Los falsos dilemas

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Los falsos dilemas

El último de los falsos dilemas proclama que hay que escoger entre la seguridad de todos y la liberación de unos cuantos secuestrados.

Por Daniel Coronell
Fecha: 01/12/2008 -1341

Muchas personas están confundidas por la montaña rusa de emociones en la que ha estado subida Colombia. En unas horas, pasamos del escepticismo a la alegría; y de la alegría a la indignación.


Fuimos testigos del terrible engaño de las Farc. Presenciamos el aprovechamiento político que han buscado los gobiernos de Colombia y Venezuela. Vivimos, en suspenso, la liberación deseando que no terminara en un nuevo fiasco. Cuando -aun conmovidos- comentábamos el reencuentro de las secuestradas con los suyos, recibimos la notificación de que no era gratis. Chávez, ante el Congreso de su país, le propuso al mundo reconocer como ejércitos insurgentes al ELN y a las Farc.

El desenlace de cada capítulo se ha traducido en una serie de falsos dilemas. Colombia tiene que escoger entre las Farc y Uribe, como si no existiera alternativa diferente. En el terreno internacional, se presenta como única disyuntiva la de respaldar a Uribe o someterse a Chávez. Y en el doméstico, empieza a hacer carrera la teoría de que el país debe elegir entre preservar la seguridad o recuperar la libertad de los secuestrados.

Esas opciones fatales son falsas. La maldad de las Farc no convierte a Uribe automáticamente en bueno. Ni el oportunismo de Chávez legitima los procedimientos del gobierno de Colombia. Ni la seguridad puede excluir la libertad.

Para rechazar a las Farc no hay que adherir al gobierno Uribe. El repudio a los injustificables crímenes de esa guerrilla no es, ni puede ser, monopolio del Presidente y de su grupo político.

Quienes buscan un futuro democrático deben condenar la utilización de la violencia para obtener, ampliar o consolidar el poder. Mucho más cuando esa violencia se ha convertido en un medio para lucrarse con el narcotráfico.

Por esas mismas razones, ningún demócrata puede pensar que hay una "violencia buena" en el otro lado. Que el paramilitarismo se justifica y que "fue engendrado" por los desmanes de la guerrilla. La historia muestra algo muy distinto. Los grupos paramilitares -en su inmensa mayoría- surgieron como ejércitos de los barones del narcotráfico. Su objetivo, más que ideológico, ha sido económico.

Son repudiables las alianzas entre políticos y paramilitares. Y ningún análisis serio puede ignorar que los procesados por la para-política -en su inmensa mayoría- son uribistas.

Otra disyuntiva simplificadora -muy útil para los buscadores de hecatombes- consiste en repetir que si no tuviéramos a Uribe, irremediablemente caeríamos en manos de Chávez. Al mismo tiempo, sostienen que el Presidente de Colombia es la viva encarnación del respeto a las instituciones, en contraste con el de Venezuela.

La verdad es que ni Chávez ni Uribe son ejemplos a seguir.

Ninguno de los dos ha tenido mayores escrúpulos a la hora de perpetuarse en el poder. Comprando votos -con puestos y contratos del Estado- Uribe cambió la Constitución para lograr su primera reelección. Chávez -girando contra la chequera del petróleo- ha modificado la Constitución venezolana para reelegirse.

Los dos han fracasado en sus referendos. Chávez porque no consiguió la mayoría, Uribe porque no logró el mínimo de votos exigido para validar la reforma.

Chávez ha sido un depredador de la libertad de prensa, especialmente en el episodio de no renovación de la licencia de Rctv, pese a lo cual aún hay periodismo crítico en Venezuela. Uribe y sus inmediatos han hecho todo lo posible por desprestigiar las voces críticas, que a pesar de todo siguen existiendo.

El último de los falsos dilemas proclama que hay que escoger entre la seguridad de todos y la liberación de unos cuantos secuestrados. Como consecuencia de ese predicamento mentiroso, han surgido héroes de salón que reclaman cómodamente el sacrificio ajeno.

El gobierno tiene la obligación de buscar la liberación de los secuestrados. Por no hacerlo a tiempo, las alternativas se han encarecido. Sin embargo, la verdadera seguridad significa libertad para todos los ciudadanos.

Por todo eso, no hay que creer cuentos. Ni relevar al Presidente de sus responsabilidades. Ni salir a escoger palo para ahorcarse.

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