La prensa nacional divulgó la semana pasada un decreto que el Gobierno mantenía en reserva y que se refiere a la obligatoriedad en Colombia de utilizar, a partir de 2012, en todos los vehículos de menos de dos litros, una mezcla de combustible de 85% etanol y 15% gasolina, lo cual prendió todas las alarmas.
La noticia me tomó por sorpresa, pues actualmente no existen motores desarrollados en el mundo, con esas características, excepto algunas marcas en estado de experimentación en Brasil y en los Estados Unidos.
La producción de etanol a partir de la caña de azúcar, beneficia a los ingenios Manuelita, Providencia, Incauca, Mayagüez y Risaralda, para cuyo montaje de las plantas, obtuvieron grandes incentivos oficiales. Allí se producen 300 millones de litros al año, con el agravante de que no pagan impuestos. Bonito así.
La utilización de agrocombustibles ha sido cuestionada por la ONU y muchas organizaciones ambientalistas en el mundo, que incluso, han propuesto el cierre de las plantas, para aumentar la capacidad agrícola y cubrir las necesidades de millones de seres que hoy pasan hambre.
Colombia no es ajena a esta situación, pues ya se está viendo como, tierras que antes eran destinadas a la producción de artículos de pan coger, hoy se destinan al cultivo de caña, como está ocurriendo en los municipios de la hoya del Río Suárez entre Santander y Boyacá.
Desde hace cinco años el Gobierno y Alcoholes S.A., anunciaron montar una planta de etanol que aún no despega y, sobre esta base, los agricultores aumentaron la producción de caña en 20 mil hectáreas, hasta el punto que, tuvieron que convertir los excedentes de miel en panela, lo cual provocó un desplome en su precio cercano al 30%. Se redujo en cambio la producción de frutales y de otro tipo de alimentos.
La caña es el sector que genera más empleo en el país; 285 municipios producen panela y más de 120 mil familias colombianas viven de la caña panelera. Santander tiene 850 trapiches, los cuales, junto con los de Boyacá, producen el 45% del total de la panela. Esta es nuestra gran preocupación, porque vemos que a los paneleros no los defiende nadie.
El temor de los agricultores es que en el área de Güepsa se siga aumentando la siembra de caña, y la miniplanta de etanol no aumente la producción que hoy es de ridículos cinco mil litros, con lo cual el precio de la panela seguirá cayendo y por supuesto, habrá más pobreza en la región.
Hoy, la panela de una libra, se cotiza en el trapiche en $700. Lo grave es que el consumidor final en las grandes ciudades, tiene que pagar por el mismo producto $1.400. Que lindo negocio para el intermediario.
En conclusión, el Gobierno le hace el negocito a los ingenios azucareros que producen el etanol más caro del mundo; el precio internacional del petróleo cae; producimos nuestra propia gasolina en nuestra refinerías y, mucho ojo, que ahora nos la quieren cambiar por etanol, que es muchísimo más caro y más venenoso que la gasolina.
Nota al margen: Tomás y Jerónimo parecen, más bien, ser los hijitos del Rey Midas: Todo lo que tocan lo vuelven oro.
La producción de etanol a partir de la caña de azúcar, beneficia a los ingenios Manuelita, Providencia, Incauca, Mayagüez y Risaralda, para cuyo montaje de las plantas, obtuvieron grandes incentivos oficiales. Allí se producen 300 millones de litros al año, con el agravante de que no pagan impuestos. Bonito así.
La utilización de agrocombustibles ha sido cuestionada por la ONU y muchas organizaciones ambientalistas en el mundo, que incluso, han propuesto el cierre de las plantas, para aumentar la capacidad agrícola y cubrir las necesidades de millones de seres que hoy pasan hambre.
Colombia no es ajena a esta situación, pues ya se está viendo como, tierras que antes eran destinadas a la producción de artículos de pan coger, hoy se destinan al cultivo de caña, como está ocurriendo en los municipios de la hoya del Río Suárez entre Santander y Boyacá.
Desde hace cinco años el Gobierno y Alcoholes S.A., anunciaron montar una planta de etanol que aún no despega y, sobre esta base, los agricultores aumentaron la producción de caña en 20 mil hectáreas, hasta el punto que, tuvieron que convertir los excedentes de miel en panela, lo cual provocó un desplome en su precio cercano al 30%. Se redujo en cambio la producción de frutales y de otro tipo de alimentos.
La caña es el sector que genera más empleo en el país; 285 municipios producen panela y más de 120 mil familias colombianas viven de la caña panelera. Santander tiene 850 trapiches, los cuales, junto con los de Boyacá, producen el 45% del total de la panela. Esta es nuestra gran preocupación, porque vemos que a los paneleros no los defiende nadie.
El temor de los agricultores es que en el área de Güepsa se siga aumentando la siembra de caña, y la miniplanta de etanol no aumente la producción que hoy es de ridículos cinco mil litros, con lo cual el precio de la panela seguirá cayendo y por supuesto, habrá más pobreza en la región.
Hoy, la panela de una libra, se cotiza en el trapiche en $700. Lo grave es que el consumidor final en las grandes ciudades, tiene que pagar por el mismo producto $1.400. Que lindo negocio para el intermediario.
En conclusión, el Gobierno le hace el negocito a los ingenios azucareros que producen el etanol más caro del mundo; el precio internacional del petróleo cae; producimos nuestra propia gasolina en nuestra refinerías y, mucho ojo, que ahora nos la quieren cambiar por etanol, que es muchísimo más caro y más venenoso que la gasolina.
Nota al margen: Tomás y Jerónimo parecen, más bien, ser los hijitos del Rey Midas: Todo lo que tocan lo vuelven oro.
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