Opinión| 14 Marzo 2008 - 10:20am
Análisis
Por: Eduardo Sarmiento
El TLC se fundamentó en las teorías de ventaja comparativa que han sido controvertidas por los hechos. La presunción de que el libre mercado conduce a una especialización en los bienes de mayor productividad relativa y de que todos los países ganan, no se cumple en la práctica. En su lugar, la competencia de los países para aumentar las exportaciones y conformar superávit en cuenta corriente ha llevado a una confrontación que coloca el salario por debajo de la productividad y amplía la brecha entre la mano de obra calificada y la no calificada. En todas partes y en un mayor grado en las economías más expuestas al libre mercado, como Estados Unidos, ha significado la caída de los ingresos laborales, el incremento de las ganancias del capital y la especulación y el retroceso de la distribución del ingreso. Además, la globalización se manifestó en severas crisis cambiarias financieras y recesivas en América Latina y Asia, y ahora por razones similares está causando los mismos estragos en Estados Unidos.
Lo cierto es que las actitudes se han venido transformando. En la actualidad Estados Unidos imprime billetes sin consideración para devaluar el dólar y en el Congreso cursan todo tipo de propuestas para limitar las exportaciones chinas. Los bancos centrales autónomos para bajar la inflación, el corazón de las reformas de libre mercado, son materia de serios cuestionamientos e, incluso, del abandono de su filosofía central. Desde Greenspan y ahora Bernanke, la prioridad de la inflación le ha dado paso a la estabilidad financiera y el crecimiento económico. En la actualidad, la prioridad de la Reserva Federal es inyectar liquidez para evitar el desplome del sector financiero y moderar la recesión. Ante la ineficacia del incentivo de las bajas tasas de interés, en combinación con el Gobierno, están empleando la emisión monetaria con fines selectivos. Como lo señala un editorial del New York Times, las autoridades económicas de Estados Unidos están aplicando todo lo que ellos y el Fondo Monetario le proscribieron a América Latina en la década del noventa.
La ola de insatisfacción no ha dejado de reflejarse en el país. Ante el aumento de la liquidez mundial y los efectos devastadores sobre las tasas de cambio, en el desespero las autoridades económicas han acudido, en forma vergonzante, a la heterodoxia. Se ha intervenido el mercado cambiario, se han aplicado controles de capitales, se anunció la reestructuración de los aranceles e, incluso, se insinúa la fijación de precios. En todos los casos las medidas han resultado inoperantes, porque se han aplicado en dosis mínimas y con indecisión. No se han articulado dentro de un criterio y una estrategia, y en muchos casos no se ha pasado de la proclama. Lo cierto es que la indisciplina deja al descubierto la incapacidad de las políticas convencionales para detener la revaluación, moderar la inflación y sostener la actividad productiva.
Las medidas de mercado que predominaron en los últimos quince años están desacreditadas, vienen siendo sustituidas en forma soterrada y el TLC hace las veces de una camisa de fuerza que las vuelve inflexibles e irreversibles. El país renuncia a los aranceles, la intervención cambiaria, los controles de capital y la fijación selectiva de precios, es decir, a todo lo que se requiere en este momento para armonizar la política macroeconómica ante el fracaso de los bancos centrales y la modalidad de cambio flexible. Lo más curioso es que estas restricciones no aplican a Estados Unidos, que dispone de amplios medios para eludir los designios del mercado. El país del norte mantiene inmodificada la discrecionalidad para aplicar los subsidios agrícolas, inundar al mundo de liquidez para devaluar el dólar, endeudarse en su propia moneda y emplear la política fiscal y monetaria para conceder incentivos al sector financiero, las empresas, los contribuyentes y el empleo.
El TLC fue concebido y negociado con criterios de mercado que han sido invalidados por los hechos y rechazados por sus mismos promotores y gestores. Se pretende subsanar el vacío conceptual con pronunciamientos políticos y diplomáticos pasajeros, que le dan un claro tinte ideológico y le restan toda credibilidad científica. El peor aval para el TLC, que en buena medida define el modelo de desarrollo de largo plazo, es que su razón de ser y aprobación se sustenten en argumentos efectistas. Las cosas se deshacen como se hacen.
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