Hay indicios de que el libre comercio, que ha sido el paradigma económico dominante en el mundo durante varias décadas, comienza a perder apoyo en la opinión pública, particularmente en la de Estados Unidos. Un viraje que, de afianzarse y dado el liderazgo de esa nación, puede tener serias consecuencias.
En una encuesta del diario The Wall Street Journal y la cadena NBC, realizada en la última semana de septiembre entre votantes del Partido Republicano, tradicional aliado del libre comercio, se preguntó si este ha sido bueno o malo para la economía de E.U. Sorpresa: el 60 por ciento respondió que malo y el 30, que bueno, y la mayoría dijo que estaría de acuerdo con un candidato republicano que prometa imponer regulaciones más severas para limitar la entrada de productos.
Los defensores del libre comercio se quejan de que, para atacarlo, basta con blandir unas pocas anécdotas que indignen a la opinión pública, pero que para defenderlo se requieren argumentos, lo cual hace la pelea desigual. Y las anécdotas sobran, como los casos recientes de importaciones de juguetes pintados con plomo, dentífrico contaminado, piyamas inflamables para bebés, melones infestados de salmonela, comida envenenada para mascotas o, simplemente, la noticia del cierre de alguna fábrica local que sucumbe ante la competencia internacional.
Por el lado del Partido Demócrata las cosas tampoco pintan bien. Hillary Clinton, la más opcionada precandidata presidencial, ahora cuestiona el Nafta firmado con México y Canadá (legado de su marido, Bill Clinton), se opone al TLC con Corea del Sur y sugiere poner los nuevos tratados en el congelador, para posterior revisión.
Inclusive en la academia, bastión de la globalización y el libre comercio, han aparecido grietas. Los premios Nobel Paul Samuelson y Joseph Stiglitz, y Dani Rodrik, de Harvard, y Paul Krugman, de Princeton, cuestionan parcialmente los principios de la teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo, base del libre comercio, o ponen en duda la magnitud de los beneficios predicados por la globalización.
Si bien, en general, el debate académico aún favorece el libre comercio, el debate político no tanto. De prosperar esta nueva ola de proteccionismo, habría que sumarla a las tribulaciones de otra índole que vienen demorando la aprobación de nuestro TLC en el Congreso de E.U. Los niveles de violencia en Colombia, la impunidad, el papel del paramilitarismo y la ausencia de resultados más contundentes y sostenibles en la resolución de estos problemas son los argumentos que esgrimen varios líderes demócratas, encabezados por la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, desde que anunciaron en junio su resistencia a apoyar el TLC con nuestro país. En la misma línea se pronunció The New York Times en su reciente editorial, en el que invitó al Congreso de E.U. a demorar el tratado con Colombia como medida de presión "para cambiar el comportamiento de Mr. Uribe". Pese al evidente interés de la administración republicana, el momento para el TLC colombiano no es nada fácil.
Por lo menos en Colombia ya fue aprobado por el Congreso, y el protocolo modificatorio (básicamente la renegociación de los temas laborales, ambientales y de propiedad intelectual) está por culminar su trámite. Ahora le toca el turno a la Corte Constitucional, que habrá de decidir sobre la exequibilidad del tratado, para lo cual dispone de varios meses. De manera que la incertidumbre alrededor del TLC continuará. Allá y aquí.
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