Los nombres de las cosas

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Por Antonio Caballero

Tratado de Libre Comercio. Suena bien. Pero no es para liberar el comercio, sino para supeditarlo a los intereses de Estados Unidos. Y no es un tratado, sino una imposición arrogante.

Sábado 15 Noviembre 2008

Circula en Internet un estupendo sainete de dos cómicos ingleses que explican el tema de la crisis financiera. El uno, en el papel de periodista económico, entrevista al otro, que responde como banquero de inversión. Al cabo de un rato de hilarantes descripciones sobre el funcionamiento del mercado llegan a la revelación final del secreto de las "burbujas": todo está en la confianza que inspiran los nombres.

—¿Dice usted el prestigio de una firma?

—No. Los nombres, los nombres. Que un fondo de inversiones se llame de tal o de cual manera. Si tiene en el nombre la palabra "high" (alto) es mejor que si tiene la palabra "low" (bajo).

—Claro, claro, claro...

Así pasa también, por ejemplo, con el juego de las pirámides, tan de moda entre nosotros últimamente. Una de las que se acaban de hundir, y que se llevó por delante los ahorros de la inverosímil cifra de dos millones de clientes, tenía un nombre estupendo: 'Proyecciones DRFE' (Dinero Rápido, Fácil y en Efectivo). No hubiera atraído a tanta gente si se hubiera llamado Dinero Demorado, Difícil y en Bonos a Largo Plazo del Departamento de Nariño (DDBLPDN). Así pasa también, por poner otro ejemplo, con la llamada Seguridad Democrática. Ni es seguridad, ni es democrática; pero que se llame así inspira confianza. Los fraudes reposan siempre sobre los nombres, que ocultan y disfrazan la realidad de las cosas.

Es el caso del TLC de Colombia con los Estados Unidos que tanto interesa a algunos empresarios avisados, a algunos funcionarios del gobierno que están en el secreto, y a la infinidad de incautos engañados por la sonoridad del nombre. Tratado de Libre Comercio. Suena bien. Pero no es para liberar el comercio recíproco, sino, al contrario, para supeditarlo a los intereses de los Estados Unidos mediante normas dictadas por su gobierno. Y no es un tratado, sino una imposición arrogante de ese gobierno y una abyecta entrega del gobierno y del Congreso de Colombia.

Por eso, y para saber lo que de verdad significa el TLC, no hay que fijarse en cómo se llama sino en quiénes son sus defensores. Tanto los de aquí como los de allá, que en fin de cuentas son del mismo bando: la derecha neoliberal del poder económico. Aquí, además del gobierno y de los funcionarios y políticos cuyo futuro está ligado al de Uribe, un puñado de empresarios exportadores que cuentan con la ventaja comparativa de los salarios baratos y el debilitamiento de las trabas sindicales. Allá, los mismos: el gobierno de Bush y su partido, el republicano, y las grandes corporaciones que lo apoyan y en los cuales se apoyan a su vez ellos. Así, Bush acaba de proponerle al presidente electo Obama un trueque: el respaldo de su gobierno moribundo al plan demócrata de rescate de la industria automotriz a cambio del respaldo del Congreso demócrata de Obama al TLC con Colombia del gobierno de Bush. El Wall Street Journal, periódico republicano, aplaude la idea. En cambio el jefe de gabinete de Obama, Rahm Emanuel, la rechaza diciendo que no se deben mezclar las "cosas esenciales", como es el rescate de la industria del automóvil (que no sólo genera cientos de miles de empleos sino que es el símbolo mismo de la prosperidad de los Estados Unidos) con las secundarias, como es un tratado de libre comercio con un país cuyo único producto que tiene peso en las importaciones norteamericanas es también el único que, por ser ilegal, se queda por fuera del tratado: la cocaína.

Pues los demócratas no se oponen al TLC por las razones nobles que alegan: proteger los derechos humanos y sindicales, tan maltratados en Colombia por todos los gobiernos. Ese argumento suena bien, pero no es cierto. Lo que defienden de verdad los demócratas, como es natural, son los intereses de quienes los respaldan a ellos: sus propios votantes y trabajadores sindicalizados, que con el TLC salen perdiendo por dos razones: porque las industrias norteamericanas exportan su empleo a países donde los salarios son más bajos y no hay sindicatos que defiendan a los trabajadores, lo cual genera o aumenta el desempleo allá; y porque la quiebra agrícola de esos mismos países (abrumados por las exportaciones subvencionadas del sector agrícola norteamericano, que no genera empleo) aumenta la importación de trabajadores inmigrantes que abaratan el empleo allá. Dos cosas que, en cambio, les convienen a las grandes corporaciones que apoyan a los republicanos de Bush y se apoyan en ellos, y en nombre de las cuales habla el Wall Street Journal.

Que por eso se llama así.

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