El mundo no vivía una turbulencia económica como la actual desde hace 15 años.
Los problemas se hicieron evidentes exactamente un año atrás, cuando explotó la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos. Pero la crisis venía incubándose desde antes.
El relajamiento de las condiciones para acceder a los créditos, dirigido a impulsar la economía estadounidense tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, se sumó a un aumento de la demanda que no ha podido ser atendido por la oferta, a la ausencia de controles para complicados instrumentos que favorecen la especulación y hasta a los extraordinarios costos de la guerra en Irak (50.000 millones de dólares trimestrales).
El resultado es una especie de coctel molotov que se traduce en inflación, menor crecimiento, caída del consumo y mayor desempleo.
Todo esto, a escala planetaria y en medio de una disparada del precio internacional del petróleo, que en el último año se duplicó.
La devaluación del dólar y la consecuente supremacía del euro en el comercio internacional marcan una agenda dentro de la cual las economías emergentes, encabezadas por China e India, parecen ser las que mejor aguantan la coyuntura.
Frente a tantos frentes de batalla que se han abierto, los economistas coinciden en que la inflación es el más delicado. Incluso más que la desaceleración, dado que afecta con mayor intensidad a las economías más pobres y es difícil de solucionar.
Así se lo dijo a EL TIEMPO José Juan Ruiz, economista jefe y director de estrategia y análisis para América del grupo español Santander. De 150 países sobre los que su organización hace seguimiento, ya hay 85 con inflaciones de dos dígitos durante los 12 últimos meses. Por ética y por seguridad de las democracias, sostiene el analista, no se puede permitir que avance esta racha de precios altos.
Al respecto, el Fondo Monetario Internacional (FMI) señala que la inflación mundial cerrará el 2008 sobre 4,7 por ciento, cifra que no se veía desde hace 8 años, mientras el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) estará sobre 2,5 por ciento, 1,2 puntos porcentuales por debajo de lo registrado el año pasado.
Lo que más ha subido son los alimentos. En los últimos dos años, varios de los cereales de la canasta familiar (arroz, maíz, trigo y soya) han presentado alzas de más del 110 por ciento.
Países desarrollados, como España y Alemania, tienen serias preocupaciones porque la inflación ha llegado a niveles récord (respecto del último lustro), con 3 y 4,7 por ciento anuales, respectivamente.
En Estados Unidos es peor. A junio, también en términos anuales, el índice de precios había subido 5 por ciento, una cifra no registrada en 17 años. Y las economías emergentes no están blindadas: China arrastra una escalada de precios que está por encima del 8 por ciento.
Para los analistas, es necesario tomar medidas efectivas y urgentes con el fin de corregir los desequilibrios, pues de lo contrario la rápida desaceleración actual se convertirá en menos de dos años en una recesión, es decir una caída neta del crecimiento.
Sin embargo, hay que tener cuidado con el remedio que se utilizará contra los altos precios, pues la fórmula más recurrente, subir las tasas de interés, puede empeorar la situación si se equivoca la dosis, pues constriñe el crédito y el consumo.
Por eso, el subdirector del FMI, John Lipsky, dijo hace pocos días que los gobiernos y los organismos reguladores necesitan impulsar medidas "decisivas" e "innovadoras" si quieren mantener la estabilidad.
La idea del famoso economista Jeffrey Sachs, consejero del secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, es, por lo menos, polémica: una reducción "significativa" de los programas de biocombustibles de la Unión Europea y, sobre todo, de Estados Unidos, donde el 30 por ciento del maíz cultivado se usa para ese fin.
Esa, dice el director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia (Estados Unidos), sería una buena manera de luchar contra la escasez actual y de hacer que los precios bajen.
Pero mientras llegan las medidas novedosas que reclama el Fondo Monetario Internacional seguirá aumentando el desempleo en el mundo desarrollado, así como la aversión al riesgo, las pérdidas financieras y la temida inflación.
Así lo cree Juan Pablo Fuentes, economista de la firma calificadora Moody's en Nueva York.
