Aurelio Suárez Montoya
Parodiar el título de la bella novela de García Márquez, “El amor en los tiempos del cólera”, puede servir para hacer la conjunción entre dos grandes aventuras que algunos colombianos han emprendido en los últimos tiempos. La primera, la más renombrada, la del profesor Gustavo Moncayo que ha manifestado, a través de una caminata de más de 1.000 kilómetros, el sentido dolor de un padre que ha tenido a su hijo secuestrado por 9 años y, la segunda, la navegación que por el Río Magdalena emprenderán desde el 8 de agosto, entre Barranquilla y Girardot, un grupo de ciudadanos, ambientalistas, biólogos y activistas sociales, quienes realizarán así una cruzada nacional para motivar entre los colombianos el apoyo a un referendo para que el líquido vital sea considerado en nuestra Constitución como un bien público y un derecho fundamental de los ciudadanos.
Moncayo ha unificado en un sentimiento común a millones de colombianos agobiados por miles de dolamas causadas tanto por el conflicto interno como por los padecimientos ocasionados por la concurrencia de éste y de otras terribles tragedias, entre ellas la económica que ha arrojado a la ruina y al desplazamiento interno o a la emigración a tantas víctimas como las que la violencia ha generado.
Es el mismo dolor nacional que ha querido ser aprovechado por quienes fungen de Mesías redentores y ven vulnerado dicho rol cuando el país mediante el acto casi desesperado de un sencillo profesor pone en evidencia que la obligación gubernamental de agotar, con sinceridad y arrojo, todas las vías posibles para lograr la liberación de los secuestrados no ha sido cumplida. ¿Si la sensatez no proviene de quienes juraron defender los bienes y la vida de todos los ciudadanos, entonces de qué lado vendrá? Lo demás son argucias y malabares para encubrir una visión oficial que tiene como única solución echar bala y que inclusive confunde los acuerdos políticos necesarios para las acciones humanitarias, válidas en medio del conflicto, con su concepción sobre cómo llegar al desenlace final y para lo cual, si lo cree necesario, no repara en llevarse por delante derechos democráticos de los asociados.
Los navegantes del Río Magdalena también interpretan otro agudo reclamo de millones de colombianos: el de carecer de agua suficiente y apta para el consumo humano. Se sabe que de los 1.100 municipios de Colombia casi 900 no entregan agua apta para el consumo humano y que en las zonas rurales del país se cuentan con los dedos de la mano los pobladores rurales que consumen agua potable. Algunos cálculos estiman que para el año 2015 la mayoría de nuestros compatriotas carecerán de agua. Las respuestas institucionales a un problema de esa magnitud ha sido la de privatizar, privatizar y privatizar. El resultado es el incremento exponencial de las ganancias de las empresas particulares y también un aumento paulatino de hogares que ven en cada periodo suspendido el servicio por falta de pago. En Bogotá, verbigracia, uno de cada ocho usuarios, en promedio al año, ve cortado el suministro. Es urgente un cambio en nuestra legislación que impida esa arbitrariedad, que reverse las privatizaciones y que no permita que se avance hasta el extremo, como lo prescribe el TLC, de entregar a firmas particulares el manejo de cuencas y de fuentes. Debe añadirse en nuestra Carta que el agua ha de ser un bien público con todas las características que ello implica, que sea inalienable, inembargable e imprescriptible.
El profesor Moncayo y los navegantes por el Río Magdalena, en la campaña del agua, están representando formas de Resistencia Civil tanto contra el autoritarismo como contra el neoliberalismo, precisamente dos de las características esenciales del régimen que nos gobierna. También las comunidades indígenas del Cauca hicieron una travesía desde sus resguardos hasta la Capital invocando al país a la Dignidad Nacional. Vendrán nuevas expresiones como éstas que serán rodeadas por los colombianos. Y cada vez que tales ejemplos se repitan, sin que se resuelvan las sentidas demandas de la sociedad colombiana, se irá gravando en la piedra de la historia un triste nombre para este periodo en el cual se entronizaron los más reaccionarios modos de gobierno: el de los tiempos del dolor.
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