El tirapiedra

EL LEGADO DE LÓPEZ MICHELSEN

María Jimena Duzán. Columnista de EL TIEMPO.

Con el ex presidente Alfonso López Michelsen me pasó algo contradictorio: lo admiré a lo largo de toda su vida pública, menos cuando fue presidente.

López Michelsen fue un presidente impopular, que sorprendía por la fiereza con la que casaba peleas innecesarias. Se peleó con la prensa, con los sindicatos y hasta con sus copartidarios. Muchos nos estrenamos en la protesta pública marchando contra su gobierno en el paro cívico del 77, máxima expresión del descontento que produjo el 'Mandato claro' y que terminó siendo reprimido por la Fuerza Pública de modo violento. Muchos lo considerábamos un gobernante asociado con la clientela, autor del 'turbolopismo', una manguala creada para elegir como su sucesor a Julio César Turbay Ayala.

Su encono contra sus críticos demostraba una intolerancia inusitada, sobre todo cuando se trataba de los escritos de Klim y los editoriales de El Espectador. Un día en un discurso, agobiado por los editoriales de Guillermo Cano, planteó la necesidad de democratizar los medios de comunicación y de que estos pasaran a ser propiedad de los empleados, como pasaba en Francia con Le Monde. El discurso fue entendido por los Cano como un intento de acallar al periódico. La salida de EL TIEMPO de Klim, uno de los críticos más ácidos e implacables de López, la cual fue motivo de un mea culpa de este periódico hace poco, cuando un editorial reveló que López había presionado a los directores de EL TIEMPO para exigir la salida de Klim, era fiel reflejo del clima que se vivía en el país.

Por todas estas razones, no voté por López Michelsen cuando perdió las elecciones del 82 frente a Belisario Betancur. Pero debo reconocer que desde entonces, contra lo previsto, su figura política me fue seduciendo. Poco a poco sus reflexiones recobraron al político brillante del MRL, al que había labrado su carrera enfrentándose al establecimiento liberal, desafiando los postulados del Frente Nacional. Mientras los demás ex presidentes se convertían en muebles viejos o lobistas de multinacionales, siguiendo la línea impuesta por ex presidentes de la talla de Felipe González, López sorprendía a tirios y troyanos por su independencia crítica y por su indeclinable labor de auriga intelectual que ilustró a muchas generaciones.

¿Cuál es la explicación de que un político que representa como pocos la voz de la disidencia, de las minorías, llegue al poder y resulte impulsando un gobierno impopular e intolerante? La respuesta a esta paradoja tiene que ver probablemente con la naturaleza de López como político y estadista. Él concibió la política como un ejercicio de oposición intelectual. Así labró su carrera: en contra del establecimiento liberal que había surgido alrededor de su padre, Alfonso López Pumarejo. Siempre tuvo en el fondo el alma de un rebelde, de un tirapiedra, a pesar de ser socio del Country Club.

No obstante, cuando llegó al poder y tuvo que hacer la transición de jefe de la oposición a jefe del gobierno, no la hizo. Simplemente siguió siendo el mismo discrepante, el mismo disidente, pero desde el gobierno. Siguió peleando como David contra Goliat cuando en realidad ya no era lo primero sino lo segundo. Los efectos de esa falta de sincronización produjeron una estela demoledora que alteró severamente la relación de su gobierno con los gobernados. Cuando estos lazos se rompen, sobrevienen los gobiernos impopulares. Uno puede ser un tirapiedra contra el establecimiento, pero otra cosa muy distinta es tirar piedra desde el palacio de Nariño. El presidente López probablemente alcanzó a intuir que tenía algún problema de sincronización con el poder, que nunca resolvió. Hace un tiempo, un periodista le pregunto a raíz de la muerte del presidente Turbay Ayala, qué opinaba de su gobierno: "Si me pareció malo el mío, respondió, imagínese si me puede parecer bueno el de Turbay".

Aunque la historia se ha encargado de demostrar que su gobierno fue uno de los más responsables en el manejo económico, amén de otros aciertos, es evidente que el legado que nos deja proviene del López ex presidente, no del López gobernante. De aquel que habló sin tapujos y que reivindicó su condición de eterno disidente. Ese López era la conciencia crítica de un establecimiento hoy cada vez más autista y menos democrático.

María Jimena Duzán

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