El Nuevo Siglo. Febrero 4/08
Por: MAURICIO BOTERO MONTOYA
EL dios de Colombia depositó en las manos más localistas de Presidente alguno el destino internacional del país para acuerdos tan cruciales como el Tratado de Libre Comercio con E.U. que nos definirá el tipo de crecimiento económico en el próximo cuarto de siglo. Este TLC, clave para crecer, y que mal negociado es un suicidio, un acto de kamikaze. No tengo reproches contra el equipo negociador. El error ha sido político desde el principio. El horizonte internacional es el talón de Aquiles de Álvaro Uribe, cuyo cargo anterior fue el de gobernar bien a Antioquia. Y eso lo capacita para muchas cosas excepto para la diplomacia. Al nombrar primero una cancillera que a ojos vista no era comparable con Indalecio Liévano, Noemí Sanín o Alfredo Vásquez Carrizosa, por ejemplo.
Si Colombia no fuera incondicional, se hubiese mantenido en una situación de amistad con sus vecinos, con disponibilidad política para reforzar acuerdos con Brasil, Venezuela, Argentina, Ecuador, Perú, Cuba, Uruguay y, ahora, Bolivia, sería mucho más apetecible para E.U. Así las negociaciones habrían sido menos leoninas en el TLC, en el cual nos maltrataron con sorna tras los inoportunos autogoles del Presidente colombiano declarando que él de todos modos firmaría el tratado. Si, a la inversa, Bush hubiese cometido esa traición a los intereses del equipo negociador habría sufrido una acusación ante el Senado. Entonces, incondicionales, solos, íngrimos, en el panorama latinoamericano nos encontramos, al final del camino, que Bush desprestigiado por una guerra ilegal en Irak (sólo apoyada por Colombia en Suramérica) no puede ayudar a su ranchero amigo, pues el Congreso de E.U. le recorta el presupuesto. Sin oriente internacional, la capacidad de previsión se agota en auto perpetuarse.
El dios de Colombia nos tiene esperando del tiempo un desengaño, y cuando estalle lo ocurrido con Fujimori en el Perú, que tenía 80% de popularidad y terminó preso, será pálido bolero comparado con un gobierno que aquí no pudo acabar con el equivalente al Sendero Luminoso y que abonó la violencia concentrando más aún la riqueza. Este Presidente que tanto fervor suscitó, que galvanizó a los colombianos, deberá responder en qué se gastó la popularidad. ¿En enriquecer a los banqueros? ¿En lavar la hoja de vida de los paras? ¿En confundir pie de fuerza con empleos? ¿En aplastar al sindicalismo que no cubre ni al 5% de los trabajadores? Colombia está metida en un abismo de desigualdad social que acelerará el fortalecimiento de la delincuencia y de los grupos ilegales.
Todo lo demás será tragado por ese abismo que hace clamar de un modo surrealista al propio Fondo Monetario.
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