La evolución de un revolucionario

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Cultura| 11 Feb 2009 - 11:00 pm

Durante dos siglos, Charles Darwin ha sido centro de críticas y elogios que lo mantienen vigente hasta hoy. Sus estudios lo obligaron a abandonar su convicción religiosa y a formular radicales postulados.
Charles Darwin En 1871 Charles Darwin publicó ‘El origen del hombre’, en el que defendió la teoría de que el ser humano evolucionó de un animal similar al mono.

Es curioso que un hombre que en algún momento de su vida pensó en ser clérigo, terminase siendo una de las grandes “bestias negras” de aquellos que creen que las especies que pueblan la Tierra, incluyendo la nuestra, son obra de un Dios todopoderoso. Charles Darwin fue ese hombre. Y él mismo explicó, en la célebre autobiografía que escribió en 1876, lo que había pensado sobre asuntos religiosos en su juventud.

“Tras haber pasado dos cursos en Edimburgo, mi padre se percató, o se enteró por mis hermanas, de que no me agradaba la idea de ser médico, así que me propuso hacerme clérigo. Pedí algún tiempo para considerarlo. Leí con gran atención Pearson on the Creed y otros libros de teología y no dudé en lo más mínimo de cada una de las palabras de la Biblia. Me convencí de que debía aceptar nuestro Credo sin reservas”.

Gradualmente, sin embargo, llegó a la conclusión de que no había que darle crédito al Antiguo Testamento. Pero esto no quiso decir que en un principio renunciara completamente a las ideas religiosas con las que había crecido y que resultaron afines a las de su esposa Emma Wedgwood. Por eso, su reconversión más radical constituyó un proceso largo y doloroso, ligado al desarrollo de sus ideas científicas, que culminaron con la formulación de la Teoría de la Evolución de las Especies mediante selección natural.

Dios salió de la selva

Recordando épocas en las que al contemplar, por ejemplo, la grandeza de la selva brasileña, llegaba al firme convencimiento de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma, Darwin, ya próximo a su muerte, manifestaba: “No concibo que esas convicciones y sentimientos tengan valor como evidencia de lo que realmente existe”. Sin embargo, en El origen de las especies fue precavido y no se atrevió a incluir explícitamente a la especie humana en sus argumentaciones, para no perturbar los sentimientos de sus lectores.

Esto es algo que llevó a cabo con la publicación de otro libro: El origen del hombre y la selección con relación al sexo, publicado en 1871. “La principal conclusión a la que llegamos, que el hombre desciende de alguna forma inferiormente organizada, será, según me temo, desagradable para muchos. Pero difícilmente habrá la menor duda en reconocer que descendemos de esos bárbaros”.

Las implicaciones de la teoría darwiniana estuvieron claras desde el principio, por eso no hubo que esperar hasta la aparición de El origen del hombre para que surgieran vehementes críticas. Un ejemplo reconocido y temprano fue el debate público que tuvo lugar el 30 de junio de 1860, durante una de las sesiones de la reunión anual de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia. En aquella ocasión se enfrentaron el obispo de Oxford, Samuel Wilberforce, y el biólogo Thomas Henry Huxley, que ha pasado a la historia como el campeón en la defensa de la Teoría de la Evolución.

El reverendo W. H. Freemantle, que asistió a aquella confrontación, contó con lujo de detalles cómo el obispo manifestó con retórica exageración que no existía ninguna evidencia en favor de Darwin y que sus ideas eran contrarias a lo revelado por Dios en las Escrituras. Huxley respondió enfurecido a estas acusaciones que “no sentiría ninguna vergüenza en haber surgido del mono, pero sí que me avergonzaría proceder de alguien que prostituye los dones de la cultura y la elocuencia al servicio de los prejuicios y de la falsedad”.

