Precaria condición humana

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Notas de Buhardilla

Por: Ramiro Bejarano Guzmán
NO TENGO DUDA ALGUNA DE QUE AL ser asesinado el padre del Presidente de la República, el dolor de éste y el de su familia tuvo que ser muy grande. A quienes ya hemos pasado por la terrible prueba de despedir a nuestros mayores, sabemos que esa pena siempre pesa en el alma. No hay tiempo capaz de sanar o cerrar esa herida.

Por esa misma razón, quienes hemos padecido el drama de ver morir violentamente a uno de los nuestros, también tenemos respeto por quienes enfrentan situaciones similares. La consideración empieza por entender que así como nuestra aflicción fue grande, lo mismo ocurre a los demás.

Eso que es tan elemental y sencillo, porque además es un simple gesto de humanidad y de conmiseración con el prójimo, parece obrar de manera diferente en la volcánica óptica del presidente Uribe. Sólo a un temperamento tan tempestuoso y arbitrario, se le puede ocurrir que una crítica sensata a quien ha perdido a su padre en un hecho violento, puede consistir en recordarle ese episodio triste, acusándolo de haber llorado falsamente.

Pues bien, así ocurrió esta semana, para asombro de todos, incluidos los abonados internacionales que no logran entender las expresiones hostiles de un mandatario que por su investidura está obligado a obrar con prudencia e hidalguía, virtudes de las que carece. “Lo que natura no da, Salamanca no presta”.

No todos hemos olvidado que Manuel Cepeda, padre de Iván, murió acribillado el 9 de agosto de 1994, en las calles de Bogotá, a la luz del día, al parecer por agentes oficiales, ni tampoco ignoramos que ese suceso terrible que conmocionó al país, tuvo que haber causado estragos en todos los suyos.

Al presidente Uribe le cae gordísimo Iván Cepeda, como le caemos todos los que no le aplaudimos su accidentado y cuestionado régimen. Eso no tendría nada de raro si no fuera porque, en un desafortunado discurso, Uribe decidió responderle a Cepeda sus críticas, sugiriéndole con indirectas de pésima factura, que había derramado “lágrimas de cocodrilo” cuando el crimen de su progenitor. ¡Qué tal!

Que a Uribe se le olvide que debe comportarse como jefe de Estado no es cosa nueva, ello le ocurre cada vez con más frecuencia, en especial ahora que anda acosado con tanta denuncia penal en su contra, la última de ellas por cohecho para hacerse reelegir. Lo que no se le podía olvidar al Presidente es que si él sufrió con el crimen alevoso de su padre, también Cepeda y todos los demás colombianos que hemos sobrevivido a la muerte violenta de los seres queridos. Esas cosas, más que íntimas, son sagradas e intocables. Tocarlas para zaherir inclusive al más ardiente opositor, no es un acto de audacia, sino lo más parecido a una canallada.

No parecía que estuviese hablando el símbolo de la unidad nacional, sino el indelicado “Héroe de Invercolsa”, el charlatán de Fernando Londoño Hoyos, quien a propósito en su última columna en El Tiempo ya advirtió que la ultraderecha tiene un plan para aniquilar a la Corte Suprema de Justicia, cueste lo que cueste. Pero, ¡oh tristeza!, no hay confusión, el dueño de tan insolentes palabras, no era otro que el mesías criollo.

Da rabia, pero sobre todo miedo, que un mandatario sea capaz de descender tan bajo en el insulto. Qué vaina, que en un país plagado de sangre y desolación, el más encumbrado de los funcionarios crea que la única víctima a la que le duelen sus muertos es a él, a los demás no. Con semejante ordinariez no sólo no se puede acertar, sino ni siquiera vivir.

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Adenda.- Por más que los medios cómplices del Gobierno minimicen la compra de la reelección en favor del actual mandatario, de lo cual ya no sólo no hay dudas sino pruebas contundentes, lo establecido es la más tenebrosa corrupción de la historia. Uribe es el presidente más popular, pero también el más ilegítimo.

notasdebuhardilla@hotmail.com
  • Ramiro Bejarano Guzmán

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