24/07/2008
Migue para sorpresa de muchos no había nacido en Sabanalarga, Atlántico, sino en San Diego, Cesar. Lucho, no era Mariangolero, como la mayoría pensaba: vino al mundo cuando Carmencito y Pastora, sus progenitores, por vueltas del destino se fueron a vivir en Minguillo, un corregimiento cercano a Codazzi.
Migue, de profesión Físico, con una maestría de la Universidad del Valle era un duro de la física de los materiales sólidos. Lucho, un Administrador de Empresas con una maestría en Administración, también de la Universidad del Valle, era una autoridad en esa disciplina.
Migue, un salsero consumado que se timbraba con el sonido de la clave de Tito Fuentes. Lucho, un Diomedista hasta los tuétanos que disfrutaba como nadie las canciones de Calixto Ochoa interpretadas por el cacique de la Junta. Migue, un incipiente ejecutor del saxofón, Lucho, un magistral guacharaquero.
Migue y Lucho, profesores de carrera de la Universidad Popular del Cesar, presidentes ambos de la Asociación Sindical de Profesores Universitarios, ASPU seccional Cesar, fueron asesinados el mismo año, en el mismo sitio, en las mismas circunstancias y tal vez por el mismo móvil: su condición de librepensadores. Migue, el 16 de mayo y Lucho el 22 de Octubre del 2001.
Los dos salían de dictar sus clases, conduciendo sus automóviles particulares y en los segundos que invirtieron para detener la marcha antes de ganar la calle, fueron acribillados por sicarios que a mansalva y sobreseguros dispararon sobre sus humanidades. La misma garita, los mismos árboles y a lo mejor el mismo colibrí que interrumpió su romance con una flor cercana al escuchar las detonaciones, fueron testigos mudos de los cobardes asesinatos de Miguel Ángel Vargas Zapata y Luis José Mendoza Manjarréz. Son recuerdos aciagos y desafortunados que permanecen indelebles en la memoria colectiva de la comunidad upecista y que a pesar de los siete años transcurridos, se vuelven mas latentes a propósito del fallo del Tribunal Superior del Cesar condenando al Estado, en cabeza de su principal organismo de seguridad, al pago de más de 632 millones de pesos a los familiares del profesor Miguel Angel Vargas teniendo en cuenta que a pesar de las amenazas de muerte que existían en su contra, no se le brindó la protección requerida. La decisión del Tribunal Superior del Cesar, satisface a medias.
La compensación económica tiene el efecto de la pócima que se ingiere para aliviar el dolor corporal provocado por una causa mucho mas profunda: el dolor del alma que no desaparece con brebaje o inyección alguna, ni siquiera de dinero. Así lo ratifican los familiares de Migue, cuando ante la notificación del fallo, no dudaron en dejar sentado que “ningún dinero compensará la pérdida de Miguel Angel”.
Y así es. Tanto para ellos, como para los familiares de Lucho y la comunidad universitaria upecista y nacional que los acompaña en su drama, la majestad de la justicia se hará sentir en toda su magnitud cuando se establezca con claridad meridiana quienes fueron los autores intelectuales de los crímenes de estos dos irremplazables académicos, cuyas vidas fueron segadas en momentos en los cuales aún no habían podido legarle al mundo todo el potencial de sus intelectos. Porque si bien es cierto que la condena de los responsables tampoco nos devolvería a Lucho y Migue, por lo menos se impediría que los monstruos de la intolerancia, aquellos que desde las sombras planearon tan execrables acciones, sigan disfrutando de las mieles de la impunidad, tranquilos y agazapados esperando extender nuevamente sus alas mortuorias en el momento que lo juzguen indicado. No basta con la reparación. En los casos dolorosos de Miguel Ángel y Luis José, la verdad y la justicia también deberían brillar.
raubermar@yahoo.com
Raúl Bermúdez Márquez
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