llevar a cabo el ataque británico contra las Malvinas en una invasión que todo el continente repudió menos Estados Unidos, el Chile de Pinochet y Colombia.
Cristina Fernández actuó más como anfitriona que como expositora de fondo, pero en lo poco concreto que dijo dio muestras de que su corazón estaba en el bando de Hugo Chávez y Correa.
Los neutrales fueron Perú, Chile y Brasil. Alan García estuvo a la altura de su reputación de gran orador. Como en el pasado y como aliado de Estados Unidos, apoyó a Colombia. Pero este apoyo fue relativo, pues le introdujo el elemento adicional de la verificación de las bases por parte de los miembros de Unasur, lo cual era casi seguro que el gobierno de Colombia no aceptaría. Michelle Bachelet estuvo neutral y amistosa, pero su intervención fue bastante floja y su exceso de diplomacia la llevó a un callejón sin salida: no dijo nada de impacto.
Y Lula, cuya nueva posición como líder de América Latina lo ha convertido en el hombre que tiene la última palabra, estuvo lúcido, profundo y constructivo. Respaldó a Colombia a través de su apoyo vehemente a la teoría del respeto a la soberanía nacional, pero agregó que para tranquilidad de todos era necesaria una garantía jurídica de Colombia y de Estados Unidos de que ninguna de las actividades llevadas a cabo desde esas bases iría más allá de las fronteras colombianas.
Tal vez su mayor aporte fue hacer una reflexión histórica sobre las relaciones de América Latina con el Primer Mundo y registrar cómo en el pasado los países latinoamericanos se tenían desconfianza los unos a los otros y para su seguridad buscaban alianzas con Estados Unidos o con Europa. Ahora, según él, hay una nueva realidad del siglo XXI, que es la solidaridad del continente y la independencia frente a potencias externas. Y, quedó claro, Brasil se va a encargar de liderar ese nuevo paradigma.
Pudo ser peor
En este último punto que tocó Lula radica el verdadero meollo del asunto. Durante el medio siglo que duró la Guerra Fría, prácticamente todos los gobiernos latinoamericanos eran aliados de Estados Unidos para evitar la llegada del comunismo. La OEA fue creada precisamente para eso y su principal objetivo era evitar la expansión de la revolución cubana que tenía simpatizantes en todos los sectores de izquierda del continente y amenazaba con extenderse como una mancha de aceite.
El héroe de ese momento era Kennedy, e iniciativas como la Alianza para el Progreso lograban neutralizar en gran parte el sentimiento antiyanqui que siempre, en una u otra forma, ha estado presente en América Latina. Y que se fue engendrando en la región debido a las innumerables intervenciones militares y económicas de Estados Unidos en el continente.
En esas décadas representaba el peligro la figura rebelde de Fidel Castro, cuyas conquistas revolucionarias y carisma personal aterrorizaban a las clases dirigentes, Ese espectro pareció haberse desvanecido al desaparecer el comunismo después del colapso de la Unión Soviética y al caer el muro de Berlín.
Por lo anterior no deja de llamar la atención que la cumbre de la semana pasada en Bariloche parecía ser la gran victoria final del agonizante Fidel Castro. Como el Cid Campeador, quien derrotó a sus enemigos después de muerto, Castro en su sudadera azul debió sentirse muy satisfecho de ver a la mayoría de los jefes de Estado latinoamericanos utilizar la misma retórica antiimperialista que él creó y rechazar cualquier tipo de presencia de Estados Unidos en el continente bolivariano.
Lo paradójico de todo este viraje a la izquierda y de esta bola de nieve antiyanqui es que coincide con la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama, el Presidente más progresista que ha tenido Estados Unidos en la historia reciente.
