Un rasgo del gobierno peruano tres veces electo de Alberto Fujimori es que de la intolerancia hizo una virtud. Persiguió a sus opositores políticos con la misma fuerza implacable con la que luchó contra las fuerzas insurreccionales, cerrando el espacio político a un pequeño charco donde se miraban Vladimiro Montesinos y Alberto Fujimori y los empresarios y abogados que se enriquecieron en esa etapa de reformas económicas del Banco Mundial.
La falta de democracia en el Perú de los años 90 llevó a que se acusara a quien fuera de ser un agente del “narco terrorismo” y sobre todo a deslegitimar, matar civilmente, a los que actuaban por el restablecimiento de la democracia. Por esa razón, salvo un pequeño grupo de desquiciados, el grueso de los políticos peruanos permanecieron en silencio en la década del 90. Por esa misma razón, además de las afinidades ideológicas, es que los medios de comunicación y sus propietarios estuvieron dispuestos a recibir dinero para hacer campañas a favor de Fujimori. Por esa misma razón, la programación de la televisión local el día de la tercera elección de Fujimori, en abril del 2000, pasaba seriales antiguas y no comentarios políticos ni noticias sobre las elecciones. Por esa razón, los generales convocaron a un empresario del tamaño de Dionisio Romero, segundo o tercero en importancia en el Perú en riqueza en el Perú, la mayor parte lograda en la década del 90, para que hiciera una campaña de apoyo a Fujimori cuando hasta los empresarios estaban con vergüenza de darle apoyo abierto electoral no obstante su enriquecimiento de la década.
Ya reelecto por tercera vez le juramentó a las fuerzas armadas su lealtad a la patria y escudado por el Cardenal primado del Perú asumió la investidura de Presidente un mes antes del 28 de julio, el 20 de junio del año 2000. Las fuerzas armadas eran la base política del Fujimorismo tanto como el Banco Mundial era su programa económico. El cardenal y el Opus Dei su soporte moral. El asesor de inteligencia Montesinos, encargado de asegurar la estabilidad del régimen, mientras tanto, acumulaba centenares de millones de dólares que se repartía con Fujimori. Algunos de esos venían de las arcas públicas, otros del narcotráfico.
Fue Fujimori tras su tercera elección , en olor de multitud en medio de una trampa electoral donde ni tenían el millón de firmas para presentarse ni tenían los resultados, pero eso no importaba. Tenían el poder y “salvo el poder todo es ilusión” dice Mao. La Secretaria de Estado, Madeleine Albright, convocó a Fujimori a Washington en mayo del 2000 para advertirle que sabían que los resultados electorales del voto de abril eran falsos pero agregar que lo apoyarían si se deshacía de Montesinos. Como recordamos, no se deshizo de Montesinos, con quien compartía cuartel en el Servicio Nacional de Inteligencia.
Montesinos fue denunciado por el Ministerio de Defensa de Colombia como proveedor de armas a las FARC, a las cuales pagaba con cocaína. Dijeron que Montesinos utilizaba los aviones de la Fuerza Aérea Peruana para transportar las armas que traía de Jordania y luego lanzaba en paracaídas sobre la selva colombiana.
Uribe no tiene a Albright sino a Condoleeza Rice en Washington, incapaz de un gesto político como el de Clinton/Albright. Tiene a Bush para que le endose la política de seguridad nacional que ahora también aplican los demás países de México hacia el Sur. Mas Bush se va en pocos meses. Tiene Uribe a su lado a los paramilitares que son lo que Montesinos a Fujimori, narcos que tienen dinero para la campaña. Tiene a las masas, que lo apoyan porque ha puesto orden, su orden, a la Iglesia y al Banco Interamericano. Uribe, como Fujimori, lo único que no tiene es la razón. El poder desquiciado, y Uribe podría aprenderse la lección del final de Fujimori, antagoniza a la masa. Hoy, a pesar de Alan García, está Fujimori detenido y bajo juicios. Montesinos está en la cárcel y los que antes los apoyaron los reniegan. Cuando Montesinos ordenó poner bombas en la sede del Banco de la Nación el 27 de julio del 2000 para que pareciera que lo habían hecho los manifestantes opositores, sabía lo que hacía. No sabía que el final estaba cerca. Esto es análogo a su ataque a las FARC en Ecuador y a la ofensiva mediática y diplomática contra Ecuador. Las terceras elecciones son una mala idea y peor si el entorno está podrido. Y el de Uribe, como el Fujimori antes, lo está. La pérdida de popularidad es breve y rápida. Esto Fujimori no lo aprendió. Ojalá Uribe se vaya por las buenas y no por las malas como el dúo dinámico peruano hoy encarcelado. Todo lo demás es para distraer la atención de que tiene un entorno narco paramilitar y que busca la tercera elección.
México DF, 29 de abril de 2008
- Oscar Ugarteche, economista peruano, trabaja en el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, México, e integra la Red Latinoamericana de Deuda, Desarrollo y Derechos (Latindadd). Es presidente de ALAI.
http://alainet.org/active/23761
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