La crisis de personal militar estadounidense

By Frederick W. Kagan
From Foreign Affairs En Español.

BOTAS VS. BOMBARDEROS

Con 345 millones de dólares, aproximadamente, se puede comprar un F-22 Raptor -- el nuevo avión caza furtivo de las fuerzas armadas estadounidenses -- o pagar el costo promedio anual de 3000 soldados (aunque costaría mucho más equipar, mantener y desplegar el caza o las tropas). Los soldados son una mejor inversión. Sin embargo, los encargados de personal, los expertos y los directivos de los cuerpos militares de Estados Unidos han venido subestimando la importancia de las fuerzas de tierra desde 1991. Aun hoy, ante las campañas actuales de contrainsurgencia en Irak y Afganistán, que exigen tanta disponibilidad de soldados, la administración Bush prefiere las capacidades de ataque de largo alcance sobre las fuerzas terrestres. La recién publicada Revisión Cuadrienal de Defensa 2006 y la propuesta presupuestal del presidente para el año fiscal de 2007 confirman esta prioridad.

La administración ha mantenido este énfasis pese a que el olvido prolongado de las fuerzas estadounidenses de tierra ha causado serios problemas en las campañas iraquí y afgana. De no ser corregido, además, este olvido provocará problemas aún peores en el futuro. La guerra es, en esencia, una actividad humana, y los intentos de sacar a los seres humanos de su centro -- como muestran las tendencias recientes y los programas en curso -- quizá conduzcan al desastre.

LOS ORÍGENES DE LA CRISIS

La actual crisis de déficit de personal en las fuerzas armadas estadounidenses es anterior a los ataques del 11 de septiembre de 2001 y a la guerra de Irak. El problema empezó a principios de la década de 1990, cuando George H.W. Bush comenzó a recortar con imprudencia el gasto militar sin prestar la atención suficiente a los empeños previsibles (e imprevisibles) que las fuerzas armadas habrían de enfrentar. Bill Clinton aceleró estos recortes, aun cuando el número de efectivos militares estadounidenses desplegados en el exterior crecía sin cesar. A finales de la década, las fuerzas armadas estadounidenses se encontraban trabajando al límite y no contaban con suficiente personal para las misiones que debían enfrentar.

Empezaron a proliferar peticiones de que Washington debería revertir algunos de esos recortes. Sin embargo, lo que los críticos pedían exactamente variaba en forma notable. Algunos recomendaban un incremento en el gasto militar tradicional. Pero otros exigían que más dinero fuera a dar a la investigación y desarrollo (I & D) a fin de promover una "revolución en asuntos militares" (conocida en inglés por sus siglas RMA, por Revolution in Military Affairs). Estos entusiastas de la RMA consideraban a la década de 1990 como una "pausa estratégica": Estados Unidos no enfrentaba ninguna amenaza inminente, afirmaban, y por ello deberían aprovechar el tiempo a fin de prepararse para los desafíos futuros desarrollando nueva tecnología.

En su campaña presidencial de 2000, George W. Bush prometió reparar el daño hecho a las fuerzas armadas durante la década previa. Sin embargo, incluso antes de ganar la elección dejó en claro que planeaba resolver el problema de una manera muy concentrada. Bush era (y sigue siendo) un firme

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