Es hora de que nos demos cuenta: en el país está a punto de producirse una ruptura en el régimen político que hasta ahora imperaba en la vida nacional.
Por María Jimena Duzán
Fecha: 06/28/2008 -1365
No recuerdo una crisis institucional más honda ni más grave que la que se produjo esta semana, luego de que la corte Suprema de Justicia publicara su fallo en el que condena a la ex congresista Yidis Medina y advirtiera que la reelección de Uribe pudo haber sido obtenida a través de métodos espurios.
Aunque suene ingenuo, no está de más subrayarlo: es la primera vez que un presidente colombiano elegido en las urnas desconoce de manera tajante y melodramática un fallo de la justicia, como también es la primera vez que un mandatario colombiano demuestra un desprecio por la ley y por su majestad de manera tan abierta y descarnada.
Tampoco antes un gobernante había retado públicamente a la justicia como lo ha hecho Álvaro Uribe esta semana de pasión que acaba de terminar. Ningún dirigente político que yo recuerde les había agredido tanto verbalmente como lo han hecho esas carnitas y esos huesitos. Uribe ha llenado de epítetos incalificables a la Corte y la ha sometido al escarnio público como si se tratara de una bruja presta a entrar a la hoguera, y no de uno de los más altos tribunales de justicia.
Basta recorrer la cadena de insultos que el Presidente ha proferido contra la Corte Suprema para entender la profundidad de la crisis que estamos enfrentando. Uribe ha dicho que esta Corte es "ideologizante", que es "golpista" y que hace fallos "pensando en la política". El viernes pasado, luego de su alocución nocturna del día anterior, en la que convocó a un referendo para volver a realizar las elecciones de 2006, el Presidente le dijo a la Corte que era un tribunal infiltrado por el paramilitarismo al que había que demandar. Su asesor presidencial, José Obdulio Gaviria, la ha calificado en varias ocasiones de Corte "prevaricadora" y en el colmo de los colmos, el Presidente ha llegado a afirmar que su forma de hacer justicia se parece a la manera como (las Farc) practican la pesca milagrosa, "tirando la carnada a ver quién cae".
En un escenario tan caldeado, en donde hay un presidente constitucional que se atreve a equiparar la forma de impartir justicia de este tribunal con las pescas milagrosas de las Farc, ya no se puede hablar de choques de trenes, ni de crisis pasajeras de fácil solución. Cuando un presidente hace lo que hizo Álvaro Uribe, de no acatar el fallo y salir a la opinión pública acaballado en su 84 por ciento de popularidad, a llamar a un referendo sui géneris, extra rápido para que el pueblo que lo adora vuelva a refrendar su mandato, estamos hablando de palabras mayores.
Es hora de que nos demos cuenta: en el país está a punto de producirse una ruptura en el régimen político que hasta ahora imperaba en la vida nacional, ruptura que nos puede llevar a fronteras desconocidas de las que nos va a ser difícil regresar. El senador Gustavo Petro no se equivoca cuando afirma que por esta vía vamos derecho hacia el reino indeseable de las tiranías.
Después de los sucesos de la semana pasada, me temo que el país está dividido literalmente en dos y que cada una de las partes parece más lejana e irreconciliable. De un lado está Álvaro Uribe, el mandatario más popular que haya tenido la historia reciente de Colombia, pero también el más displicente con la norma y el derecho; el amante de los atajos y de la política entendida como un ejercicio personal e indelegable, que se le mide a todo, pero que es capaz de amenazar con una cachetada a quien lo sulfura. "si lo tuviera al frente, le daría en la cara, marica". Del otro lado está la Corte Suprema de Justicia, que no mide su grandeza por su popularidad en las encuestas, sino por su apego a la norma y a la ley; una Corte valiente que no se amilana ante nada y que ha sido capaz de enfrentarse al monstruo de la para-política cuando ya muchos pensábamos que nadie tenía las agallas para hacerlo. Y aunque el Presidente insista en descalificar a la Corte por la forma como se le ha metido a investigar las denuncias hechas por Yidis Medina, debo decir que su actuación ha sido igualmente importante para que la justicia pueda desentrañar un cohecho que insiste en negar el Presidente de la República.
Lo que sí nunca nos imaginamos los colombianos es que nos fuera a tocar algún día escoger con cuál de estas dos Colombias nos quedamos. Habrá muchos dudando cuál camino tomar. Yo ya he decidido cuál es el mío. Si se trata de escoger entre un caudillo que se define como el capataz de finca, y los magistrados de la Corte Suprema de Justicia que representan la dignidad de un Estado de derecho, mi voto es por estos últimos. Qué importa que no tengan el 84 por ciento de popularidad, ni que sean muchos de ellos unos honorables desconocidos para la opinión pública.
REVISTA SEMANA.
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