La Constitución, ¿para qué?



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Una perceptiva observadora extranjera pregunta en relación con el proyecto de reformar la Constitución para permitir una nueva reelección de Uribe en el 2010, y la posibilidad de darle otra palomita en el 2014 que se extendería hasta el 2018, si la Constitución no existe precisamente para evitar eso, porque hasta cierto punto las constituciones están ahí para tener permanencia y evitar que las mayorías las puedan cambiar fácilmente.

Las constituciones estables, las que una mayoría política no puede cambiar fácil o arbitrariamente, son una herramienta para evitarles tentaciones a los poderosos.

Un profesor de la Universidad del Sur de California recuerda que Ulises ordenó que lo amarraran al mástil porque él mismo no confiaba que podría resistir el canto de las sirenas cuando se acercara a ellas, y que una constitución robusta nos permite estar seguros, en las áreas para las que deseamos un atrincheramiento constitucional, que las cosas no van a salir mal, teniendo en cuenta que no se puede confiar en el proceso democrático cuando cantan las sirenas (Andrei Marmor, Are Constitutions Legitimate?, USC Legal Studies Research Paper No. 06-9).

Los obstáculos constitucionales a la tiranía de las mayorías cumplen además la función de prevenir conflictos y violencia social y fortalecer a la justicia.

Los constituyentes de 1991 debieron prever esto cuando crearon obstáculos a cambios constitucionales improvisados o dictados por conveniencias coyunturales. Concibieron un complicado trámite legislativo para reformar la constitución. Pero no podían anticipar, porque no existía precedente en Colombia, que ese blindaje no serviría para nada con alguien que detenta el poder que tiene Uribe.

Aunque él ha hecho un par de solicitudes para que lo amarren a un palo y no lo dejen oír a las sirenas, nadie se ha atrevido a hacerlo. Luis Carlos Restrepo se queja en la entrevista que le hizo María Isabel Rueda de que los otros aspirantes a la presidencia del uribismo no han sido capaces de cogerle la caña al jefe, a pesar de que el Presidente anda por Palacio diciendo que no es conveniente que alguien esté en el poder demasiado tiempo.
Quizá les ocurra lo que les sucedía a los colaboradores de Porfirio Díaz en México durante sus últimas tres presidencias. Uno de ellos decía "que desde 1886 se temía más ser señalado como candidato presidencial que ser acusado de parricidio, incendio o traición a la patria (...) Bastaba con que la opinión pública señalara a determinada persona (...) para que el general Díaz se considerara lastimado en su fiera divinidad (...)".

En 1887, el congreso mexicano aprobó la reelección de don Porfirio para un periodo adicional, y la reelección indefinida posteriormente. El mismo colaborador decía posteriormente que "si se prueba que la sexta reelección (de Díaz) es necesaria para bien del país hay que deducir serena y tranquilamente que todavía no hemos logrado ser un pueblo democrático y buscar los argumentos de la reelección en el terreno de las conveniencias (...).

Nadie previó en 1991 que después de seis años de gobierno un presidente fuera respaldado por una abrumadora mayoría de la opinión pública o que ejerciera absoluto dominio sobre una mayoría en el Congreso compuesta esencialmente por clientelistas profesionales, dispuestos a cambiar la Constitución como él quiera.

Javier Cárdenas le pide, en forma insólita, que diga si prefiere el 2010 o el 2014 para proceder a votar (en realidad, lo pueden premiar con la opción de seguir hasta el 2018). Como todo se le hace a la medida, ¿para qué la Constitución, si no es garantía de estabilidad, no ofrece una sucesión ordenada y pacífica en la Presidencia y no previene una excesiva concentración de poder?

Rudolf Hommes

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