El creacionismo

El tiempo cura todas las heridas y debido al éxito que la teoría de Darwin ha ido obteniendo, cada vez con más intensidad, se podría pensar que las objeciones que, procedentes de las convicciones religiosas, se opusieron inicialmente a ella, terminaron por desaparecer o por adoptar posturas discretas. Sin embargo, no ha sido así. Y no sólo en lo que se refiere a las ideas de personas, sino también en algunos lugares en el ámbito legislativo como en los Estados Unidos.

El 21 de marzo de 1925, la asamblea legislativa de Tennessee aprobó una ley que establecía que sería ilegal para cualquier profesor en cualquiera de las universidades o escuelas enseñar cualquier teoría que niegue el relato de la creación divina del hombre tal como está en la Biblia y dar a conocer, en cambio, que el hombre desciende de un orden animal inferior.

Las consecuencias no se hicieron esperar. Dos meses después de promulgada, el profesor John Scopes fue detenido y acusado de enseñar la teoría darwiniana. El juicio, que comenzó el 10 de julio de 1925, terminó ocupando las primeras páginas de los periódicos estadounidenses.

Como defensor de Scopes actuó el abogado Clarence Darrow, quien resumió sus argumentos de la siguiente manera: “Hoy son los profesores de las escuelas públicas; mañana, los de las privadas. Al día siguiente, los predicadores, las revistas, los libros, los periódicos. Al cabo de poco tiempo, señoría, el hombre se volverá contra el hombre y un credo contra otro credo, hasta que retrocedamos con banderas desplegadas y a tambor batiente hacia los tiempos del siglo XVI, cuando los fanáticos encendían sarmientos para quemar a las personas que osaban llevar a la mente humana algo de inteligencia, ilustración y cultura”.

En la sentencia el profesor Scopes fue declarado culpable y multado con US$100. Sin embargo, el veredicto fue finalmente revocado. Victoriosos, los fundamentalistas contrarios a la idea de la evolución presionaron para que se introdujeran en otros estados leyes antievolución y posteriormente pusieron en marcha una nueva estrategia: reclamar leyes de “Trato Equilibrado”. Es decir, que se enseñara en las escuelas el creacionismo de la misma manera que el evolucionismo, como dos teorías comparables.

Los huecos en blanco

La batalla por validar las teorías de Darwin y mantenerlas vigentes sin importar el paso del tiempo, se ha mantenido al rojo vivo a lo largo de más de 200 años. El 20 de diciembre de 2005, la Corte del Distrito Medio de Pensilvania se pronunció fuertemente al respecto: “Sin duda, la Teoría de la Evolución de Darwin es imperfecta. Sin embargo, el hecho de que una teoría científica no pueda suministrar una explicación de todas las cuestiones no debería utilizarse como un pretexto para promover en las clases de ciencias una hipótesis alternativa, basada en la religión, que no se puede comprobar o para minusvalorar proposiciones científicas bien establecidas”.

De hecho, el propio Darwin se había ocupado previamente de argumentar en contra del diseño inteligente, pensando también en lo que podría ocurrir en un futuro con el legado científico que le había dejado a la humanidad. Lo hizo en otro de sus libros, La variación de los animales y plantas bajo la domesticación, y lo repitió en su autobiografía, convencido de que sus palabras perdurarían en tiempo:

“El antiguo argumento en torno a la predestinación de la naturaleza, que antaño me parecía tan concluyente, falla ahora que se ha descubierto la ley de la selección natural. No podemos sostener que, por ejemplo, la hermosa charnela de una concha bivalva tenga que haber sido creada por un ser inteligente, al igual que la bisagra de una puerta ha de hacerla el hombre. En la variabilidad de los seres orgánicos y en la acción de la selección natural no parece haber más predestinación que en la dirección en la que sopla el viento. Todo en la naturaleza es el resultado de leyes fijas”.

Este jueves, 200 años después de su nacimiento, sus planteamientos están más vigentes que nunca y el mundo científico se ha unido en torno a esta celebración, que promete ser una de las más importantes de este año.

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