(Publicado en Cambio con el título “La izquierda: Solidaridad, soberanía, igualdad”)
Jorge Enrique Robledo, Revista Cambio, Bogotá, abril 10 de 2008
Por lo breve del espacio, sintetizaré lo que deben ser las posiciones fundamentales de la izquierda en la Colombia de hoy. Lo primero es decidirse a ver el país como lo ve la enorme mayoría que carece hasta de lo más elemental. Cuán vacua resulta la palabrería destinada a convertir en oropel la escoria de un régimen económico, social y político inicuo del que nadie puede enorgullecerse ante el mundo, salvo que falte a la verdad.
También hay que asumir la actitud de desafiar los poderes que habrá que vencer para modificar tal orden de cosas, apuntándole a cambiar las causas de la tragedia y no a quedarse en el retoque de sus efectos, con el turbio objetivo de hacer demagogias dirigidas saciar personalismos e impedir las profundas transformaciones requeridas.
Por la riqueza de su territorio y las calidades de sus gentes, Colombia podría ser de los países más granados del mundo. Si pasa lo contrario es porque desde hace décadas, pero en especial desde 1990, se impuso una política económica calculada para mantener el país en el atraso, política que se explica porque viene de la Casa Blanca y le sirve a los imperialistas que mandan allí y porque tiene como ‘socio’ al puñado de colombianos que se lucra con ella y le impone el rumbo a la nación. ¿O es mentira que llevamos medio siglo sometidos a quiénes controlan al FMI? ¿O por qué insisten en el TLC luego de 17 años de desastres del “libre comercio”? ¿O no consiste la globalización neoliberal en que las potencias globalizadoras recolonizan a los países globalizados? Lo que se rechaza, entonces, no son las relaciones con el resto del mundo. De ninguna manera. El repudio va para los tratos de mula y jinete, que fue lo que derrotaron quienes liberaron a América de los imperios coloniales.
Para hacer de Colombia un país digno y respetable, con la soberanía se defenderá el trabajo nacional, la producción industrial y agropecuaria y la democracia. El Estado además auspiciará, entre otras cosas, no los favoritismos y las corruptelas de la minoría que con descaro lo asalta, sino que la salud y la educación se le brinden, con excelente calidad, a cada colombiano.
Luchamos por la democracia, pero por la auténtica. Y ello incluye, por supuesto, el rechazo a la lucha armada y el secuestro, pero también a lo que con cinismo llaman “democracia profunda”, cuando ya se acercan a cincuenta los parlamentarios uribistas encartados por paramilitarismo y son casi un millón los votos que estos le pusieron a la reelección de Álvaro Uribe. ¿Democracia cuando ante los horrores contra el sindicalismo hasta el Partido Demócrata estadounidense se avergüenza de que lo relacionen con el gobierno colombiano?
Este es un proyecto de unidad y salvación nacional en el que caben los colombianos más pobres, las capas medias y los empresarios cuyo negocio no consista en impedir el progreso del país. Y como es obvio, no por contradicciones personales sino programáticas que afectan a las gentes, tiene que ser antiuribista.
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