Por: Reinaldo Spitaletta
Y los mandan al carajo desde Palacio cuando ya votaron reformas tributarias, les repartieron el Estado, realizaron el consabido clientelismo, a algunos muy connotados los enviaron al exterior como embajadores y cónsules, entre ellos a algún ex director del DAS, y cuando eran “tan buenos muchachos”. Eso decían.
Hay que disolverlos –aúllan voces palaciegas (¿estarán dando palos de ciego?)- cuando han sido los acólitos del gran gurú neoliberal, cuando han pugnado hasta la saciedad (o hasta el servilismo) para que se apruebe el leonino TLC con los Estados Unidos, cuando lo que han hecho es cumplir las órdenes del príncipe para que en Colombia los plutócratas continúen en el poder.
Ahora, cuando una enorme cantidad de uribistas, incluidos parientes del presidente, es investigada por nexos con paramilitares, resulta que ya no le sirven al ubérrimo, es decir, al muy abundante y fértil señor de los caballos y los ponchos. Muy extraño. O puede ser de otra parte que va a deslindar terrenos con la parapolítica, que por fin se va a cortar su mudez frente a tan grave asunto que muestra a Colombia no solo como un estado mafioso, sino de renovadas prácticas de corrupción.
Pasan cosas, o, al final de cuentas, no pasa nada. Todo se va en cortinas de humo, en señuelos, en ocultamientos. ¿Quién eligió y sobre todo reeligió a Uribe? Pues nada menos que los partidos uribistas, entre ellos el conservador, que para eso fueron formados, con fines electoreros y de repartijas, para realizar el festín del usufructo estatal. Cosas del poder.
Esos partidos o banderías uribistas son los que han contribuido a la demagogia, son las puntas de lanza de un proyecto plutocrático y, por ende, antidemocrático, que campea en el país y que, además, cuenta con las simpatías exacerbadas de medios de información, ahora convertidos en propagandistas y zalameros de oficio.
Esos peones –habrá, claro, uno que otro alfil y algún caballo- son parte clave de la entronización de un régimen que –pese a las encuestas- es antipopular y que ha fortalecido el presidencialismo en detrimento del legislativo y del poder judicial. Ahora ya no sirven aquellos que han contribuido a las intentonas de imponer el pensamiento único, el unanimismo.
Pasó, tal vez, que el uribismo y sus diversas fracciones no pudieron contener las voces de la oposición; no pudieron seguir tapando la descomposición de un sistema excluyente. Ah, sí, hay que recordar en este amnésico país que Uribe, en su primera campaña, se oponía a la reelección, e incluso, cual enviado celestial, se oponía a los partidos, a las ideologías (en especial a las de oposición), a los programas, porque él encarnaba el partido, la ideología, el programa.
Pero igual, para tal “hazaña” debía tener sus escuderos, sus empresarios, sus congresistas, quiénes pudieran realizar una reforma política para darle vida, precisamente, al uribismo y sus colectividades. Y entonces, con la táctica de enmascarar el lenguaje, se decía, en boca de asesores y muñecos de ventrílocuo, que había que terminar con las categorías de izquierda y derecha. No hacía falta. La “profundización” de la democracia eran los partidos uribistas.
Por eso, a guisa de ejemplo, había que despreciar a las ONG y sobre todo si eran defensoras de derechos humanos; y había que decir que los de la oposición no eran más que “comunistas disfrazados” y hasta “guerrilleros de civil”. Había que crear un ambiente letal para los opositores y de nirvana para el uribismo. Y el cuento podría ser: ¿qué es el uribismo? Uribe y nada más, con aire de tango.
Otra cosita. Será que ya estamos en plena hecatombe y es hora de la segunda reelección, porque, según se nota, no hay uribista capaz de reemplazar a su majestad. Ni siquiera el que alguna vez le hicieron el guiño y que llaman “Uribito”. Sorpresas te da la vida.
Como lo ha mostrado nuestra historia de tragedias y de risibilidades (como aquella de “todo sucedió a mis espaldas”), este es un país sin seriedad. Por ejemplo: cómo es posible que a estas alturas de “profundización democrática” no se haya resuelto el abominable desplazamiento forzado. Hay cuatro millones de desplazados. Bueno, pero es que ni siquiera les dan lo que les pertenece porque no son productivos. O eso dice algún ministro uribista.
Hay una posibilidad, tal vez remota pero factible. Que algunos uribistas, si tienen dignidad o valor, canten a voz en cuello sus pecados capitales. Y así la historia los absolverá.
Reinaldo Spitaletta
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