El Espectador. Marzo 8/08
Notas de Buhardilla
Por: Ramiro Bejarano Guzmán
A juzgar por lo que pasó durante las primeras horas de la extenuante cumbre de Río, nadie esperaría que después de tanto insulto y cara larga íbamos a ver aplausos, sonrisas, abrazos y a ser testigos de una reconciliación que resultó copiada del guión de una telenovela mejicana.
De ese circo latinoamericano conformado por unos presidentes más emotivos que estadistas, Colombia tampoco salió bien librada, así ahora el Gobierno y sus amigos se empeñen en sostener que Uribe ganó y que arrinconó a todo el continente. La cosa fue al revés, porque Colombia estaba sola en Santo Domingo, sin nuestro único aliado, los Estados Unidos, cuya presencia en la asamblea de la OEA hizo la diferencia. A propósito, en Washington tampoco fue cierto que los embajadores ante la OEA aplaudieran el encendido y mal leído discurso del embajador Camilo Ospina, sino la “barra” de colombianos, pero claro, los medios oficilistas dijeron lo contrario, y todos se lo creyeron.
Es mejor hacer un balance rápido de lo que pasó, que dejarse llevar por la enternecida despedida de esa cumbre del llanto en que terminó convertido el encuentro de Santo Domingo, porque sólo así se verá que la cosa no resultó tan positiva. Colombia llegó a la cumbre con el cargo de que violó la soberanía del Ecuador y de allí salió con esa misma sindicación, pero con algo más, con la promesa formal de que no volverá a pisar terreno ajeno sin permiso del dueño.
En tono altivo Colombia llegó a enrostrarle a Venezuela y al Ecuador que ellos auxilian a las Farc, pero al caer la tarde, tan elevada acusación se perdió en el bullicio de la sala. Que ese ataque no hubiese prosperado, deja sin piso la tesis de la legítima defensa invocada como argumento para justificar la intromisión de tropas en el Ecuador.
Uribe llegó también armado de una temeraria denuncia contra Chávez por auxiliar el terrorismo, que se proponía presentar ante la Corte Penal Internacional, y ante tanto aplauso, le tocó retirarla sin siquiera haberla presentado. O la querella era temeraria, o no hay pruebas, o sencillamente quien la concibió es un calumniador, porque es una aventura, por decir lo menos, calificar un día a un presidente de ser colaborador de genocidas y al siguiente llamarlo mi hermano.
Por fortuna el abrazo de Uribe con Ortega no fue más prolongado, porque si con el solo apretón de manos estuvo dispuesto a retirar las fragatas del meridiano 82, con cinco minutos más quién sabe que habría pasado con San Andrés.
A cambio de todo eso, Uribe se vino sin que sus homólogos de Ecuador y Venezuela le hubiesen prometido que desterrarán a las Farc de las zonas de frontera. Ese es el problema, no los insultos y agravios que se lanzaron, de los cuales salió maltrecho Uribe, porque si bien no se salió de casillas, respondió sin fuerza la alevosa acusación que lanzó irresponsablemente el presidente Correa, de que en la Casa de Nariño habitan paramilitares y narcotraficantes.
Fue evidente que Uribe jugó de visitante todo el tiempo, y eso se notó cuando en el punto más álgido de las deliberaciones, entraron al salón por forzosa insinuación de Chávez, la senadora Piedad Córdoba y Yolanda Pulecio, un par de piedras gigantescas en el zapato, que lo dejaron sin aire, porque con ellas quedó en el aire la necesidad de volver siempre sobre el acuerdo humanitario.
Las Farc seguirán en las que andan. Ecuador y Venezuela quién sabe qué actitud asumirán en sus territorios fronterizos. Pero para tranquilidad nuestra, en la Cancillería seguirá la figura incompetente de Fernando Araújo, cuya voz no se oyó en esta emergencia, auxiliado por unos embajadores empresarios que tampoco sirvieron de nada.
~~~
Adenda. En medio de todo el enredo diplomático, han pasado inadvertidas las detenciones por vínculos con paramilitares de varios alfiles del uribismo, entre otros, del rey de los proyectos de la reelección presidencial, el senador conservador Ciro Ramírez. No hay mal que por bien no venga.
Es mejor hacer un balance rápido de lo que pasó, que dejarse llevar por la enternecida despedida de esa cumbre del llanto en que terminó convertido el encuentro de Santo Domingo, porque sólo así se verá que la cosa no resultó tan positiva. Colombia llegó a la cumbre con el cargo de que violó la soberanía del Ecuador y de allí salió con esa misma sindicación, pero con algo más, con la promesa formal de que no volverá a pisar terreno ajeno sin permiso del dueño.
En tono altivo Colombia llegó a enrostrarle a Venezuela y al Ecuador que ellos auxilian a las Farc, pero al caer la tarde, tan elevada acusación se perdió en el bullicio de la sala. Que ese ataque no hubiese prosperado, deja sin piso la tesis de la legítima defensa invocada como argumento para justificar la intromisión de tropas en el Ecuador.
Uribe llegó también armado de una temeraria denuncia contra Chávez por auxiliar el terrorismo, que se proponía presentar ante la Corte Penal Internacional, y ante tanto aplauso, le tocó retirarla sin siquiera haberla presentado. O la querella era temeraria, o no hay pruebas, o sencillamente quien la concibió es un calumniador, porque es una aventura, por decir lo menos, calificar un día a un presidente de ser colaborador de genocidas y al siguiente llamarlo mi hermano.
Por fortuna el abrazo de Uribe con Ortega no fue más prolongado, porque si con el solo apretón de manos estuvo dispuesto a retirar las fragatas del meridiano 82, con cinco minutos más quién sabe que habría pasado con San Andrés.
A cambio de todo eso, Uribe se vino sin que sus homólogos de Ecuador y Venezuela le hubiesen prometido que desterrarán a las Farc de las zonas de frontera. Ese es el problema, no los insultos y agravios que se lanzaron, de los cuales salió maltrecho Uribe, porque si bien no se salió de casillas, respondió sin fuerza la alevosa acusación que lanzó irresponsablemente el presidente Correa, de que en la Casa de Nariño habitan paramilitares y narcotraficantes.
Fue evidente que Uribe jugó de visitante todo el tiempo, y eso se notó cuando en el punto más álgido de las deliberaciones, entraron al salón por forzosa insinuación de Chávez, la senadora Piedad Córdoba y Yolanda Pulecio, un par de piedras gigantescas en el zapato, que lo dejaron sin aire, porque con ellas quedó en el aire la necesidad de volver siempre sobre el acuerdo humanitario.
Las Farc seguirán en las que andan. Ecuador y Venezuela quién sabe qué actitud asumirán en sus territorios fronterizos. Pero para tranquilidad nuestra, en la Cancillería seguirá la figura incompetente de Fernando Araújo, cuya voz no se oyó en esta emergencia, auxiliado por unos embajadores empresarios que tampoco sirvieron de nada.
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Adenda. En medio de todo el enredo diplomático, han pasado inadvertidas las detenciones por vínculos con paramilitares de varios alfiles del uribismo, entre otros, del rey de los proyectos de la reelección presidencial, el senador conservador Ciro Ramírez. No hay mal que por bien no venga.
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