Hace varios meses, en razón del oportunismo acendrado que muestran sus dirigentes, calificamos como de la O, a uno de los partidos que apoyan a Uribe y que se hace llamar Partido de la U.
La semana pasada, cuando aún estaban fijas en la retina de los colombianos las imágenes de la marcha del 4 de febrero, estos señores de la O, corrieron a presentar ante el país la posibilidad de la segunda reelección de su jefe. Demostrando, así, su desmedido oportunismo. Piensan, al desgaire, que el pueblo está idiotizado o se encuentra compuesto por una manada de imbéciles o de borregos que, sin protestar, habrán de ir para donde los lleven las “inteligencias superiores” que gobiernan actualmente.
Sin embargo, se equivocan. Ya en la columna de la semana pasada, a propósito de la marcha del día 4, comentábamos como “habría sido más benéfico, más equitativo, si con la protesta se hubiera cobijado a los restantes actores del conflicto y, por consiguiente, causantes del dolor que agobia a tantos y tantos hogares colombianos, víctimas del secuestro, de las desapariciones forzosas, de las ejecuciones fuera de combate, de las masacres y de tantas otras formas de violencia y de depredación humana de las cuales se han valido tirios y troyanos, para teñir de sangre y dolor el territorio patrio.”
Pues bien, este fin de semana fuimos sorprendidos con la convocatoria a otra marcha; esta vez contra los restantes actores del conflicto armado que vive el país y, por consiguiente, causantes también de la violencia que padece la nación. Las cifras de muertos, desaparecidos, ejecutados fuera de combate, desplazados y demás víctimas de los paramilitares, de los militares y de la policía, no por conocidas, son menos escalofriantes. En verdad, se trata de miles y miles y miles de colombianos cuyo destino se vio marcado por el sino trágico de la violencia, producto de la codicia y la ambición de políticos corruptos y de sus aliados uniformados, con licencia o sin ella.
Ahora bien, si Uribe acepta una tercera postulación, caería en el terreno de los tiranos que buscan la perpetuidad en el poder. Además, se asemejaría más a Chávez, a quien dice oponerse. Lo único que los diferenciaría sería la verborrea del coronel.
Pues, en cuanto a disponer de los bienes del Estado, Uribe no se queda atrás. Y, si no, miremos a Telecom, Ecopetrol, las electrificadoras de Santander, Norte de Santander y Cundinamarca, estas últimas a punto de ser feriadas, y tantas otras entidades, antes estatales, que pasaron a manos de particulares, para provecho y beneficio de unos pulpos financieros.
Pero, también, en caso de venir la segunda reelección, el desgobierno cundiría: pues, toda actividad estatal, estaría signada por el síndrome de campaña electoral.
Además, las Farc tendrían nuevos pretextos para seguir en lo suyo, los paramilitares se fortalecerían y las Fuerzas Armadas, por consiguiente, seguirían detentando el mayor rubro presupuestal de una nación empobrecida. Y entonces, habría más excusas para tener abandonada la seguridad social, la verdadera seguridad social, la que nace del equilibrio entre poderosos y menesterosos; en donde, estos tienen lo necesario para vivir decentemente, sin que aquellos pierdan sus riquezas. Ese equilibrio que impide que el rico se enriquezca cada día más y el pobre se hunda irremediablemente en la miseria.
Y como si fuera poco, con la segundad reelección (preludio de otras más), más agencias del estado, quedarían en manos del presidente, con lo cual, su semejanza con Chávez, aumentaría. Las Cortes, la Comisión de Televisión, el Banco de la República y tantas otras, se convertirían en oficinas electorales. Y qué decir del Senado, la Cámara, las Asambleas, los Concejos municipales, la Fiscalía, la Procuraduría. Todos a una, como en Fuente Ovejuna.
Y, lo que es peor, el acuerdo humanitario, la liberación de los secuestrados, el esclarecimiento de los crímenes de Estado y de la parapolítica, todo se iría al traste. Entonces, ¿en qué quedamos?
Gustavo Rodriguez
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