La gravedad del juramento


La gravedad del juramento

Cinco años largos de Uribe nos han enseñado que no hay que fijarse en lo que dice, sino en lo que hace. Porque en lo que dice se contradice.

Por Antonio Caballero
Fecha: 06/14/2008 -1363
Sentadito muy tieso en el filo de su sillita presidencial, sin manotear como acostumbra en sus arengas ante los militares, sin decir palabrotas como cuando manda que le chucen el teléfono, Álvaro Uribe en la televisión parecía incapaz de matar una mosca. Sólo una palabra de mal tono dijo en la entrevista que le encargó a Vicky Dávila de RCN: "filipichín". Y aconsejó, con sonrisa picarona, buscarla en el diccionario para descubrir a quién se estaba refiriendo con ella. La busqué. Di por hecho que no la usaba en la acepción de "tejido de lana estampado", así que tenía que ser o bien "lechuguino" o bien "afeminado". "Lechuguino: muchacho imberbe que se mete a galantear aparentando ser hombre hecho". ¿El propio Uribe, tal como lo describe Vicky Abad en la revista SoHo? ("Álvaro Uribe me echaba los perros", pág. 98, mayo 2008). Cito: "Álvaro se excedía en galantería y buenas maneras". Y "me llevó sus calificaciones para demostrarme que era buen estudiante". Eso: exactamente como en la televisión. Pero no podía estar hablando de sí mismo el presidente, aunque a menudo lo haga así, en tercera persona. ¿Hablaba entonces de algún opositor, usando la acepción de "afeminado"? Sin duda: como cuando llamó por teléfono "¡marica!" a su ex amigo 'La mechuda' y amenazó con pegarle en la cara. Pero ¿cuál esta vez? ¿Gaviria, Petro, el otro Gaviria?


Me quedé sin saberlo. Me distraje. Y es que cuando la cámara no enfocaba al presidente de cuerpo entero, sentadito y modoso como un niño en visita, sino que mostraba un primer plano de la cara, la impresión era terriblemente desasosegadora. Los ojos se le escapaban hacia todos los lados a la vez, como si persiguieran el vuelo errático de una mosca por el salón de Palacio. Miraba aquí y allá, y allí y acullá, sin cesar, sin descanso: el techo, el piso, una lámpara, la pata de una silla, un cuadro en la pared, la sombra de algún asesor fuera de cámara. Así que yo, por intentar seguir esa extraña mirada inquieta, evasiva, huidiza, casi no me enteré que de lo que decía el presidente. Que si la seguridad democrática y la confianza de los inversionistas son necesarias para crear empleo y "construir equidad": cuando así fuera, algo de equidad o alguna creación de empleo se hubiera visto en un quinquenio ¿no? Que si su costumbre de rifar cheques en los consejos comunitarios de los sábados es "por hacer pedagogía": cuando todos creíamos que era por hacer demagogia. Que si hay opositores que quieren ("¡Qué vergüenza!", exclamó) "quitarse competidores reformando la Constitución": cuando todos pensábamos que el que había reformado la Constitución para quitarse competidores era él.

En fin: no me fijé mucho. Cinco años largos de Uribe nos han enseñado —y supongo que eso también es pedagogía— que no hay que fijarse en lo que dice, sino en lo que hace. Porque en lo que dice se contradice. Un buen ejemplo es justamente este tema de la presunta compra del voto de Yidis Medina para la reelección presidencial: un tema por el cual el presidente se adueñó de casi una hora de noticiero en la televisión y de otro tanto en la radio. Y además convocó una rueda de prensa extraordinaria, y además hizo publicar en tres días nada menos que cuatro comunicados "bajo la gravedad del juramento", para decir unas veces que sí y otras que no y otras que quién sabe. Así, en el del lunes afirmó: "Creo no haber pedido a congresista alguno en particular que votara el acto legislativo (de la reelección). Si alguien recibió ese pedido mío, le ruego expresarlo". Y en vista de que Yidis satisfizo su ruego expresando una vez más que ella sí había recibido ese pedido suyo, corrigió en el comunicado del martes concediendo: "Ella afirma que le pedí votar favorablemente el acto legislativo; es posible que así hubiese sucedido". Uribe se contradice en lo que dice, y también contradice lo que dice con lo que hace. Hace lo contrario de lo que dice. Y niega que haga lo que hace.

Por eso en la entrevista yo no me fijé en lo que decía, sino en lo que estaba haciendo. Y lo que estaba haciendo era mover sin cesar los ojos arriba y abajo, a derecha y a izquierda, atrás, al sesgo. Salvo de frente. Parecía que fuera la mirada de un loco.

O la de un mentiroso.

REVISTA SEMANA.

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