01 de Junio de 2008. Redactor de EL TIEMPO.
En un momento en el que América Latina busca redefinir su relación con E.U., Colombia no debe aislarse de la región.
La reunión de fundación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), en Brasilia, el pasado 23 de mayo, y la Asamblea General de la OEA, que hoy sesiona en Medellín, resumen la encrucijada en la que se encuentra la política exterior de Colombia, en un momento de realineamientos bilaterales y multilaterales en América Latina y frente a Estados Unidos, a los que el país mal podría permanecer ajeno.
Pocas veces como ahora, la política exterior había sido tan crucial para Colombia. Las realidades internas, en especial el conflicto armado, la aíslan, mientras América Latina está en plena redefinición de sus reglas de juego, sus estructuras institucionales y sus métodos de trabajo. Los Estados Unidos, ausentes de la región en una década en la que la izquierda de diversos matices se ha posicionado, han dejado el campo abierto para un movimiento de fondo hacia la redefinición de la relación del subcontinente con ellos. Es la búsqueda de una redefinición del equilibrio y un papel más independiente de América Latina. Que al mismo tiempo, con la excepción única de Chávez (y, por supuesto, de Cuba), no es confrontacional.
La necesidad de alinearse con la controvertida posición de Bush para fortalecer la guerra contra las Farc -y una identificación de principios y de lenguajes antiterroristas entre el presidente Uribe y el estadounidense- ha acercado mucho a Colombia con Washington. La alianza es de vieja data, pero antes tenía contrapesos: buenas relaciones con los vecinos, un activo proyecto de integración andina y una actitud de alto perfil en los temas más importantes de las relaciones hemisféricas. Sin mucho debate, sin la intervención del Congreso ni de la Comisión Asesora, el gobierno Uribe ha cambiado tradiciones valiosas de la política exterior.
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Colombia debe evitar el peligro de quedar aislada. Ya se ha visto que el panorama actual le dificulta liderar iniciativas en América Latina e, incluso, participar en los grandes procesos. No puede estar en el Alba chavista, por supuesto, pero tampoco se siente cómodo en el Unasur promovido por Lula. La intranquilidad en las dos principales fronteras debilita la capacidad de acción en un contexto más amplio.
La tendencia al aislamiento también quedó al descubierto con la posición de Colombia frente a la iniciativa brasileña de crear un Consejo de Seguridad Suramericano. Dejó la sensación, otra vez, de que su cercanía con Bush le impide estar con las mayorías del continente.
Se entienden las razones del presidente Uribe para no molestar a nuestro aliado del Norte, fomentando ideas que lo excluyen o esquemas que lo obliguen a sentarse a la misma mesa con Hugo Chávez . Pero, más allá de la connotación política, sí hay un asunto que necesita esquemas nuevos, creativos y efectivos de trabajo conjunto y multilateral: el de seguridad. Los desafíos del conflicto interno en las zonas de frontera y las nuevas rutas del narcotráfico exigen acciones coordinadas.
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Harina de otro costal es la nueva distensión Uribe-Chávez, que se evidenció en la reunión de Brasilia. Bienvenida, desde luego, pero el improvisado tono tropical de la misma hace pensar en una reedición de la célebre cumbre de Santo Domingo. Y ya se sabe lo poco estables que pueden ser este tipo de reconciliaciones. Esas frases -"Uribe, te llevo en el corazón"; "No he dado ni una municioncita a las Farc"- parecen reiterar que la diplomacia del continente se ha movido hacia un estilo más desabrochado, pero de dudosa efectividad.
Que la Asamblea General de la OEA vuelva a Colombia recoge una tradición de compromiso con ese organismo. El cual no pasa por su mejor momento, por su inacción, por sus excesos burocráticos y por la imagen de que el Tío Sam mueve los hilos. Pero que vale la pena apoyar y fortalecer, porque el continente necesita un foro en el que todos los países miembros (así sea con la ausencia de Cuba) puedan tratar los temas multilaterales. Si algo caracteriza a las relaciones exteriores en la actualidad es la dependencia mutua, la internacionalización de fenómenos que antes eran solo nacionales. La OEA es necesaria y si no existiera habría que crearla.
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No hay que hacerse muchas ilusiones sobre los resultados de la reunión. Una asamblea de trámite, con una agenda previamente trabajada sobre el tema de la juventud y los valores democráticos. Poco espacio habrá para discutir el futuro de la organización, frente al cual, además, la hoy mayoritaria izquierda latinoamericana es escéptica. Habría que buscar que las iniciativas nuevas -como Unasur- sean complementarias y no sustitutas del foro político continental que es la OEA.
La diplomacia colombiana está en uno de sus momentos más trascendentales y decisivos. Preocupa la falta de un papel más activo de la Cancillería, las embajadas y las comisiones segundas del Congreso. La propia academia no parece aportar muchas ideas. Es un momento que exige creatividad, visión estratégica, prioridad gubernamental y mucha seriedad. No encarar los síntomas de aislamiento, no prevenir los posibles cambios de la visión de Estados Unidos hacia Colombia después de las elecciones presidenciales y mantener relaciones conflictivas con los vecinos y lejanas con importantes actores como la Unión Europea y la ONU es caminar hacia una hecatombe diplomática, que todavía se puede prevenir.
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