Aurelio Suárez Montoya, La Tarde, Pereira, agosto 14 de 2007
El hecho macroeconómico nacional más relevante de lo corrido en los últimos dos años es la revaluación. En enero de 2006 el dólar se cotizó a $2.283 y para julio de 2007 estaba a $1.950, un alza nominal del 14,5%. Ese fenómeno obedece a un ingreso masivo de divisas a la economía y, aunque Uribe repite que esto “demuestra la confianza de los inversionistas”, cualquiera sabe que ha sido una tendencia mundial causada por la liquidez de dólares en la organización económica mundial. En Brasil, por ejemplo, a mediados de 2004 se daban 2,65 reales por un dólar, en abril de 2007 el cambio era de 2,02 y el 30 de julio pasado el valor promedio en las transacciones fue de 1,872 reales por dólar, marcando un récord histórico.
En Colombia las razones que inciden en esa revaluación son: Las privatizaciones y la venta de empresas, al monetizar en pesos los dólares recibidos en dichas operaciones, las remesas enviadas por los emigrantes a sus familias y aforadas en cerca de 3.500 millones de dólares anuales y una cantidad no despreciable de flujos encubiertos de negocios ilícitos. No obstante, como lo han advertido algunos analistas, además de las exportaciones, existen nuevas fuentes de divisas. Se trata de recursos obtenidos a bajas tasas de interés en el exterior y prestados en Colombia a valores mayores. En enero de 2002, la tasa de interés del Banco de la República era del 8% mientras la de la Reserva Federal de Estados Unidos era de algo menos del 2% y en todo el periodo hasta 2007 el diferencial entre la tasa interna y la externa se ha mantenido al menos en tres puntos y medio; lo cual, sumado al índice de revaluación, produjo jugosos réditos a los agentes financieros. Se configuró un círculo vicioso: a más ingresos de dólares, más revaluación, reforzando una tendencia económica soportada en ese tipo de especulación más que en la afamada Seguridad Democrática.
¿En dónde se han reinvertido las divisas traídas con tales fines? Un informe reciente sobre el crecimiento económico de Bogotá en el primer semestre de 2007 arroja algunas luces. Esta ciudad se ha convertido en el epicentro de un auge inmobiliario sin precedentes. Se dice que las transacciones de finca raíz en esa Capital entre enero y marzo sumaron 4,4 billones de pesos y eso ocurre paralelamente con que allí mismo se esté generando el 50% del mercado financiero de Colombia. Estos dos renglones, el inmobiliario y el financiero, son ahora los responsables del PIB y del crecimiento de dicha ciudad y han arrastrado al del resto del país. Así mismo, Fedelonjas informa que el número de inmuebles transados en el país creció en un 18 por ciento y, lo más importante, es que “la valorización inmobiliaria hoy se acerca en promedio ponderado en las 10 principales ciudades colombianas al 15 por ciento anual”, y que el sector de la construcción entre enero y mayo “tuvo un crecimiento en licencias aprobadas del 20 por ciento” frente a igual período en 2006.
De lo expuesto se desprende que por el conducto de dólares traídos de afuera a bajo costo se ha capitalizado un desarrollo constructivo e inmobiliario que ha creado a su vez una burbuja especulativa, con una sobrevalorización de los inmuebles, a donde se ha trasladado la inflación desplazando a la burbuja del mercado accionario y bursátil que en 2006 al reventarse lesionó la rentabilidad de los fondos de pensiones y llevó a la quiebra a algunos agentes. ¿Son eternos estos ciclos económicos? Definitivamente no. Cuando la demanda comienza a agotarse o cuando la expansión ha obligado a incorporar a algunos grupos sociales cuyos ingresos no alcanzan a cubrir los costos de financiación de los inmuebles adquiridos, comienza el pánico. La crisis asiática estalló luego de que en ciudades como Kuala Lumpur o Bangkok se vino abajo un boom de finca raíz extraordinario que se había dado.
Las últimas noticias hablan de un estancamiento del sistema hipotecario norteamericano basado en fondos que se aplican a ese mercado y que están sufriendo por el retraso en los pagos de muchos hogares y por un debilitamiento en la demanda. El viernes 10 de agosto esto causó una oleada de turbulencias en las bolsas del mundo porque los inversionistas están realizando sus posiciones en dichos fondos y demandando dólares. El ducto montado desde el Norte hacia los mercados emergentes podría cambiar de dirección y eso traería dolorosas secuelas marcadas por una grave devaluación ocurrida por salidas masivas de dólares. Habría llanto y crujir de dientes y se daría al traste con las peregrinas teorías que les atribuyen a los Mesías criollos los frágiles hechizos de la especulación financiera mundial.
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