Ante esa perspectiva, la esperanza es que el debilitamiento de la demanda mundial haga caer los precios de los productos básicos. Sin embargo, eso afectaría el crecimiento de regiones en desarrollo como Latinoamérica, proveedoras de estas mercancías.
Algunos incluso plantean la necesidad de recuperar teorías que hace décadas se creían exageradas, relacionadas con limitar el desarrollo.
Las más conocidas son las del informe Los límites del crecimiento, realizado por el Instituto Tecnológico de Massachussets en 1972, poco antes de la primera crisis de suministro de petróleo.
Su eje es que el planeta no permite un crecimiento económico continuo, por limitaciones de dos tipos: ambientales y de recursos naturales. En respuesta, los autores propusieron el "crecimiento cero" o "estado estacionario": detener el crecimiento exponencial de la economía y de la población.
Una posición menos dramática y más cercana a lo que cualquier persona puede hacer es la que consigna Amartya Sen, premio Nobel de Economía, en su reciente obra Primero la gente.
Según él, reflexionar sobre las tendencias del consumo y cambiar el estilo de vida, sobre todo en los países más desarrollados, podría bastar.
La economía colombiana no es inmune.
Las noticias que llegan cada día de E.U. evidencian que la situación es más crítica y será más larga de lo que se esperaba, lo que incide en la desaceleración mundial.
El aumento de precios es generalizado. Una muestra más de la interconexión económica, dice el ex ministro Juan Camilo Restrepo, que golpea al país por el flanco de la importación de alimentos.
Los datos del primer trimestre ya mostraban la desaceleración de la economía colombiana: creció menos de la mitad que en el mismo periodo del 2007. Y el presidente Uribe reconoció en su discurso del 20 de julio que hay dificultades con la revaluación, la inflación, el entorno mundial y las exportaciones.
"En el primer trimestre, según el Dane, lo que más crece son las exportaciones (15 por ciento), junto con la inversión (10,3) y la demanda.
Si el consumo en E.U. se afecta, nos pega por el lado de las exportaciones", explica Mauricio Reina, investigador de Fedesarrollo. Cabe anotar que aunque las ventas a esa nación crecieron 52,8 por ciento en valor entre enero y mayo, las toneladas despachadas cayeron en 2 por ciento.
El impacto de E.U. sobe el PIB El Banco de la República calcula que el impacto directo de una recesión de la economía estadounidense sería nulo, pero sí incidiría en el país en la medida que Venezuela y Ecuador se vean afectados.
En el supuesto de que E.U. no crezca, la devaluación del dólar sea de 8 por ciento real y las importaciones de ese país bajen 7 por ciento, el crecimiento de la economía colombiana se vería impactado en 0,4 puntos porcentuales, proyecta el Emisor.
Pero si la situación de la nación norteamericana afecta la demanda en Venezuela y la zona euro, por ejemplo, las exportaciones colombianas a esas regiones disminuirían. Así las cosas, dice el estudio, el impacto total sobre el Producto Interno Bruto (PIB) colombiano estaría entre 0,42 y 0,7 puntos porcentuales.
En ese sentido, el ex ministro Restrepo y Reina coinciden en que este año el crecimiento de la economía nacional va a estar más cerca del 4 que del 5 por ciento.
El panorama está tan nublado que el viernes el Banco de la República volvió a reducir su proyección de crecimiento del PIB, de un rango de entre 4 y 6 por ciento –con un punto medio del 5 por ciento– a uno entre 3,3 y 5,3 por ciento, con un punto medio del 4,3 por ciento.
MÁS PRESIONES INFLACIONARIAS.
Las presiones inflacionarias serán ahora más grandes, tanto en alimentos como en combustibles, y los analistas advierten que Colombia no será la excepción.
Muy pocos creen que la meta de inflación del 4 por ciento se cumplirá.
La mayoría espera que esté mucho más arriba, y el Dane señala que la inflación anual ya va en 7,18 por ciento.
En este materia, el Gobierno es más optimista y pone sus esperanzas en que el inicio del período de cosechas haga ceder los precios de los alimentos y –en consecuencia– los niveles de inflación en este segundo semestre.
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