Cómo has cambiado, mercado

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Postre de notas / Cómo has cambiado, mercado

Ilustración de Matador para el postre de notas. Foto: Matador
Ilustración de Matador para el postre de notas.


Cuando yo era niño, el mercado era muy diferente a lo que es hoy. Se trataba de objetos que se podían tocar y probar, y no una entidad abstracta e intangible, como ahora. Dios estaba en la iglesia, con el sacerdote, y el mercado en la plaza. Ahora el mercado es dios y sus sacerdotes son los financistas y empresarios.

Cuando yo era niño, el mercado no era un lugar tan peligroso como ahora. La gente iba al mercado; el mercado no iba a la gente, y mucho menos con intención de aplastarla. Además, la gente se comía el mercado; el mercado no se comía a la gente. 

- Niños, por favor, el mercado tiene que durar una semana: no se lo devoren entre hoy y mañana...

Cuando yo era uno de esos niños que devoraban el mercado entre hoy y mañana, el mercado no pensaba. No tenía por qué pensar. Era un surtido de alimentos, yerbas, utensilios de cocina, prendas de vestir bastas y baratas, flores y otras cosas -jaulas, alpargatas, ratoneras, zurriagos- que se disponían encima de costales o se exhibían en cajas de palo y canastos.

Se ofrecía el mercado en plazas y centros de abastecimiento grandes y pequeños. Era preciso negociar el mercado con comerciantes de ronca voz y bigote hirsuto -mayormente señoras- que ofrecían mercancías de su propio cultivo. La marchanta pedía un precio, el cliente decía que estaba muy caro, la marchanta le echaba la culpa al costo de la vida y al final encontraban una cifra equilibrada y se producía la transacción. La marchanta metía las monedas entre una bolsita percudida y guardaba luego la bolsita en la doble caja de seguridad de sus robustos pechos. Como remate, agregaba una ñapa para tener al cliente contento.

Todo ha cambiado. Ahora nos informan a diario con terror lo que piensan los mercados (mejor en plural: asusta más hablar de los mercados que del mercado), cómo se portan los mercados, si los mercados están molestos o si no lo están.

- Mmhhh... me temo que esta clase de intervenciones no les gustan a los mercados.

También hablan de "la tranquilidad de las bolsas" o "la inquietud de las bolsas", y supongo que se refieren a las bolsas de los mercados, moderno sustituto plástico de los antiguos costales. 

Yo recomiendo las bolsas biodegradables.

Pero quienes hablan a nombre de los mercados no son ya las marchantas sino unos ejecutivos de traje de marca y corbata de seda que imponen precios y no dan ñapas. Poco les importa que el cliente esté contento o no. Con que pague, basta. Y las cajas fuertes no son ya dos rotundas y ubérrimas fuentes de vida y de salud, sino oscuras galerías de bancos que se avergüenzan de lo que hacen y por eso casi siempre ocupan plantas subterráneas.

En el mercado que yo conocí cuando niño no había documentos ni firmas, básicamente porque pocos de los que participaban en él sabían leer o escribir. Todo era de palabra, y la palabra era sagrada.

- Marchantica, fíeme dos docenas de papas que el domingo se las pago.

Y si la marchantica asentía, se producía un acuerdo blindado, indestructible, cuyo aval eran siglos de comercio entre gente humilde pero decente.

Ahora no. Usted deja un depósito en el banco y cuando acude a recoger el dinero es probable que el gerente le diga:

- Lo siento, pero no puedo devolverle sino la mitad porque los mercados reaccionaron mal este mes.

Los mercados actuales reaccionan, opinan, se oponen, rechazan, aprueban, aplauden, engañan, estafan...

Pero lo grave no es eso. Lo grave es que cuando yo era niño se sabía quiénes manejaban el mercado: eran la comadre Jacinta, don Pedrito el papero, la hija de la tuerta, el Gato Pérez... 

Ahora, en cambio, no sabemos quiénes manejan el mercado, pero nos consta que el mercado lo maneja todo y que sus víctimas son la comadre Jacinta, don Pedrito el papero, la hija de la tuerta, el Gato Pérez. Y yo y usted, y nosotros, vosotros y ellos...

Por Daniel Samper Pizano

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