|
|
El problema es de raíz
Los gobiernos de colombia no quieren darse cuenta de que la subversión no es mero bandidaje. Aunque además lo sea, no es solamente eso.
Por Antonio Caballero
Fecha: 01/12/2008 -1341 Y la liberación de dos de entre los más de 750 secuestrados que -como pertinentemente recordó el presidente Uribe- no han sido devueltos en los últimos diez años no señala tampoco, como muchos sueñan, el fin de los secuestros. No es cierto que el presidente Chávez tenga influencia bastante para rescatarlos a todos a cambio de nada (o, más exactamente, a cambio de publicidad para las Farc). Ni es verdad que el caso muestre, como tontamente han dicho el Vicepresidente y el Ministro del Interior, que para liberarlos no se necesita más que "la buena voluntad" de las Farc. Que se necesite su voluntad es obvio: ellas los tienen cautivos; pero que esa sea su voluntad es dudoso: llevan decenios demostrando que la que tienen es la de conquistar el poder, y el chantaje del secuestro es un instrumento económico y político para ese fin. Un medio inicuo y repugnante, pero útil: mucho dinero les ha dado, y mucha propaganda, y mucha influencia real. Los de las Farc son gente fría y práctica, no "hombres de buena voluntad".
De modo que la liberación de estas dos mujeres durante tantos años prisioneras es sólo un episodio individual sin consecuencias, salvo para ellas y sus familiares. No anuncia la devolución de los cientos de secuestrados, y ni siquiera la de las tres docenas de los soldados y políticos llamados 'canjeables'. Y mucho menos anuncia el fin de la guerra que desgarra a Colombia, ni en lo militar, ni en lo social, ni en lo político.
Porque, digo, el secuestro es únicamente un medio entre muchos. El hecho de que sea innoble no elimina la existencia de las Farc, o, como decía recientemente el columnista de El Tiempo Jorge Restrepo, "los abusos de la guerrilla no hacen que desaparezca la situación que la produjo", y "el desvío del rebelde no borra el motivo de la rebelión". Las Farc no se alzaron en armas con el propósito de secuestrar y narcotraficar, como machaconamente llevan decenios asegurando los gobiernos. Creerlo así es pensar con el deseo de la parte más miope del establecimiento: la que quisiera que simplemente fueran aniquiladas las Farc para que todo volviera a ser como antes, o sea, en su opinión, idílico, ricos y pobres en su sitio. Y aun ese aniquilamiento militar -el "fin del fin" de que habla con miope optimismo el general Freddy Padilla- no serviría para lograr la paz, pues quedarían intactos "los motivos de la rebelión y la situación que la produjo". Más lúcida parece la visión del asunto que hace algún tiempo le confiaba a la revista SEMANA un paramilitar preso, apodado el 'Iguano': "Vi que la guerrilla iba a ser derrotada, pero no exterminada. Siempre habrá población y siempre iban a surgir de ella nuevos guerrilleros".
Es ahí donde falla no sólo la retórica, sino la política de nuestros sucesivos gobiernos del último medio siglo. No solo los de Uribe, sino la de todos los gobiernos de nuestra larga guerra. No quieren darse cuenta de que la subversión no es mero bandidaje: aunque también lo sea, aunque además lo sea, no es solamente eso. Prefieren tomar las hojas por las raíces, porque defoliar es más fácil que arrancar de raíz. Pero no resuelve el problema.
Volviendo al ejemplo del comienzo de este artículo: ¿alguien cree que la liberación de Clara Rojas y Consuelo González hubiera tenido mayores efectos si la entrega se hubiera hecho en el municipio de La Uribe?
¡Ah, pero olvidaba que cuando las Farc estaban allá La Uribe había sido bombardeada por el presidente Gaviria!
0 comentarios:
Publicar un comentario