Se podría decir como conclusión de la cumbre de Unasur que pudo haber sido mucho peor. Que se evitó un cruce de insultos o una condena contra Colombia. Que al final todos hablaron de paz y de solidaridad con el país. Y que sin duda alguna le fue muy bien ante los televidentes colombianos, pero ante los Presidentes que asistieron a la cumbre no tanto. La otra realidad es que Uribe salió tan aislado como había llegado. En ese contexto, sigue siendo el niño diferente. Lo que más le interesaba a Colombia, que era la condena al intervencionismo de Chávez, no sucedió y el tema prácticamente no se tocó. Hubo muchas relaciones públicas, pero no hubo cambio de puntos de vista. Uribe llegó con la razón, pero no se fue con la victoria.
La verdad es que tal vez era imposible que le fuera bien. Uribe tenía la razón en términos de las preocupaciones de los colombianos, pero esas no eran las que tenían los Presidentes de los otros países de Unasur. Lo que ellos querían escuchar no era una exposición sobre los problemas domésticos del país, trágicos sin duda, sino sobre las implicaciones geopolíticas de la presencia de tropas norteamericanas en el vecindario.
Uribe trató de tranquilizarlos sobre ese punto, pero no lo logró. Su primer discurso fue una presentación sobria y bien documentada de lo que ha representado para el país el flagelo de medio siglo de violencia y recientemente del narcoterrorismo. Todo lo que dijo era verdad y dio ejemplos conmovedores de la barbarie a la que han llegado los grupos armados. Agregó que a eso se sumaba ahora un problema de consumo de estupefacientes que ponía en peligro el futuro de la juventud. Y reiteró una vez más lo que significaba que los subversivos pudieran refugiarse al otro lado de las fronteras para atacar a Colombia y regresar a la seguridad de sus guaridas en territorio extranjero. Registró su preocupación por el hecho de que ante todas esas evidencias la mayoría de los miembros de Unasur no considerara terroristas a las Farc y que en algunos casos hasta les diera tratamiento de aliados políticos.
Sobre la presencia de soldados norteamericanos en bases colombianas expresó una vez más la posición oficial del gobierno en el sentido de que no tenía propósito alguno diferente de combatir el narcoterrorismo, que no afectaba la soberanía colombiana y que no ponía en peligro a ningún país del continente.
La intervención fue escuchada con respeto, pero no pareció cambiar el punto de vista de ninguno de los presentes. Al fin y al cabo, era lo mismo que Uribe le había explicado a cada uno de ellos en la gira relámpago de hace unos días. Lo único que les importaba a ellos era el alcance de las bases. A Colombia, por el contrario, lo que le interesaba era que ese tema fuera tratado como parte de un paquete que incluyera el suministro de armas a grupos ilegales, la carrera armamentista en la región y los acuerdos militares de otros países. Pero al final de la sesión estos puntos terminaron siendo absolutamente marginales. Toda la cumbre gravitó en un punto: qué iban a hacer los gringos en Colombia.
En su segunda intervención, Uribe arremetió contra Chávez al traer a cuento sus amenazas guerreristas y su homenaje póstumo a 'Raúl Reyes'. Esto, que fue lo que más les gustó a los televidentes colombianos, fue mal recibido en Bariloche y le dio la oportunidad a Chávez de no contestar y presentarse como el moderado y el agredido, cuando siempre ha sido lo contrario. Cuando llegó el momento de la foto, la Presidenta de Argentina, Cristina Fernández, tuvo que arrastrar a Uribe para que se uniera al grupo, pues era evidente su disgusto con lo transcurrido. Posteriormente, el gobierno reclamó un triunfo alegando que se habían conseguido algunas importantes victorias. Entre estas estaban que logró incluir en la declaración la necesidad de fortalecer la lucha contra el terrorismo y el tráfico de armas, que no se relegara a la OEA y que no se rechazó el acuerdo con Estados Unidos. Sin embargo, para los que vieron toda la jornada en televisión, las concesiones que obtuvo Colombia dieron la impresión de haber sido aceptadas más como contentillo que por convicción, para que Uribe no quedara en el banquillo de los acusados.
