Hace unos años nadie hubiera imaginado que Álvaro Uribe tendría que sufrir la humillación de que Estados Unidos dejara la silla vacía en la ratificación del TLC con Colombia
Álvaro Forero Tascón, El Espectador, Bogotá, julio 8 de 2007
Era impensable que Uribe permitiera el derrumbe del consenso bipartidista que existía en Washington frente a Colombia, y que nos hacía el país con mejores opciones para la integración comercial. Pero eso fue exactamente lo que sucedió. Entre ingenuo y soberbio, el gobierno Uribe desequilibró el delicado balance bipartidista sobre el cual estaba soportado el eje Washington-Bogotá, tan precioso para su proyecto político.
El Presidente reemplazó el consenso bipartidista, por una cercanía exagerada con el presidente más polarizante de la historia moderna de Estados Unidos. La única explicación para que Uribe alardeara de su alianza con el presidente estadounidense mundialmente más desprestigiado de la historia, es que con ello buscaba apoyo y legitimidad para su controversial política de seguridad.
Por su gran desconocimiento de la política internacional, Uribe la ha limitado a una alianza “carnal” con Estados Unidos, como denominó un canciller argentino la relación del gobierno Menem con ese país, despojándola de la capacidad esencial de toda política exterior, que es equilibrar los intereses contradictorios y desiguales con los demás países, y especialmente con la potencia dominante. Al “carnalizar” las relaciones externas bajo el pretexto de la afinidad de intereses, precisamente con quien más contradicciones se tiene a raíz del problema de la droga, que es la esencia de la importancia externa y de la problemática interna colombiana, Uribe no sólo generó un grave aislamiento internacional, sino que terminó agravando el enorme desequilibrio con ese país.
Colombia no está sufriendo la suerte de los aliados de Estados Unidos. Está sufriendo la suerte que gobiernos débiles o represivos imponen a sus pueblos mediante alianzas “carnales”, que por ilusas y desfavorables terminan castigando los intereses nacionales. La queja de Uribe contra los demócratas es la diatriba de quien habiendo malversado sus intereses estratégicos, se lamenta de su suerte.
Una alianza tan exagerada con Bush no sólo era innecesaria, porque Uribe heredó unas bases firmes para el Plan Colombia, sino torpe para un gobierno interesado en un tratado de libre comercio con un Congreso que, aun en épocas de control republicano, requirió apoyo demócrata. Es hecho notorio que los demócratas tienen una prevención histórica frente al libre comercio, y que había que quitarle importancia estratégica al tema, en vez de elevarle protagonismo, como hizo Uribe, hasta convertirlo en presa política valiosa.
Los retrocesos en materia de Plan Colombia también responden al desequilibrio introducido por Uribe en favor de la línea guerrerista favorecida por los republicanos, que desdeña los derechos humanos y la inversión social que prefieren los demócratas y el mundo entero. El Gobierno no ha entendido que estando a la vista la evidencia del contubernio criminal del Estado y la política con el paramilitarismo, sus cifras de seguridad no despejan las preocupaciones mundiales por la guerra y los derechos humanos en Colombia.
Alegar que la reticencia internacional generalizada frente a su gobierno es producto de una mala percepción, obedece a la tendencia instintiva del Presidente a la manipulación mediática de los hechos. Álvaro Uribe no acepta que la comunidad internacional vea más allá de su populismo antiterrorista, en que todo se justifica por las Farc. Pero para el mundo, el colombiano es un caso típico de país en conflicto, en que la extrema derecha es tan perjudicial como la extrema izquierda para encontrar la paz.
Y la política exterior colombiana, arriera y ultraconservadora, junto a la política interna, débil frente a la infiltración ilegal de derecha, refuerzan la percepción de que el Gobierno colombiano es de extrema derecha, y por tanto, un obstáculo para la paz. Porque así los colombianos creamos que la guerra es el único camino hacia la paz, para el mundo entero, el camino es la negociación política. Y entre más vocifera contra las Farc el Presidente Uribe en busca de apoyo interno, más se debilita frente a la comunidad internacional, que lo ve como el presidente de la guerra, y por ende, como enemigo de la paz.
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