La voluminosa deuda hipotecaria y la guerra en Irak son, según el profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional, Jorge Iván González, las causas principales de la crisis económica que se cierne en la actual coyuntura en los Estados Unidos de Norteamérica.
Bush, heredero de un envidiable superávit fiscal dejado por la administración Clinton, quiso congraciarse con el sector privado que lo llevó a la Casa Blanca y decidió reducir los impuestos e incluso devolvérselos a algunos contribuyentes, buscando incrementar la actividad privada.
A estas alturas y en el ocaso del segundo período del mandatario, el déficit fiscal norteamericano sobrepasa la cifra monumental de los 600 mil millones de dólares. Esa situación obligó al Gobierno norteamericano a emitir papel moneda para financiar la guerra en Irak inundando el mundo de dólares sin respaldo en la reserva federal, con la consiguiente pérdida de su valor adquisitivo.
El dólar ante otras monedas fuertes como el euro se derrumba día a día. Como si fuera poco, con la intervención en Irak, más que encontrar armas químicas y nucleares, Bush esperaba controlar el precio del petróleo y mantenerlo en niveles razonables para el enorme y creciente consumo energético interno.
Pero le salió el tiro por la culata. El barril pasó de 45 a 100 dólares. Y como por las venas de la economía norteamericana corre petróleo, su precio tan alto la mantiene al borde de un colapso. Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, catedrático de Ciencias Económicas en la Universidad de Columbia y autor de “Los felices noventa”, en un artículo del 2006 publicado en el diario El País de España, recuerda que cuando Larry Lindsey, economista de la Administración de Bush, insinuó que los costos de la guerra en Irak podrían variar entre los 100 y los 200 mil millones de dólares, otros funcionarios pusieron enseguida objeciones.
Mitch Daniel, director de la Oficina de Gestión y Presupuesto, cifró el cálculo en 60.000 millones. Ahora se reconoce que las previsiones de Lindsey se quedaron muy cortas. Al ritmo actual de gastos, Washington debería desembolsar más de 700.000 millones de dólares si la guerra durara 10 años, es decir, 100 mil millones más que el costo total del conflicto en Vietnam.
La invasión de Irak le cuesta al contribuyente norteamericano la bicoca de 5600 millones de dólares al mes, casi dos mil dólares por segundo. Con esa suma, a nivel externo se podrían pagar todas las campañas en contra del hambre en el mundo por más de ocho años, o financiar las iniciativas mundiales contra el sida durante 21 años, o aplicar gratuitamente todas las vacunas básicas a cada niño del planeta a través de 71 años, o saldar la deuda externa de la Comunidad Andina y de todo Centroamérica excluyendo a México.
En el propio Estados Unidos se podría pagar el desayuno y el almuerzo escolar de todos los estudiantes de primaria y secundaria durante nueve años o sufragar los gastos médicos de las personas sin seguro por un lapso de dos años y medio o construir dos millones de viviendas públicas.
El vicepresidente de la época Clinton, Al Gore, decía hace poco que con lo que se gasta EEUU en Irak en un mes se podrían tomar medidas decisivas para parar el calentamiento de la tierra. ¿Por qué no se lleva a cabo cualquiera de esas acciones? Sencillamente, porque generan bienestar para la humanidad, propósito que no forma parte de la agenda del capitalismo salvaje. Para sus impulsadores y beneficiarios, la paz mundial y el desarrollo sostenible no son rentables, la guerra, sí.
raubermar@yahoo.com
Raúl Bermúdez Márquez
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