Diatriba contra un país moribundo







No es solo la señora Íngrid y su figura descaecida y triste, también son los otros secuestrados, no sé cuántos, dicen que ochocientos. Y los desterrados, y los que perdieron sus parcelas, las víctimas del paramilitarismo, las víctimas de la parapolítica, los descuartizados con motosierra, los muertos de ayer por la mafia, los masacrados por todas las violencias.

Reinaldo Spitaletta


viernes, 14 de diciembre de 2007


No sé si este sea un país de psicópatas, aunque así lo parece. O un país en el que las transnacionales hacen de las suyas: patrocinan paramilitares, asesinan sindicalistas, extorsionan trabajadores. No sé qué clase de país es este en el que sobrevivimos, acostumbrados tal vez a la desdicha, a la violencia consuetudinaria, a las corrupciones, a un poder que les sirve a unos cuántos y sume en las miserias a las mayorías.

No sé qué clase de país sea éste, de impunidades, de corruptelas. De montajes y falsos positivos. Ayer, que todavía parece hoy, se asesinaban ministros de Justicia, candidatos presidenciales de izquierda y de centro, humoristas de izquierda, defensores de derechos humanos. Hoy el asunto no es distinto. Puede ser peor, aunque se diga que ya los que tienen finca pueden ir a ella, sin temer que los secuestren, los boleteen, los extorsionen.

Por supuesto, los tres millones de desplazados no pueden volver a sus lugares de origen. Qué país loco este. Empezando, digamos, por su mandatario, que niega, por ejemplo, que haya un conflicto interno armado. Y terminando, por ejemplo, por sus guerrilleros, que viven del secuestro y el narcotráfico. Ah, y qué tal ese monstruo creado por los terratenientes y ciertos industriales.

No sé que clase de país sea Colombia. Se dice, con pruebas, que es una neocolonia estadounidense. Que es una mezcla fiera de paramilitarismo y mafias, con millones de desposeídos y una élite oligárquica que fundamenta sus réditos en la intermediación de corporaciones transnacionales, en el apabullamiento de los pobres. En su antipatriotismo.

Se dice también que es una tierra de nadie. En casi la mitad del territorio nacional la guerrilla es el Estado. En el resto, el Estado es cada vez más débil, se ha privatizado, lo han feriado. O entregado a negociantes de aquí y de afuera. No es solo la imagen de pesadumbre de doña Íngrid, ni la de los demás secuestrados. Es la realidad de un país endemoniado, que desde hace años ha sido objeto de explotación del capital foráneo, y coto de caza de la gringada, y finca de la ricachería. Para los más, el despojo y la sumisión.

A veces, en medio de tantos desafueros, suena tragicómico cuando pasan por emisoras la grabación con la voz del presidente que le dice a uno que fue de su cuerda “marica, si te veo te doy en la cara”. Y empieza la duda, porque aquí nada es gratis. Acaso sea una promoción oficial para decir que no se es corrupto, cuando la realidad ha mostrado con creces que sí es un país corrupto. O es una jugada más del circo. Que en medio de todo no podemos perder la risa.

Digo que hay cosas risibles, pero por pudor uno esconde la risotada. Se juega con la suerte de los secuestrados. Para unos y otros, ellos son vulgar mercancía. Se juega con la dignidad. Se hace politiquería con las víctimas. No sé qué clase de país sea este, donde estamos en trance de beatificar a los asesinos, de declararlos héroes nacionales, estamos cerca de tributarles aplausos por sus crímenes.

Ayer no más se destruía un partido político de izquierda, se baleaban jueces, se creaban al amparo de ganaderos y otros poderosos grupos de exterminio, se establecía una cultura de la mafia. Se tomaba el Palacio de Justicia, se mataban magistrados, se desaparecían ciudadanos. Y de qué ha servido tanta infamia: ah, sí. Para perfeccionar la ignominia.

Somos objeto de disputas geoestratégicas, somos campo del mercadeo imperial, el negocio de la guerra nos atraviesa con sus planes Colombia. Somos coca y también Coca-cola, que lleva ochenta años en el país y tiene registros siniestros. Somos un conglomerado de infortunados y de unos cuantos “vendepatrias”.

Propongo un ejercicio de sadismo. Repasen periódicos de las últimas dos décadas y se encontrarán con un país miserable, un país de asesinos, de vergüenzas inenarrables, de gobernantes prostituidos. Igual, aunque los diarios no son siempre confiables, pese a ellos mismos muestran el despelote y la desazón de un país de venas abiertas. Y de venalidad.

La imagen demacrada de la secuestrada Ingrid puede ser la misma imagen de desgracias de un país de inequidades. De un país que en su historia ha estado lleno de asesinos y mentirosos. Y lo peor de todo es que con tantas abominaciones juntas hasta las ganas de vomitar se nos quitaron. Nos acostumbramos a la pena. Qué pena.

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