Bolívar, Garibaldi y Gramsci: emancipación y revolución

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Luis Britto García
Aporrea

1 Las dos gestas más inspiradoras para revolucionarios italianos y latinoamericanos son la de Simón Bolívar y la de Giuseppe Garibaldi. Ambos emprenden luchas de emancipación política para cortar vínculos externos que sujetan a sus pueblos a soberanías extranjeras. Ambos emancipan para unificar pueblos liberados. Ambos promueven ideas republicanas, democráticas y de secularización del Estado. Los dos intentan reformas sociales y económicas. Los dos sufren un destino patético: culminada la epopeya militar, fuerzas oscuras truncan su proyecto político y social. Dijo Voltaire que los profetas armados siempre derrotaron a los desarmados. Dos profetas invencibles parecen aniquilados por fuerzas sin rostro y sin armas. Invoquemos al profeta desarmado Antonio Gramsci para identificarlas.

2 Ante todo, desentrañemos las relaciones entre luchas de emancipación y revoluciones. Toda mente neocolonial descalifica el patriotismo y tacha de delito la aspiración de los pueblos dependientes de no ser gobernados por extranjeros, mientras ella se afana en preservar incólumes indisolubles e inviolables lealtades políticas, jurídicas e ideológicas con poderes imperiales. Tras la globalización del capital, la transnacionalización de la ciudadanía. Pero lo cierto es que las guerras de emancipación política o liberación nacional son episodios de la lucha de clases. En ellas una clase dominante llama en su auxilio a las castas dominadas para expulsar a otra clase dominante, como ocurrió con los blancos criollos en América. O bien una clase dominada casi aniquila a la dominante, como hicieron los esclavos con sus amos en Haití, los campesinos asiáticos con japoneses y colonialistas europeos en la Revolución China y los campesinos antillanos en la Revolución Cubana. La emancipación se convierte en revolución cuando arrebata a la clase dominante sus explotados, su ejército y sus aparatos ideológicos.

3 Así, Bolívar culmina la campaña de emancipación política iniciada por la oligarquía local de los blancos criollos contra los peninsulares, pero ésta sólo se decide cuando los independentistas convocan en su ayuda a indígenas, esclavos, pardos y blancos de orilla. Para crear un nuevo ejército, Bolívar ofrece la libertad a los esclavos que se alisten, reparte títulos de tierras a los milicianos, libera de la servidumbre a los indígenas. Vale decir, todo proceso de emancipación política marcha al mismo paso que su proyecto de emancipación social. La Independencia no sólo corta vínculos con la monarquía española: también le clausura toda posteridad en América al imponer instituciones republicanas que constituyen una revolución política equivalente a la francesa. El proyecto emancipatorio no puede sin embargo unir grandes bloques geopolíticos para equilibrar la influencia estadounidense y europea. El Congreso de Panamá falla en el intento de consolidar una federación americana con ejércitos bajo dirección común.

La Gran Colombia, que unificaba la capitanía general de Venezuela y el virreinato de la Nueva Granada, se disuelve poco antes de la muerte del Libertador. Los próceres independentistas se apoderan de las tierras concedidas a sus soldados; mantienen la esclavitud y confiscan el poder político reservando el ejercicio del voto para los propietarios, en esa prolongación de la sociedad de castas que será denominada República oligárquica.

4 Igualmente gallarda y trágica es la gesta de Giuseppe Garibaldi. Tiene por escenario dos mundos, en los que reúne ejércitos no convencionales para lograr brillantes triunfos militares. Como Bolívar, asume la emancipación política como pedestal para un proyecto integrador, en este caso el de la unidad italiana. Libra una guerra de emancipación por Uruguay y tres por Italia. También batalla por estructuras modernizantes: igualdad jurídica garantizada por gobiernos laicos, republicanos y democráticos, y por reformas económicas y sociales. Tras el desembarco de los Mil en Marsala, promete una reforma sobre los latifundios, la eliminación de tributos y de cánones sobre la tierra. Estas promesas atraen a sus filas legiones de campesinos, que también invaden los feudos de los barones latifundistas y las tierras comunales.

Estas iniciativas quedan en el aire ante el temor de una expedición de Napoleón III y de una guerra campesina que hubiera podido entorpecer el desarrollo industrial del Norte. Garibaldi se ve forzado a aceptar la monarquía de Vittorio Emanuel y las concesiones de Cavour por no dificultar la anhelada unidad italiana. Ante la frustración de sus proyectos republicanos, Garibaldi renuncia al Parlamento italiano en 1870, y muere en una suerte de exilio interno en la isla de Caprea en 1882.

5 Gramsci señala que la renuencia del partido d’Azione para apoyar la reforma agraria y convocar una constituyente retrasó la emancipación y la unidad italianas. Como sucedió con la emancipación venezolana, casi no cambiaron las fuerzas productivas ni las relaciones de producción. En ambos casos apenas sufrieron modificaciones los aparatos ideológicos de la religión, la educación y los medios de comunicación. En ambos perduró casi inalterado el mismo bloque hegemónico. En ambos las agendas no resueltas suscitaron sangrientas confrontaciones. Hoy la revolución parece estancada en los países hegemónicos. En los dependientes, coinciden emancipaciones políticas, movilizaciones sociales, tomas de control de las fuerzas productivas y reestructuraciones de la lealtad de los ejércitos. Así como no hay emancipación sin programa social y económico, el programa económico y social puede convertir la emancipación en revolución. Bolívar, Garibaldi y Gramsci tienen todavía mucho que hacer en el mundo. Armas libertadoras y pensamiento esclarecido capaz de conquistar infraestructuras productivas y superestructuras ideológicas son nuestras primeras necesidades.

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