Óscar Collazos. Columnista de EL TIEMPO.
Una base de Estados Unidos en nuestro territorio nos aislará aún más del resto de América Latina.
Si el Gobierno acepta la instalación de bases militares norteamericanas en nuestro territorio, no se fortalecerá la posición de Colombia en el Continente. Este hecho nos aislará aún más del resto de América Latina. Servirá para que los ánimos ya alebrestados del vecino Hugo Chávez arrojen más petróleo nacionalista a la maquinaria de su discurso antiimperialista.
No se trata solamente del clásico asunto de la soberanía. Colombia mandaría otro mensaje equívoco a sus vecinos; mejor dicho, al resto del subcontinente. Les repetiría que sigue siendo aliada incondicional de Estados Unidos, como lo ha sido de manera servil al repetir machaconamente el discurso antiterrorista que el presidente Bush y sus halcones montaron sobre una mentira colosal para dar comienzo a un genocidio.
La recomposición geopolítica de América Latina no propone la continuidad de la retórica antiimperialista clásica. La tendencia latinoamericana, de la que Colombia se separa con la misma efervescencia camorrista con que Chávez insulta al presidente Uribe, no está marcada por la enemistad con Estados Unidos sino por la exigencia de relaciones de igualdad que en más de un siglo fueron ignoradas por los gobiernos de ese país.
El gobierno Uribe está estimulando la continuación de "la servidumbre voluntaria" que dio combustible al cipayismo. Esta humillación tuvo su mayor auge durante la guerra fría. Sin embargo, el frente antinorteamericano liderado por Chávez le sirve ahora a Estados Unidos para refrendar su vieja tesis de la seguridad hemisférica en peligro. Y a esto contribuye la política exterior colombiana al pretender el traslado del conflicto armado con las guerrillas a la agenda latinoamericana.
Las Farc le sirven de instrumento a Chávez para desafiar al Gobierno colombiano. En una eventual y remota escaramuza bélica, la organización subversiva sería probablemente aliada de Chávez, algo que difícilmente puede suceder en un conflicto superable como el que sostienen Ecuador y Colombia.
Una nueva guerra fría, más regional que global, conviene a los Estados Unidos de Bush en momentos en que está perdiendo influencia en América Latina. Chávez y Uribe se convierten así en focos de unas tensiones que los gringos estimulan perversamente con el fin de conseguir que la América del Sur sea dividida en bloques en conflicto.
Por absurdo que parezca, las Farc son una circunstancia que atornillan a Uribe Vélez en la silla presidencial y a las guerrillas en la obstinación de no ceder un milímetro ante Uribe. Esa guerrilla puede sobrevivir y perfeccionar sus acciones terroristas aislándose aún más de la comunidad internacional. Pero para responder internacionalmente a la propaganda de la guerra, Uribe no podrá demostrar que sus decisiones son independientes de E.U.
Si hacemos el ejercicio de imaginar una Colombia sin guerrillas, no sería necesario imaginarse una Venezuela sin Chávez. Este y su proyecto expansionista, subvencionado por la bonanza petrolera, seguiría siendo un pretexto para que Estados Unidos siga echándole leña a la chimenea de una guerra fría regional. Si Chávez no existiera, Estados Unidos inventaría uno.
Ninguna provocación más inconveniente en estas circunstancias que la instalación de bases estadounidenses en Colombia. Esto es lo que los "colosos del norte" andan buscando para torpedear, mediante conflictos locales, una tendencia continental que el delirio derechista quiere presentar como amenaza izquierdista.
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