Ni tan libre ni tan comercio

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por Alberto Parra, S. J. Friday, Feb. 15, 2008 at 9:07 PM

Internacionalización de las economías arroja ganancias descomunales para quienes ya poseen

Época de marchas, la que pasó y la que viene, por el derecho de existir sin violentos, secuestradores ni exterminadores. Hay que destacar también la marcha del campesinado mexicano por el derecho a la subsistencia alimentaria, en una nación tan parecida a la nuestra, que suscribió hace ya buenos años un tratado comercial con sus vecinos del norte.

"¿Qué me dejó tu amor? Pesares, pesares...". Eso no lo cantan, lo lloran los campesinos mexicanos con relación a un tratado de libre comercio, que ahora llega a la etapa prevista de desgravación plena de productos agrícolas. Con ello, las tortillas mexicanas de maíz mexicano y los moles mexicanos dejarán de ser mexicanos y las predicciones,tildadas antes de apocalípticas, dejarán de ser predicciones para revelarse como la cruda realidad de los tratados. En efecto, la abundante y bien subsidiada agroindustria de los países ricos resulta desproporcionada en sus dotaciones iniciales frente a los precarios sistemas de siembra, recolección, manufacturación y empaque en los conglomerados secularmente marginados y jamás subsidiados. La equidad en las dotaciones iniciales, que aseguren una competencia real en el intercambio agrícola, no puede suponerse entre ricos y pobres, pese a los descomunales esfuerzos que por educación, tecnología, desarrollo de infraestructura y programas sanitarios y fitosanitarios tienen que realizar los países y conglomerados marginales, con toda la ingente inversión que ello supone.

Al tiempo que los conglomerados pobres abren de par en par sus puertas y sus puertos a la gran producción de servicios, bienes y capitales del mundo rico, estos imponen toda traba posible a la presencia real en sus mercados de los productos, bienes y servicios del inmenso mundo de países marginales, a los que se les advierte paradójicamente que su única posibilidad de supervivencia reside en el mercado internacional.

La marcha campesina de México ya no vaticina, sino que demuestra, que para países pequeños y pobres puede resultar mejor comprar el producto, bien o servicio antes que producirlo, con la consiguiente parálisis de los tímidos procesos de industrialización, índices insoportables de desempleo y subempleo y empobrecimiento ulterior, en que resulta peor la medicina neoliberal que la congénita enfermedad del atraso y de la frustración. Sin decir que la ausencia de ocupación productiva en sus terruños es causa principal del impresionante fenómeno del desplazamiento, de la emigración, del número descomunal de nómadas internacionales, pese al muro que para contener la pobrería levanta un socio comercial del otro lado del Río Grande.

México, como Colombia, puede inundarse de productos agrícolas extranjeros a mucho menor precio, pero a costa de la parálisis en la producción propia, sin que pueda demostrarse en la práctica la teoría del agro como ingreso seguro. Y todo enmarcado en un gran contexto de entidades financieras y aseguradoras extranjeras, capitales extranjeros desgravados, educación extranjera, pauta televisiva extranjera, sin que aparezcan las contraprestaciones compensatorias reales en justicia y equidad. La lógica de los tratados pareciera obligarnos a ser enemigos de nosotros mismos.

Sobran razones al campesinado mexicano para exigir la revisión del acuerdo, por lo menos en el sensible capítulo agrícola, porque por ahora el dichoso tratado de libre comercio no resulta ni tan libre ni tan comercio. Por el contrario, el sabor que deja es que la globalización del mercado e internacionalización de las economías arroja ganancias descomunales para quienes ya poseen, juegan el juego del mercado, ganan cuando ganan y ganan cuando pierden, en un medio dramáticamente darwinista que asegura éxito y agrega fortuna a quienes siempre la tuvieron.

"El tratado de amistad y comercio entre Inglaterra y Colombia tiene la igualdad de una balanza que tuviera de una parte oro y de la otra plomo. Vendidas las dos cantidades se vería sin son iguales. La diferencia que resulta sería la igualdad que existe entre un fuerte y un débil", escribió el Libertador desde Potosí en 1825. "Es un deber desarrollar de manera eficiente la actividad de producción de los bienes; pero no es aceptable un crecimiento económico obtenido con menoscabo de los seres humanos, de grupos sociales y de pueblos enteros, condenados a la indigencia y a la exclusión", advierte sin rodeos la enseñanza social de la Iglesia Católica.

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