Los discursos
A pesar de que no fue una encerrona porque Colombia contaba con algunos países que querían ayudarle, ninguno de los presentes estaba dispuesto a apoyar sin reservas la versión de las bases que ofrecía Álvaro Uribe. O más aun: ninguno de los Presidentes ve con buenos ojos la presencia militar de Estados Unidos en el continente.
Unos lo decían más de frente que otros. Evo Morales, hablando no tanto como jefe de Estado sino como líder indigenista cocalero, echó una perorata primaria contra el imperialismo yanqui, teñida de lucha de clases y de reivindicaciones históricas. Fue el más radical de todos los presentes y pidió abiertamente el rechazo a cualquier presencia militar norteamericana en el continente, propuesta que no prosperó.
Hugo Chávez estuvo más moderado que de costumbre y, aunque desplegó su carisma y su buen humor, esta vez no fue la estrella del día. Su intervención, sin embargo, sí aportó un elemento nuevo para los presentes. Fue el Libro Blanco del Comando de Movilidad Aérea de los Estados Unidos. En este se revelaba la necesidad que tenía Estados Unidos de tener acceso a algunas bases militares en Suramérica, como parte de la estrategia geopolítica de defensa nacional de ese país. Algunos apartes de ese documento impactaron en el recinto. La base de Palanquero, en Colombia, fue descrita como un punto estratégico clave para la "movilidad" de las plataformas norteamericanas. Aunque el documento no es secreto y estaba en Internet, nadie contradijo a Chávez en su afirmación de que el acuerdo tenía más alcance para Estados Unidos que la simple lucha contra el narcoterrorismo colombiano.
La impresión que el Presidente venezolano le dejó al auditorio era que la versión oficial del gobierno colombiano era solamente la mitad de la historia. Las bases obviamente van a ser utilizadas en la lucha contra el narcoterrorismo y sin duda le servirán a Colombia en ese propósito. Pero también constituían una ficha muy importante en el ajedrez geopolítico de lo que él denomina el "imperio".
Leyó párrafos y párrafos de diversos documentos oficiales del gobierno de Estados Unidos. La mayoría eran incomprensibles para el televidente raso. Pero también aparecían frases que aparentemente le daban la razón. Se afirmaba que desde Palanquero podían salir aviones enormes de transporte C-17 que podrían cubrir todo el continente menos el Cabo de Hornos sin tener que tanquear, se agregaba que desde ese punto de enlace también se podría llegar al África. Se registraba que en Brasil había un sitio óptimo para otro punto estratégico, que era la ciudad de Recife, pero que por la relación política que hay en la actualidad con ese país no se tiene acceso a ese lugar.
La presentación que hizo Chávez de que la cooperación de Colombia y Estados Unidos era un elemento de "la plataforma global de dominación del imperio" fue considerada exagerada por los términos utilizados, pero la connotación de que había intereses estratégicos y militares norteamericanos en el acuerdo sí caló en el auditorio.
La medalla de oro en términos de oratoria se la llevó Rafael Correa, que con verdades, medias verdades y exageraciones refutó prácticamente todos los argumentos de Uribe. Los puntos centrales de su intervención fueron que la lucha contra Estados Unidos es un fracaso y ellos son las víctimas y no los victimarios del fenómeno de la violencia en Colombia. Algunos de estos elementos no eran nuevos, pero el Presidente ecuatoriano estaba inspirado, su discurso estuvo lleno de frases efectistas, a tal punto que logró el único aplauso de toda la reunión cuando mencionó que gracias a bases militares extranjeras se pudo llevar a cabo el ataque británico contra las Malvinas en una invasión que todo el continente repudió menos Estados Unidos, el Chile de Pinochet y Colombia.
Cristina Fernández actuó más como anfitriona que como expositora de fondo, pero en lo poco concreto que dijo dio muestras de que su corazón estaba en el bando de Hugo Chávez y Correa.
