31 de Octubre de 2007. Redactor de EL TIEMPO.
Estados Unidos impuso el pasado jueves las sanciones más duras a Irán desde la toma de su embajada en Teherán en 1979.
Declaró terrorista a un componente de la Guardia Revolucionaria, la Fuerza Quds, y castigó a instituciones financieras iraníes, para obligar al gobierno de Mahmoud Ahmadinejad a que desista de su programa nuclear.
Bajo el liderazgo de Ahmadinejad, Irán se ha convertido en la mayor amenaza para E.U. en Oriente Medio. Irónicamente, este es el producto de la desatinada política de Washington en el mundo árabe, pues la invasión de Irak y Afganistán liquidó a los principales regímenes sunitas rivales del chiita Irán y despejó el terreno para que la nación persa asentara su influencia en la región.
Gran parte de la comunidad internacional contempla el ascenso iraní con recelo, y razón no le falta. Un Irán con armas nucleares, que desea borrar del mapa a Israel y afianzarse como potencia regional, amenazaría la estabilidad global. Francia, que siempre abogó por privilegiar la diplomacia, ya se alineó con Washington.
Junto con Gran Bretaña, apoya la línea de duras sanciones sin descartar el uso de la fuerza. Alemania e Italia, en cambio, consideran ineficaz dicha política. Rusia y China se oponen a tensar la cuerda. Pero Washington ha elevado a tal punto los pullazos verbales contra Irán, que la idea de un ataque antes de que George W. Bush concluya su mandato en 14 meses no es descabellada. Bush ya llegó a advertir sobre una tercera guerra mundial si Irán obtiene armas nucleares.
El Consejo de Seguridad de la ONU se reunirá en noviembre para estudiar una tercera resolución con sanciones más fuertes a Irán, aunque las dos primeras fueron tildadas de papeles inservibles por Ahmadinejad. La seguridad que el mandatario iraní muestra por fuera contrasta con la delicada coyuntura que enfrenta en el interior, debido a una crítica situación económica. Pero si alguna duda había de su dura posición, esta se confirmó con la salida de Ali Larijani, el negociador iraní del tema nuclear, y su reemplazo por Said Jalili, un cercano colaborador de Ahmadinejad.
No son pocos los indicios de que en Washington y Teherán se refuerzan las posiciones más radicales. Nadie quiere un Irán con armas nucleares, pero tampoco que se añada más combustible a un Oriente Medio ya suficientemente incendiado.
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