BuscandoCamino, Editorial, Panamá, julio 24 de 2007
Tal como se esperaba, el TLC fue aprobado por las bancadas de la totalidad de los partidos, tanto de gobierno como de “oposición”, con el honroso voto en contra de la diputada Mireya Lasso, quien había expresado, públicamente y por escrito, muy serias dudas sobre los supuestos beneficios de dicho tratado. Siendo escrupulosamente exactos, hubo también otro voto en contra y una abstención que no ameritan, por diversas razones, ser reseñados.
Sin haberlo leído siquiera, la totalidad de los diputados ha endosado el mercado interno al gran capital multinacional norteamericano. Hemos abdicado voluntariamente de nuestra soberanía y ahora nos tratan como Colonia: un grupo de congresistas norteamericanos, encabezados por el Representante Charles Rangel, se apresta a viajar a Panamá para exigirle al gobierno que reforme algunas leyesa cambio de la ratificación del TLC por el Congreso de los Estados Unidos. Al respecto, el diario The Washington Post opinó que dichos congresistas querían “discutir cómo esas naciones soberanas pueden cambiar sus leyes para complacer al Congreso estadounidense.” Por su parte, el diario Wall Street Journal calificó a la misión de Rangel como “una humillación para esos países.”
Visto lo anterior, podemos afirmar que Panamá ratificó un tratado que muy probablemente tendrá que retornar a la Asamblea para aprobar las enmiendas que impongan los norteamericanos. ¡Qué humillación!¡Qué vergüenza!Pero, ¿de qué tratan las enmiendas, cuáles leyes deben ser reformadas?Por supuesto, y al igual que se hizo con la claudicación realizada en el tema fitosanitario, toda la “discusión” se mantendrá en secreto, como secreto es el contenido del TLC.
El TLC de la traición y de la muerte
Los diputados han aprobado un tratado sin siquiera haberlo leído, sin darlo a conocer profusamente al pueblo que será quien, en primera y última instancia, lo sufrirá durante décadas. Se han negado a la posibilidad de un referéndum para que sea el pueblo panameño quien rechace o acepte dicho tratado, tal cual se hará en Costa Rica. Todo ello no puede denominarse de otra manera que no sea la de traición a los más altos intereses del pueblo panameño. No se trata de un acto de corrupción
y sumisión cualquiera: el TLC tendrá graves consecuencias durante muchas décadas. Ahí está el ejemplo de México: la agroindustria nacional ha sido casi extinguida; el pequeño productor campesino, expulsado de sus tierras por su incapacidad para “competir” con los granos subsidiados de Norteamérica, se ha transformado en emigrante y muere hoy intentando cruzar la frontera para lograr un trabajo sobre explotado, pero que le permite malvivir. Como consecuencia de ello, los campos de cultivo se han reducido y la producción de granos ha caído estrepitosamente.
¿Qué podemos esperar para Panamá? Nada distinto de lo que ha “obtenido” México: hambre, desempleo, desnutrición, migración del campo a la ciudad, aumento de la delincuencia y la violencia social, pérdida de la soberanía alimenticia y, por tanto, sometimiento a los vaivenes de los intereses del gran capital agrario norteamericano, o como ellos lo llaman “del mercado”. En pocas palabras, el TLC sólo nos traerá la muerte.
La gravedad de haber aprobado el TLC, al margen y a espaldas del pueblo panameño, nos señala con toda claridad la separación insalvable que existe entre gobernados y gobernantes en Panamá. Un abismo de intereses separa a la denominada “clase política” del pueblo panameño. Se trata, por tanto, de un laberinto sin salida, pues vote usted por quien vote en las próximas elecciones elegirá a uno de ellos. Y la prueba de ello ha estado en la aprobación unánime del TLC por las bancadas de todos los partidos y el apoyo unánime que le dieron en su momento a la ampliación del Canal.
No cabe la menor duda que nos aproximamos a momentos decisivos. No se trata ahora de escoger el menos malo, pues el menos malo es el peor, dada su capacidad de engaño y de vender falsas ilusiones. Lo que queremos es un régimen político distinto, uno que amplíe, extienda y profundice la democracia, de manera que las distintas corrientes políticas que existen en el seno de la sociedad puedan expresarse sin restricciones, lo mismo que las nuevas fuerzas sociales que han emergido desde lo étnico, lo ecológico, lo urbanístico, lo profesional, etc. Pero ello no será conseguido sin la organización y movilización de la ciudadanía, única fuerza capaz de abrir de par en par las puertas de la verdadera libertad, democracia y progreso social. En esa tarea estamos, al igual muchos otros y otras. Lo invitamos.
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