Los neutrales fueron Perú, Chile y Brasil. Alan García estuvo a la altura de su reputación de gran orador. Como en el pasado y como aliado de Estados Unidos, apoyó a Colombia. Pero este apoyo fue relativo, pues le introdujo el elemento adicional de la verificación de las bases por parte de los miembros de Unasur, lo cual era casi seguro que el gobierno de Colombia no aceptaría. Michelle Bachelet estuvo neutral y amistosa, pero su intervención fue bastante floja y su exceso de diplomacia la llevó a un callejón sin salida: no dijo nada de impacto.
Y Lula, cuya nueva posición como líder de América Latina lo ha convertido en el hombre que tiene la última palabra, estuvo lúcido, profundo y constructivo. Respaldó a Colombia a través de su apoyo vehemente a la teoría del respeto a la soberanía nacional, pero agregó que para tranquilidad de todos era necesaria una garantía jurídica de Colombia y de Estados Unidos de que ninguna de las actividades llevadas a cabo desde esas bases iría más allá de las fronteras colombianas.
Tal vez su mayor aporte fue hacer una reflexión histórica sobre las relaciones de América Latina con el Primer Mundo y registrar cómo en el pasado los países latinoamericanos se tenían desconfianza los unos a los otros y para su seguridad buscaban alianzas con Estados Unidos o con Europa. Ahora, según él, hay una nueva realidad del siglo XXI, que es la solidaridad del continente y la independencia frente a potencias externas. Y, quedó claro, Brasil se va a encargar de liderar ese nuevo paradigma.
Pudo ser peor
En este último punto que tocó Lula radica el verdadero meollo del asunto. Durante el medio siglo que duró la Guerra Fría, prácticamente todos los gobiernos latinoamericanos eran aliados de Estados Unidos para evitar la llegada del comunismo. La OEA fue creada precisamente para eso y su principal objetivo era evitar la expansión de la revolución cubana que tenía simpatizantes en todos los sectores de izquierda del continente y amenazaba con extenderse como una mancha de aceite.
El héroe de ese momento era Kennedy, e iniciativas como la Alianza para el Progreso lograban neutralizar en gran parte el sentimiento antiyanqui que siempre, en una u otra forma, ha estado presente en América Latina. Y que se fue engendrando en la región debido a las innumerables intervenciones militares y económicas de Estados Unidos en el continente.
En esas décadas representaba el peligro la figura rebelde de Fidel Castro, cuyas conquistas revolucionarias y carisma personal aterrorizaban a las clases dirigentes, Ese espectro pareció haberse desvanecido al desaparecer el comunismo después del colapso de la Unión Soviética y al caer el muro de Berlín.
Por lo anterior no deja de llamar la atención que la cumbre de la semana pasada en Bariloche parecía ser la gran victoria final del agonizante Fidel Castro. Como el Cid Campeador, quien derrotó a sus enemigos después de muerto, Castro en su sudadera azul debió sentirse muy satisfecho de ver a la mayoría de los jefes de Estado latinoamericanos utilizar la misma retórica antiimperialista que él creó y rechazar cualquier tipo de presencia de Estados Unidos en el continente bolivariano.
Lo paradójico de todo este viraje a la izquierda y de esta bola de nieve antiyanqui es que coincide con la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama, el Presidente más progresista que ha tenido Estados Unidos en la historia reciente.
Se podría decir como conclusión de la cumbre de Unasur que pudo haber sido mucho peor. Que se evitó un cruce de insultos o una condena contra Colombia. Que al final todos hablaron de paz y de solidaridad con el país. Y que sin duda alguna le fue muy bien ante los televidentes colombianos, pero ante los Presidentes que asistieron a la cumbre no tanto. La otra realidad es que Uribe salió tan aislado como había llegado. En ese contexto, sigue siendo el niño diferente. Lo que más le interesaba a Colombia, que era la condena al intervencionismo de Chávez, no sucedió y el tema prácticamente no se tocó. Hubo muchas relaciones públicas, pero no hubo cambio de puntos de vista. Uribe llegó con la razón, pero no se fue con la victoria.
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