Hora de renunciar

Pedro Medellín Torres. Columnista de EL TIEMPO.

Ahora resulta que son los partidos uribistas los que deben responder por sus actos. Según el Comisionado de Paz, "no fueron los partidos políticos los que eligieron al Presidente en el 2002 y en el 2006, sino que eran los candidatos los que aprovechaban esa buena imagen del Presidente para hacerse elegir". Como si el Presidente no les hubiera entregado los ministerios, entidades descentralizadas, embajadas y consulados, que les permitieron reforzar su poder electoral en departamentos y municipios. Como si no los hubiera legitimado, llevándolos a los consejos comunales para que entregaran los cheques a las madres comunitarias, artesanos o desplazados que cada sábado se benefician del activismo presidencial.

Al Presidente se le olvida que está en el gobierno gracias a que esos partidos (con su auspicio clientelar) le torcieron el cuello a la Constitución, para aprobar la reelección inmediata. Y que fueron ellos los que aprobaron las reformas tributarias para sostener el gasto público, o votaron la Ley de Tierras, la Ley Forestal o el Estatuto de Desarrollo Rural, que legalizan las nuevas modalidades de tenencia y explotación de la tierra. Y que ha sido la falta de control político de esos partidos uribistas la que ha permitido que el Gobierno siga entregando subsidios y aranceles con nombre propio, o la que ha impedido que prosperen las mociones de censura contra los ministros de Agricultura y de Defensa.

Es el talante uribista. O mejor, de Uribe. Ese que Antanas Mockus cuestiona sin ambages, al decir que no le importan los medios que tenga que utilizar para lograr sus fines. Y cuando esos medios se desbordan, pues no tiene problema en negar a quienes sirvieron a ellos. Y si son exitosos, no duda en atribuirse los éxitos que resulten de allí. "Lo hace casi sin parpadear". Es la ética en la que no importan los principios, sino los resultados.

Ese talante es el que se ha extendido por todo el territorio, reforzando la politiquería y el clientelismo que los partidos tradicionales habían sembrado con solidez. Y que tiene al país ante una crisis de esta magnitud. Si Uribe hubiera utilizado ese mandato ciudadano para gobernar alejado de la politiquería y el clientelismo que tanto combatía, el país tendría un rumbo muy distinto. Y el Gobierno, otros aliados. Si hubiera seguido el camino de Mockus, Fajardo, Bromberg, Cardona y tantos otros que han demostrado que es posible gobernar sin acuerdos por debajo de la mesa, la política se estaría tramitando de otra manera. Uribe no puede eludir su responsabilidad política en la crisis. Las cosas no sucedieron a sus espaldas. Su gobierno gestó la coalición que hoy lo tiene contra los palos. Allí nació el partido de la U, se fortalecieron el Conservador y Cambio Radical y tuvieron un lugar decisivo Colombia Democrática, Colombia Viva y Convergencia Ciudadana. A ellos les entregó la burocracia y la contratación pública. Y su voracidad solo terminará estrechando el cerco. Esa que, cuando todo se degrada, solo permite considerar la hora de renunciar. Como dice Mockus, antes de que la historia y la justicia den su fallo definitivo.

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