Opinión| 23 Mayo 2009 - 1:31 am
La economía no tiene la universalidad de las otras disciplinas
Por: Eduardo Sarmiento
Durante un mes se anunció con gran despliegue la presencia de Nouriel Roubini, promocionado como el hombre que pronosticó la crisis financiera. Se esperaba que la ponencia ilustrara la teoría que le había llevado a predecir la crisis antes que todos los mortales. Para sorpresa de muchos, el tema no se tocó, dejando entrever que no había tal teoría y que se trataba, más bien, de un golpe de intuición.
Su diagnóstico sobre Colombia y América Latina no arroja luces. Cuando alguien desconoce las características de una economía, lo mejor que puede hacer para salir del paso es atribuir los comportamientos a fenómenos fortuitos y a proyectar el futuro con la última cifra. En efecto, Roubini atribuye el buen desempeño de América Latina entre 2003 y 2007 a la buena suerte y predice una contracción de la economía colombiana para el presente año de 0,7%, igual al del cuarto trimestre del año pasado. Aspectos como el monumental exceso de capacidad acumulado en 2003, el abandono de las políticas represivas del FMI y su sustitución por políticas expansivas y la configuración de burbujas, no le merecieron la menor atención.
No sobra aclarar que mis anticipaciones han estado fundamentadas en visiones que se apartan del pensamiento convencional. En la columna de marzo 3 de 2007, incluida en el libro La crisis de la economía mundial, anoté que el mundo estaba montado en un orden económico internacional en que los ahorros de los países emergentes provenientes de la represión salarial, en particular de Asia, se envían a EE.UU. para ser colocados en la valorización de activos.
Como ninguno de los dos elementos era sostenible, vaticiné que el andamiaje tenía que venirse abajo en un momento próximo, como lo presagiaban las fluctuaciones de las bolsas. De hecho, la economía de Estados Unidos quedaría expuesta a un cuantioso exceso de ahorro sobre la inversión, que no puede ser explicado por las teorías convencionales y que habría de provocar la caída en dominó de la producción y el empleo y propagarse al resto del mundo.
La parte de recomendaciones no despeja el debate. Luego de plantear un manejo totalmente ortodoxo en materia de equilibrio fiscal, control de la inflación, fortalecimiento del mercado financiero y rechazo a la protección, sugiere en forma afirmativa orientar la economía hacia el mercado interno. Lo que no dice es cómo se logra ese resultado sin déficit fiscal y sin protección. El libre comercio conduce a los países a especializarse en productos inconexos de ventaja comparativa que resquebrajan totalmente el mercado interno. No es posible fortalecer la demanda doméstica con las teorías y el modelo que precipitaron el colapso exportador.
No es la primera vez. En 1999, a raíz de la crisis de ese entonces, Portafolio realizó un foro con la presencia de Jeffrey Sachs, ilustre profesor de la Universidad de Harvard, y comentarios de cuatro colombianos. En mi ponencia sostuve que la crisis, que se presentaba en ese momento con toda intensidad, se debía al modelo económico y la solución estaba en cambiarlo. El comentario suscitó la respuesta del profesor Sachs. En forma enfática, calificó la discusión del cambio de modelo como sibilina y al día siguiente la frase ocupó la primera página de la prensa.
Vivir para ver. En un artículo reciente publicado en el New York Times y traducido en El Espectador, sostiene que la crisis proviene de errores acumulados durante 25 años, entre los cuales destaca la reforma monetaria del banco central autónomo durante la administración Reagan y la desregulación financiera de Clinton. En la misma forma enfática de hace diez años, dictamina que el origen de la crisis es estructural y que la solución no está en las políticas financieras de Obama, sino en el cambio de modelo.
El drama de los académicos de las universidades de Estados Unidos es que durante 25 años se comprometieron con el pensamiento neoliberal. Sus enseñanzas y recomendaciones giraban en torno a las creencias de que los mercados se autorregulan y la competencia conduce a los mayores niveles de bienestar social. Ahora, cuando los hechos han demostrado el monumental fracaso de la teoría y el modelo, han quedado a la deriva. En lugar de abandonar las concepciones invalidadas por la realidad y reformularlas de acuerdo con la experiencia, pretenden explicar y superar los daños con las mismas teorías que los causaron.
Ojalá que estas experiencias sirvan de lección para entender que la ciencia económica no tiene la universalidad de las otras disciplinas y su aplicación requiere de diagnósticos y teorías propias. Muchos de los desaciertos de los últimos años provienen de la inclinación a replicar concepciones, políticas e instituciones sin beneficio de inventario.
El Espectador
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